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No más de 10 casas se encuentran a los costados de la Ruta del Spondylus, en ese sector, en 500 metros de carretera

Cacao y maracuyá no faltan en Sal si puedes

Rocío Rodríguez, quien llegó a los 17 años al pueblo, dialoga con Ronald Vera, que vive desde los 4 años allí. En ese terreno funciona la cancha de indorfútbol. Foto: Elías Vinueza / El Telégrafo
Rocío Rodríguez, quien llegó a los 17 años al pueblo, dialoga con Ronald Vera, que vive desde los 4 años allí. En ese terreno funciona la cancha de indorfútbol. Foto: Elías Vinueza / El Telégrafo
21 de julio de 2015 - 00:00

Por Elías Vinueza Rojas

Salir del lugar hace 25 años era cosa seria. Había que escalar montaña tras montaña para poder llegar a El Salto, desde donde se podía movilizar por carretera a la playa de Muisne u otras poblaciones.

Los caballos y los burros no aguantaban el trajín del viaje y sus jinetes debían seguir a pie. A veces tocaba parar y pasar la noche en medio de la oscuridad de los matorrales hasta que amaneciera para retomar el recorrido. El lodo alcanzaba las rodillas.

Llegar a El Salto, localidad que ahora queda a 13 kilómetros de distancia y a solo 15 minutos en bus gracias a la carretera que se construyó hace casi 15 años, demandaba un día de recorrido.

Otra forma de movilización era caminar 2 kilómetros hasta un brazo de mar para tomar un bote hasta la playa de Muisne.

Por esas dificultades, cada vez que un poblador avisaba que saldría del sector, los vecinos le desafiaban: Sal si puedes.

A este lugar, cuando no tenía pobladores ni nombre y al cual ya no es difícil trasladarse ni entrar y menos salir llegó Juan Macías hace más de 30 años.

Había vendido su finca en El Empalme, en la provincia del Guayas, para cuidar otra en la parroquia de San Gregorio, del cantón Muisne, lo que ahora es Sal si puedes.

“Me gustó mucho el sector y le compré 23 hectáreas a los Cuzme por 120 sucres”, recuerda Juan, ahora de 64 años, después de bajarse de su querida ‘Blanquita’, la yegua blanca en la que recorre esas tierras que adquirió hace 3 décadas, repletas de palma, árboles de maracuyá, ganado y gallinas.

En esa misma época ganaba 5 sucres diarios de vez en cuando. No había trabajo frecuentemente y conseguir dinero era una tarea tan difícil como salir del lugar.

“Ahora uno hasta se da el lujo de buscar a dos trabajadores para que ayuden. Había días que no se tenía ni para comprar sal, así que vivíamos a punta de guineo y camarón del río”.

Otra opción era juntarse con amigos que cuidaban otras fincas del sector para ir a cazar guanta, guatusa o tatabra.

En ese grupo estaba Wilson Moreira (+), quien llegó a ser el fundador del pueblo en 1989 y luego concuñado de Juan, quien le vendió una parcela al primero.

Moreira construyó la primera casa y ayudó a que otras personas hicieran las suyas. Así comenzó el recinto al que ahora se puede llegar en tres líneas de bus (Costeñita, River Pacífico y Tabiazo), que van para Chamanga o Mompiche. Desde Sal si puedes se paga 50 centavos hasta El Salto y un dólar hasta el malecón de Muisne.

La tranquilidad del recinto, compuesto por una decena de familias y la misma cantidad de casas, solo se ve afectada por los campeonatos de indorfútbol, ecuavoley, los juegos de billar en la casa de Rocío Rodríguez (35 años) y su esposo Manuel Macías -hijo de Juan-, las fiestas de la Virgen de Fátima, en septiembre, y cuando juega Barcelona.

“Todo el pueblo se viste de amarillo. Solo hay un emelecista, Édison Vergara, y no pasa aquí porque se fue a Quito”, cuenta Jimmy Barens, presidente de la comuna.

El cartel que da la bienvenida al pueblo confirma la identificación de sus habitantes con el equipo guayaquileño: ‘Bienvenido a Sal si puedes, escuela Víctor Hugo Martínez, km 13,5’. Y junto a la leyenda el escudo de Barcelona.

“Este lugar es el más tranquilo, aunque el nombre es un poquito pesado y asusta. Nunca ha habido un asesinato ni un problema grande”, cuenta una sesentona Alicia Vergara, hermana del fundador del pueblo, desde la ventana de su casa, ubicada en una loma, al costado de la Ruta del Spondylus, que tiene a Mompiche como uno de los grandes destinos.

Alicia, que se asentó en Sal si puedes en el 2000, es dueña de una pequeña despensa en la que vende agua, bolos, azúcar, arroz y guanchaca.

De lunes a viernes hay poca actividad. Los jefes de hogar viajan a otros pueblos con fines comerciales. Los sábados por la tarde, en cambio, los vecinos se reúnen en la casa de Rocío, más conocida como la ‘Patucha’, para jugar indorfútbol en la cancha de tierra que está adelante de la construcción mixta de dos pisos.

Así entrenan de cara al torneo que arrancará en agosto y concluirá en septiembre, mes en el que se premia a los ganadores y en el que se elige a la Reina, honor que recayó en 2014 en Roxana Macías, hija de Rocío.

En Sal si puedes, a 45 minutos de Atacames, por la Ruta del Spondylus, pasando El Salto, El Ojal y Bilsa, las familias se dedican a múltiples actividades para subsistir, pero la cosecha y venta de cacao (a 40 o 45 dólares el quintal), maracuyá y palma es común en todas.

La escuela, que se inauguró hace 20 años, dejó de funcionar hace dos porque no podía cumplir con los requisitos que exige el Ministerio de Educación, así que los niños y jóvenes de la comunidad debieron estudiar en escuelas y colegios en poblaciones que no quedan a más de 20 minutos en bus.

Hay una iglesia, de 6 metros de ancho por 8 de largo, y permanece cerrada, excepto el primer sábado de cada mes en que el padre Julio, que viene de Muisne, oficia la misa.

O cuando se realizan las ceremonias del bautismo y la primera comunión, sacramentos para los cuales los niños del sector son preparados por Alicia.

“Nadie se ha casado allí, la mayoría de nosotros somos unidos nomás”, dice Rocío mientras acaricia a su perro con un palo.

Ya algunos contrataron televisión por cable, no hay agua potable y la energía eléctrica falla todos los días por un par de horas, dice Juana Rodríguez, quien llegó a esas tierras de la mano de su esposo Carlos Bravo, provenientes de Manabí.

“Mi suegro, Alberto Bravo, nos vendió este terreno, él no se quiso venir porque decía que era feo. Cuando llegamos sufrimos bastante, pero logramos subsistir porque trajimos gallinas y chanchos desde Santo Domingo, y sembramos arroz. No había leche”.

Ahora la familia Bravo-Rodríguez cosecha borojó y yuca, vende jugo de caña, carne, pescado, snacks y tiene una vulcanizadora.

“Aquí encuentra de todo, vine porque el señor Bravo me consiguió 600 plantas de cacao en Quinindé”, comenta Juan Carlos Bermúdez, comerciante de Muisne, que espera el retorno de Carlos a Sal si puedes, un pueblo 100% barcelonista, porque el único emelecista que había sí logró salir. (I)

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