Los últimos 300 m del circuito fueron eternos. Samantha Arévalo pensó que no terminaría los 10 km, pero no se dio por vencida y siguió nadando por inercia. Sus brazos y sus piernas ya no respondían, pero su cerebro no dejaba de mandarle órdenes para que sus extremidades siguieran moviéndose. Fue así como la nadadora de 23 años y 1,68 m de estatura confirmó que es la mejor nadadora de fondo de Suramérica luego de colgarse la medalla de oro en los Juegos Cochabamba 2018 con un tiempo de 2:05:49:00.

Cuando cruzó la meta, un miembro de la Armada Boliviana se lanzó a las frías aguas de la represa La Angostura –que pese al fuerte sol que hacía estaban en 16 grados centígrados- para asistirla. La sacó hasta la orilla, pero la deportista dijo que podía continuar sola. Se quedó 2 minutos sentada, hasta que el equipo técnico del equipo ecuatoriano la levantó y la llevó a una carpa que estaba a un costado. Samy, subcampeona del mundo en Hungría en 2017 con un registro de 2:00:17:00), nadó en el tramo final de esta dura competencia con una contractura en su pantorrilla izquierda.  Su esfuerzo fue aplaudido por los más de 1.000 cochabambinos que se ubicaron a lo largo de la orilla de la represa que está rodeada por altas montañas.

La prueba se realizó en condiciones extremas. Los jueces tuvieron que prolongar media hora el inicio de la competencia porque la temperatura del agua era muy baja. A las 11:00 de Bolivia, hora que debía largar la rama masculina, estaba por debajo de los 14 grados, cuando el reglamento internacional estipula que debe estar sobre los 16 grados. Además, el sol, como es normal en las ciudades de altura (Cochabamba está a 2574 m s. n. m.) pegaba fuerte y quemaba el rostro de los competidores. Pese a eso, Arévalo sacó fuerzas para terminar la maratón acuática y ganarla.

Por eso no pudo contener las lágrimas durante la premiación. La escena conmovió no solo a los espectadores, sino también a las nadadoras que minutos atrás eran adversarias de la ecuatoriana. La argentina Romina Soledad Imwinkelried, medalla de plata, y la ecuatoriana Nathaly Caldas, la consolaron con un abrazo. Cuando bajó del podio para hablar con los periodistas que le esperaban en la zona de entrevistas, aún tenía humedecidos sus ojos.

Samantha empezó a nadar cuando era una niña. En lugar de arrullar muñecas, su infancia transcurrió en piscinas, sobre una bicicleta o correteando con otros niños. Su primera incursión en el mundo del deporte fue en la disciplina de triatlón, pero a los 10 años resolvió que la natación sería su estilo de vida.

 Empezó a nadar motivada por sus padres y sus hermanos mayores que hacían triatlón. Aprendió a bracear a los 6 años y a los 7 ya seguía una rutina de entrenamiento.

Le fascinaba nadar en el río Upano, que nace en las alturas de las lagunas de Tinguichaca (Macas). Su mayor logro hasta el momento es el segundo lugar y medalla de plata que obtuvo el 16 de julio pasado en la prueba de 10 km  en aguas abiertas del 17° Campeonato Mundial de Natación, que se celebró en Budapest (Hungría). Después de lograr ese título, el muro de Facebook de Samantha se llenó de felicitaciones. La ecuatoriana, de 22 años, había conseguido en el lago Balatón su mayor éxito. Y lo hizo ante un ejército de grandes especialistas. Ante las mejores, incluyendo a la campeona y subcampeona olímpica, Sharon van Rouwendaal y Rachele Bruni, esta última es compañera de entrenamientos de Arévalo en Italia.

Fue precisamente la decisión de radicarse en Italia a inicios de 2017 la que produjo el punto de inflexión en la corta carrera de la fondista que nació en Cuenca pero creció en Macas. En Italia, Arévalo se puso en manos de Fabrizio Antonelli, el joven entrenador de Bruni, subcampeona olímpica en Río, cuarta en los 10 km del Mundial de Kazán y quinta en Hungría.

Arévalo llegó a Italia con un palmarés que incluía el bronce en los 10 km de los Juegos Panamericanos que se disputaron hacía 2 años en Toronto, el mismo año que terminó 12ª en los 10 km mundialistas. En los Juegos Olímpicos Río de Janeiro 2016 finalizó novena, a 55 segundos del primer lugar.

Según Jorge Delgado, cuarto en los 200 metros libre en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, Ecuador nunca había tenido una nadadora de la talla de Samantha Arévalo, primera medallista ecuatoriana en unos mundiales. El primer cambio relevante en la vida de Arévalo se produjo hace 2 años, cuando dejó Macas para entrenarse en Cuenca, en la provincia de Azuay. Allí fue dirigida por Juan Fernando Enderica y tenía como compañeros de entrenamiento a los hermanos Santiago y Esteban Enderica, este último también ganó medalla de oro en Cochabamba en los 10 km  masculino.

Los registros de la ecuatoriana mejoraron de manera significativa a escala nacional e internacional. En 2013 se estrenó en las aguas abiertas, tras haber competido en los 800 libres de los Juegos de Londres 2012, donde llegó en el puesto 29 con récord nacional, 8:49.21. Tenía 16 años. Hasta su llegada a Cuenca, Arévalo solo competía en pruebas de piscina.

Enderica le enseñó el camino de las aguas abiertas y desde entonces se ha volcado en estas con buenos resultados en pruebas de la Copa del Mundo. “Haber finalizado entre las 10 primeras en Río de Janeiro 2016 me motiva”, afirmó el pasado diciembre.

La del viernes es la tercera presea de oro de Arévalo en este Ciclo Olímpico, después de las 2 que obtuvo en los Juegos Bolivarianos Santa Marta 2017, en los 5 y 10 km. (O)