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El viaje hasta este sector del país es, aproximadamente, de 14 horas en carro

José Álvarez fundó Tahuín a “punta de machete y pala” en 1946

Tahuín está rodeado de bosques y vertientes. Apenas 10 familias viven en este lugar construido en la época del 40. Foto: Pamela Fuentes
Tahuín está rodeado de bosques y vertientes. Apenas 10 familias viven en este lugar construido en la época del 40. Foto: Pamela Fuentes
02 de junio de 2015 - 00:00

Por Pamela Fuentes

La mesa está servida en la casa de la familia Álvarez, sobre un mantel plástico, con dibujos de flores y cerditos. Roxana (15 años), la mayor de 7 hermanos, coloca en el centro un plato con majado de verde y pollo, mientras que Julián (8) saca varias cucharas y tazas de una caja de cartón. Ana Lucía (6), entre risas y juegos, se sienta con sus hermanos, en sus brazos lleva a Repe, un perrito café que también formó parte del almuerzo.

“Julián ve a traer al abuelo, que debe estar ‘muertito’ del hambre”, dice Roxana, mientras baja a Repe de la mesa. El niño de un brinco llega al patio, a pocos metros de donde está su abuelo José (89)  que descansa bajo la sombra de un limonero. Hace calor y el abuelo tiene sumergidos los pies en un pequeño estero que rodea la casa. Con la mirada distante José observa el bosque, perdido en alguno de sus recuerdos, no escucha los gritos de Julián, quien entre saltos lo llama a la mesa.

“Papito, papito que venga a comer oiga, rápido póngase los zapatos que ya tenemos hambre”, dice el niño, mientras le estira de la mano para apresurarlo. José regresa de sus recuerdos, pone a un costado la mazorca que tiene entre sus manos, se coloca los zapatos, toma un palo que le sirve de bastón y lentamente sigue a su nieto. Juntos atraviesan el patio de tierra y se dirigen a la casa.

Ana Lucía abraza a su abuelo, se sienta a su lado y le dice que le cuente una historia, de aquellas que tanto le gustan. Él le sonríe, acaricia la cabeza de su nieta, mientras las miradas curiosas de sus otros nietos se posan sobre su rostro. A la mente de José llegan 70 años de recuerdos, sobre todo aquellos de cuando salió de su amada Loja en busca de una nueva vida.

El viento del mediodía sopla tras terminar de almorzar, los niños y el abuelo aún permanecen sentados. José se acomoda y el silencio se rompe con el chirrido de la silla de madera, los pequeños insisten a su abuelo que narre uno de sus cuentos. “Esta vez, no será una historia de miedo la que les voy a contar, es algo que tiene que ver con su origen, con esta tierra que, a diario, nos da de comer”, dice el anciano.

José Álvarez es el fundador de    Tahuín, una pequeña población ubicada en el cantón Arenillas, en El Oro, en el sur de Ecuador.

“En 1946, a la edad de 20 años, me fui de Loja, pues ya podía comenzar mi propia vida. Llegué a Santa Rosa. Aquí en este sector había solamente bosques y matorrales.  Trabajé en varias cosas, incluso fui obrero de una minera. Con el poco dinero que ahorré compré   hectáreas de tierra en Tahuín. Todos me decían que estaba loco: ‘¿Para qué quieres vivir en el monte?’. Pero no hice caso. Quería  mi casita y para aquella época ya me había casado”, dice el abuelo.

Es así como José “a punta de machete y pala” se abrió paso entre el bosque subtropical de la zona. Su primera casa fue de madera, no tenían servicios básicos y velas de sebo alumbraban las noches. El agua que utilizaban era de un pequeño arroyo que quedaba a menos de 40 minutos del lugar.  La vida era apacible a pesar de sus necesidades. Luz, esposa de José, se dedicaba a cuidar a sus animales, mientras él sembraba hectáreas de maíz, naranja, limón, etc.

“A mediados del 60, más familias entraron al sector y fundaron los recintos Santa Lucía, Cañas, entre otros. Tahuín fue el primer pueblo de este lugar y, claro, la mayoría de familias del sector proviene de Loja, somos un pedacito de mi tierra en Arenillas. Cuando vieron que la tierra era productiva y que los ríos servían para regar los campos cultivados todos decidimos conformar lo que hoy es este y más poblados”, comenta José.

Tahuín no es un barrio, un recinto, menos una parroquia, ¿qué es entonces? La respuesta está en la voz de sus moradores que dicen: “Tahuín es el cielo, el sitio del cielo”. De hecho en las actas del gobierno parroquial de Arenillas no existe una definición limítrofe y territorial de Tahuín. Este tipo de casos se replica en algunas provincias de Ecuador, datos de la Comisión de Gobiernos Autónomos, de la Asamblea Nacional, señala que en Ecuador existen alrededor de 200 problemas limítrofes.

Pero el tiempo no parece correr en el sitio de Tahuín que se encuentra en el centro de 2 cerros y un río que lleva el mismo nombre que la población. Llegar a este punto del país toma alrededor de 13 horas, si  la partida es desde Quito. La primera para es Arenillas, luego se toma la autopista y, aproximadamente, se viajan 45 minutos hasta el pequeño poblado.

Tras recorrer un camino de tierra rodeado de extensos cultivos de naranja, limón y cientos de cabezas de ganado se llega a Tahuín. El pueblo está en la intersección de 4 caminos que llevan a diferentes recintos. A un costado de la calle principal está una vetusta iglesia, con paredes despintadas y se asemeja a una tumba olvidada.

Entre semana, este centro religioso guarda la soledad y quietud del pueblo, sus puertas no tienen candado, cualquiera puede ingresar, pero nadie lo hace, para qué si el púlpito está vacío.

Al extremo de la iglesia y al borde de una pequeña quebrada hay un patio lleno de árboles nativos que resistieron el tiempo y la mano del hombre. La cancha es de tierra y está rodeada de 6 casas con jardines adornados de árboles de guayabas y naranjas. En este lugar no viven más que 10 familias, eso da una población de 50 personas.

María Sarango (76) llegó después a Tahuín con su esposo, quien murió hace 3 años. Según la mujer, la vida en el lugar no ha cambiado mucho desde entonces, pues los hombres se dedican a la ganadería y agricultura, mientras que las mujeres a la crianza y cuidado del hogar.

La casa de María se encuentra frente a la iglesia de Tahuín. El día lo ocupa en los quehaceres del hogar, en cuidar a sus animalitos y en vigilar su pequeño sembrío de naranja.  

“Este lugar es hermoso para vivir, mucha gente se pregunta por qué la mayoría de las casas no tiene ventanas, pues aquí nada se desaparece, no hay ladrones ni nada que temer”, dice María, mientras camina por una cuesta hacia su sembrío de naranjas.  

Los pobladores de Tahuín viven tranquilos, pero sí piden más preocupación de las autoridades municipales, pues casi no cuentan con servicios públicos. El agua que beben es de una vertiente. (I)

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