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Richard, el niño inquieto que derrochaba energía y alegría

Richard Carapaz (izq.) ayudaba durante su infancia a su papá Antonio en labores agrícolas en El Playón de San Francisco, en Tulcán.
Richard Carapaz (izq.) ayudaba durante su infancia a su papá Antonio en labores agrícolas en El Playón de San Francisco, en Tulcán.
Archivo de la familia Carapaz Montenegro
01 de junio de 2019 - 12:31 - Jaime Jaramillo

Inquieto, correteando y molestando a los compañeros de aulas, así es como los amigos cercanos, profesores y familiares recuerdan al niño Richard Carapaz. 

Esa hiperactividad, en constante movimiento y sacando de casillas a los amigos, hizo que varias veces su mamá gritara al cielo: “¡Qué niño tan jurquillas!”, un término utilizado en la provincia de Carchi (norte) y que expresa esa inagotable energía que ahora el mundo entero admira y alaba. 

Lejos de las cámaras, la fama y el interés que despierta hoy, el “chiquilín” se levantaba cerca de las 04:00 para desayunar y ayudar a su padre Antonio en las labores del campo. Tenía que cuidar del ganado y luego ir a la escuela de educación básica México, ubicada en El Playón de San Francisco, donde el carchense dio sus primeras pedaleadas.

Escuchando por una radio colombiana el desarrollo de la decimoctava etapa, como la mayoría de personas en El Playón, encontramos a una señora de avanzada edad que no quiso dar su nombre, pero que recordaba claramente ver correr en el “caballito de acero” a “un niño flaquito, pero con mucha energía”, comentó entre risas.

En las calles polvorientas de esta parroquia de Carchi fue donde la “Locomotora” empezó a crear una imagen de niño dedicado a sus estudios, no sobresaliente, pero responsable, para no pasar con apuros el año escolar. Pero más que nada descubrió su fascinación por andar en bicicleta. “Él venía todas las mañanas en su ‘bici’ a la escuela y la dejaba afuera”, recordó Alexander Pantoja, compañero de la  primaria de Richard. El también agricultor añadió que Carapaz era “un estudiante más o menos”.

Una vez concluida la jornada en la escuela volvía a casa para almorzar, hacer las tareas y mover el ganado de un terreno a otro, que era parte de la responsabilidad entregada por don Antonio.

¿Y el ciclismo dónde quedaba? Pues entre los 5 y 10 años muy poco tiempo le dedicó porque más que nada le interesaban los juegos, ayudar en el hogar, molestar a sus compañeros y hacer travesuras con una de sus hermanas, Cristina, la mayor. Marcela acompañaba a mamá en las labores domésticas.

“Un día estábamos con Richard afuera de la casa y él se encontró un Cherry (betún para zapatos) y me dijo vamos a pintar la casa. Como éramos pequeños me dejé llevar y nos pusimos manos a la obra (sonríe)”, rememoró Cristina. Al ver lo ocurrido, la mamá, Anita Montenegro, se horrorizó y les llamó la atención, pero luego tomó aire y les explicó que ese betún no era para eso. Unos días más tarde compró pintura y los tres se pusieron a readecuar la casa.

La progenitora del doble campeón de la Vuelta a Asturias (2018 y 2019 en España) estuvo siempre en el crecimiento del joven talento nacional y por ello fue llamada varias veces por su maestra, María Yar, no para decirle que su hijo se había portado mal o que había sido irrespetuoso, sino para ponerla al tanto de que molestaba mucho a los compañeros.

Los cientos de seguidores que ahora tiene Carapaz se suman a estas y más personas que recordaron los primeros “pedaleos” del líder del Giro. (I)

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