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Gil Ferreira, un loco que baila entre olas del Ártico

Para practicar al surf en Unstad, los surfistas deben usar un ajustado traje de neopreno de seis milímetros de grosor; a veces utilizan guantes y capucha.
Para practicar al surf en Unstad, los surfistas deben usar un ajustado traje de neopreno de seis milímetros de grosor; a veces utilizan guantes y capucha.
Foto: AFP
02 de octubre de 2018 - 00:00 - Agencia AFP

Con muchas dificultades se pone un ajustadísimo traje de neopreno. Bajo una lluvia helada el brasileño Gil Ferreira se congela durante el protocolo previo a danzar como un rey con las olas de un mar hostil pero incuestionablemente atractivo. El surf también se disfruta en el Ártico.

Escondida entre singulares fiordos, la bahía de Unstad atrae a 32 surfistas (24 hombres y 8 mujeres) que compiten en el Lofoten Masters, la única competición de surf en el extremo norte del globo.

Y es en el archipiélago de las islas Lofoten -que alimentó a Edgar Allan Poe o a Julio Verne en algunas de sus obras- donde Gil y su banda desafían a los elementos.

“¡Todo el mundo piensa que estoy loco! me dicen: ‘¿Pero qué haces? ¡Hace tanto frío!’. Yo estoy acostumbrado, eso es todo”, explica el nativo de Natal antes de añadir orgulloso: “Me gusta cuando la gente se queda perpleja por lo que hago”.

A sus 32 años, Ferreira, de piel morena y ojos negros, se impuso por quinta vez en unas aguas que rondaron los 5 grados, temperatura que combate con un neopreno de 6 mm de grosor, con guantes, escarpines y una capucha con visera. Una manera diferente de saborear el surf.

“En Brasil te pones un pantalón corto... y a la playa. Aquí tienes que vestirte fuera del agua; surfear a -5 grados es un golpe para el cuerpo cuando te quitas la ropa. Si surfeas más de dos horas, ya no sientes los dedos. Es bastante extremo”.

Trabajó por una tabla

Gil Ferreira conoció y empezó a practicar este deporte en Natal, al norte de Brasil. Era un niño que vendía cocos en la playa al que llamó la atención lo que hacían los surfistas.

Como tenía poco dinero, al principio utilizó la bandeja en la que portaba los cocos. Finalmente se rompió y le hirió en el viente. Su madre le hizo una propuesta: le compraría una verdadera tabla de surf, pero tenía que trabajar más para luego pagársela.

Pasó de vender 20 cocos a 50, saldó su deuda y se convirtió en profesional del surf. “Ya no he parado de surfear, es mi vida; incluso cuando tenga 60 años lo continuaré haciendo”.

Conocido en Escandinavia, donde cuenta con varios patrocinadores, Gil Ferreira echa de menos Brasil, sobre todo en los largos y sombríos inviernos noruegos.

“Pero incluso he visto focas en el agua (...) ¡La primera vez salí corriendo! Con mi traje negro me parecía mucho a ellas y tuve miedo de que me atacaran”. (I)

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