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Punto de vista

El digno perdura más que el aplaudido

El digno perdura más que el aplaudido
07 de abril de 2015 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

Ser futbolista no es solo ponerse pantalones cortos para entrenar, jugar,  hacer delirar a miles de personas con sus acciones y tener el privilegio enorme de vivir de lo que más te gusta hacer.

El jugador pasa por muchas etapas antes de llegar al primer plantel de su equipo, crece en proyección a la par de sus sacrificios, capacidades técnicas y también por todo lo que copian de otros en la etapa denominada ‘esponja’, antes de lograr la absoluta madurez deportiva. Es de vital importancia que las generaciones actuales comprendan que, más allá de la exposición que tengan, por ser sus clubes más o menos populares que otros, siempre habrá una criatura que estará pendiente de todas sus acciones y las tomará como propias y adecuadas en su recopilación de imágenes a imitar.   

El jugador adquiere muchas responsabilidades al ostentar este rótulo tan manoseado, pero a la vez deseado; no solo el de perseguir objetivos deportivos con el club para el que juega, sino también contentar a la hinchada,  convencer a la prensa y, el más  significativo de todos: ser un buen ejemplo y referente para la comunidad. Décadas atrás se aceptaba de manera jocosa que un deportista tenga una vida ajetreada mientras rindiera cada vez que saltaba al campo de juego con su equipo. Miles de anécdotas cuentan los abuelos de los jugadores que ellos tuvieron el placer de disfrutar, y sin entrar en ninguna crítica y mucho menos en comparaciones, la evolución del deporte rey nos dice que  todo tuvo un giro abrupto, y los responsables de bregar por los sueños propios y ajenos necesitan una vida de atleta para estar a la altura de las exigencias físicas, técnicas y hasta económicas de la actualidad.

Para que el futuro de esta pasión tenga pilares firmes y generaciones de futbolistas más íntegros en su accionar, dentro y fuera de la cancha, debemos exigir y hacerles saber a los actuales que depende mucho de cada uno de ellos esperar días felices y logros considerables no solo a nivel deportivo sino también como sociedad.

El joven quiere parecerse al jugador consagrado, lo emula en sus movimientos, vestimenta y hasta en su peinado, desconociendo la abnegación al trabajo diario y a todo lo que involucra ser élite. El gran ejemplo es Cristiano Ronaldo, que se consagra como tendencia mundial por su apariencia, pero no por todo lo que trajina para ser un número uno.  

Las actitudes dentro del campo de juego deben ser muy cuidadas por los deportistas porque de un mal ejemplo no nacen buenos proyectos, y es eso de lo que hoy carece nuestro medio. Los niños exigen a gritos ídolos a los cuales perseguir cada fin de semana, de los cuales se sientan orgullosos y puedan hasta venerarlos en sus ilusiones más ingenuas. Es allí donde es imperativo hacer entender a los actores principales de este pedido masivo y urgente, que la dignidad que reflejen haciendo lo que más les gusta y mejor saben hacer tendrá un valor más significativo que un aplauso, y es el reconocimiento eterno a su comportamiento.    

Nos enseñan a perfilarnos, a jugar a dos toques, tener movimientos coordinados y hasta cómo alimentarnos, en pocas palabras, nos dan las herramientas para ser artistas del balón y que con nuestro accionar inundemos las retinas de nuestros seguidores que están siempre en la perenne búsqueda de saciar sus deseos como hinchas.     

Jugadores, debemos asumir el rol que la vida nos dio, con responsabilidad, sin renunciar nunca a nuestro estilo, pero sí respetando e interpretando que, aunque nadie nos alertó de ello, somos y seremos espejo de muchos niños, como los que algún día fuimos. (O)

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