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Los habitantes abandonaron la producción de carbón para sembrar maíz, sandía y papaya

El trasvase Chongón-San Vicente trae esperanzas a Sube y Baja

Foto: Omar Jaén Lynch / El Telégrafo
Foto: Omar Jaén Lynch / El Telégrafo
07 de julio de 2015 - 00:00

Por Omar Jaen Lynch

Llegar no es sencillo, tanto por ubicación geográfica como por incomodidades en el trayecto. Quebrando a la derecha en la vía hacia Santa Elena, cruzando la comuna El Azúcar y a 17 tortuosos kilómetros de una carretera en mal estado, emerge Sube y Baja, agreste, rústico aún y con un dejo a pueblo congelado en el tiempo.

La mañana regala un ambiente fresco que hace un poco más fácil caminar por las polvorientas calles de la localidad, incluso en ciertos rincones hay lodo mezclado con heces de un ganado que transita libremente en la comuna.

Acá no hay tantos cantos de gallos, pero sí se escucha en cada recodo del poblado la aguda voz de Isidro Suárez, que se replica a través de un parlante ubicado en lo alto de la casa comunal.

Este ingeniero comercial es el presidente de la comuna y es el encargado de difundir las noticias de la localidad. Sus anuncios van desde la suspensión de reuniones de síndicos hasta la llegada de ‘extraños’ al sitio.

El líder, a pesar de su influencia, se muestra afable y abierto. Detiene la charla para, en cierta forma, arruinar el misterio del nombre de la comuna.

Sube y Baja se llama así sencillamente porque los antiguos pobladores cuando iban hasta Santa Elena a ganarse la vida tenían que recorrer una subida para salir del sitio y una bajada para retornar al hogar. Nada de intrigas, la localidad tiene una más que clara explicación para entender su nombre.

Luego de la digresión histórica, entre Suárez y demás pobladores -como don Santo Leuterio Suárez Rodríguez, un jocoso personaje con 63 años bien puestos- enumeran los eternos problemas de la comuna.

El principal, y más notorio, es que no existe ni un centímetro de terreno asfaltado, peor la vía de acceso que complica la entrada y salida de los habitantes y que, peor aún, ahuyenta a cualquier visitante.

Isidro Suárez ataja las quejas rememorando que las autoridades del cabildo de Santa Elena han prometido empezar con los trabajos en el segundo semestre del año. Aún están a la espera.

Pero el problema de la carretera no solo es algo de comodidad, afecta directamente a los bolsillos. En un cálculo apresurado, los vecinos fijan en $ 5 la ‘aventura’ de salir de la comuna hacia Santa Elena.

Lo tienen que hacer en motocicletas o camiones alquilados porque hasta la zona no llegan buses u otro tipo de transporte público.

Desde octubre del año pasado la población goza de agua potable por gestiones con autoridades seccionales de varios años, pero sobre todo al renovado motor que tiene la zona: el trasvase Chongón-San Vicente y sus distintas ramificaciones.

El proyecto hídrico ha permitido a Sube y Baja dar el salto de su antigua actividad comercial que era la producción de carbón para llegar a la agricultura.

El riego que trae el trasvase ha motivado a los lugareños que busquen trabajo en las fincas que se apostan a lo largo de la carretera de acceso.

Así ahora los vecinos de Sube y Baja fijan sus esperanzas en lo que pare la tierra y abandonaron las prácticas de tala de árboles para conseguir la otrora valiosa hulla.

Las fincas cercanas producen maíz, papaya y melón que son comercializados en la capital de la ‘provincia 24’.

Producto de ese cambio de vida, la comuna forma parte del proyecto Socio Bosque, que recompensa a localidades que protegen áreas verdes.

Según el presidente de la comuna, este aporte es de $ 25 mil anuales, que sumados a los $ 9 mil que se otorgan desde la parroquia Julio Moreno, logran los aproximadamente $ 34 mil de presupuesto anual de la localidad.

A menos de una cuadra, los alaridos y risas de unos niños se muestran como algo insólito en una localidad que suele ser extremadamente silenciosa.

Son los menores de 5 años que empiezan a llegar hasta el Centro Infantil del Buen Vivir (CIBV) ‘Gotitas de ilusión’.

En ese lugar Vannesa Lairos, Ruth Rodríguez, Isidora González y Mildred Flores son las encargadas de cuidar y educar -a través de juegos- a los más pequeños de Sube y Baja.

Además los preparan para que puedan en pocos años asistir a la única escuela de la localidad, la Abdón Calderón.

Don Santo Leuterio es testigo silencioso de los días y afirma que ahí morirá “feliz y sonriente”, como siempre.

Alrededor del anciano se reúnen las maestras, las madres de familia, las autoridades para hablar alegremente. Es que aquí puede faltar brea en la tierra, pero jamás se mezquina una sonrisa. (I)

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