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El Telégrafo
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En Madre Tierra parece que el tiempo se detuvo

En Madre Tierra parece que el tiempo se detuvo
01 de marzo de 2015 - 00:00 - Nelson Silva Torres

Vivir en Madre Tierra, en la provincia de Pastaza, era como “el paraíso” para los primeros colonos que llegaron de Tungurahua, Azuay y Pichincha: el suelo era tan fértil que todo lo que sembraban se producía en abundancia, hasta que en la década de los setenta creció furioso el antiguo río Pastaza y destruyó los cultivos.

La “ira del río” desmotivó a muchos colonos; algunos decidieron marcharse a trabajar en El Oro o migrar a Estados Unidos. Otros, entre ellos, Manuel Quituisaca, originario de Guachapala, en Azuay, se quedaron y con “amor” volvieron a sembrar. En los 132 km2 que conforman la superficie de Madre Tierra, la mayoría de colonos y los indígenas de las 16 comunidades kichwas viven de la agricultura. El nombre justamente le deben a esa “generosidad y bondad de la madre buena”, dicen.

La caña de azúcar, papa china, yuca, maíz, plátano, naranjilla, guayaba y limón se daban antes en abundancia, hoy un poco menos, especialmente desde que el río Pastaza cambió su cauce natural y por la falta de recursos. No tienen vías de acceso para sacar desde las chacras los productos al mercado del cantón Palora (Morona).

En cambio, la vía de la Troncal Amazónica que conduce al Puyo (Pastaza) está bien, no así los caminos que conectan con las fincas agrícolas, los que en inviernos como el actual se tornan intransitables. Los 1.200 habitantes que se ubican en el pueblo y en las riveras de los ríos Pastaza, Putuimi y Puyo, son mayoritariamente kichwas, mientras que otros llegaron en la década de los 50. Quituisaca vive en Madre Tierra desde 1963. En una de las tantas veces que visitó a su hermano en Morona decidió quedarse.

Con el paso de los años y la llegada de los colonos, el área se convirtió en cañaverales, hasta que el río se llevó todo “menos la esperanza”, contó Quituisaca dibujando una sonrisa en su rostro marcado por el tiempo: ya cumplió 77 años.

Han transcurrido 52 años desde que se afincó en esta zona y hoy es propietario de una tienda de abastos frente al parque central de la parroquia, el mismo sitio que antes era selva y el calor golpeaba inclemente. Una sábana era suficiente para cubrirse en las noches. El tiempo parece haberse detenido en Madre Tierra.

Esa conexión con el pasado se evidencia en la forma de sus casas: de madera rústica de chonta, guadúa y techo de paja o zinc, en algunos de cuyos rincones se dejan ver arañas, balanceándose entre sus tejidos de seda. El calor es tal que a veces llega a los 28 grados. Los caminos son aún rudimentarios, angostos y con maleza colándose por los lados.

Sabía usted:

En esta zona, la telefonía rara vez funciona. El agua no es potable, el dispensario queda lejos y los caminos son rudimentarios.

En este sector, se evidencia la falta de obras y servicios. El agua que reciben llega entubada, desde una vertiente de la parroquia vecina Mera. Además, el alcantarillado está incompleto y no hay piscinas de oxidación.

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