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El gobierno no plantea una solución al problema habitacional de sectores vulnerables
"Solo llegan papeles diciéndonos que desalojemos el lugar"
“Me llamo Lolin Mozambique Pérez. Tengo 63 años y soy natural de Iquitos, en la selva peruana. Vine a Lima hace 8 años. ¿La razón? En Lima se gana mejor y las cosas cuestan mucho menos.
En mi tierra, trabajaba como comerciante de carbón y leña. Con eso daba de comer a mi familia y educaba a mis hijos. Pero la situación en provincia es precaria, pobre. Ganaba un jornal mínimo. Poquísimo.
El campesino allá es explotado como al poderoso le da la gana. Por ejemplo, un obrero de la construcción, semanalmente, ganará sus 120, sus 150 soles ($ 45 en promedio); una empleada doméstica, a la que le pagan ‘muy bien’, ganará sus 200, 250 soles mensuales ($ 80 en promedio), y eso si les pagan completo, si al patrón no se le da la gana de descontar agua, comida, jabón, y apenas le botan 50, 80 solcitos. Y usted sale con esa plata a la calle, ¿y qué compra? El pollo está carísimo, el arroz está carísimo… acá en Lima, en cambio, no gano menos de 350 soles ($ 110) semanales como operario, bastante, y mi esposa no trabaja por menos de 25 soles la jornada diaria (9 dólares).
Eso es mejorar la vida, ¿diga? Trabajé durante cinco años en la fábrica de reciclaje, un molino que tritura toda la basura: ganaba bien, pero ya me retiré porque quiero dedicarme al comercio, y por salud. Si me hubiera visitado cuando trabajaba en la fábrica, no hubiera podido conversar así como ahora, tranquilo, solo tosía; cada dos palabras tosía, escupía, por el polvo de ese molino pues, todo el día respirando ese polvo… acá, al Malecón del Río Chillón, en la costa central de Perú, llegué a vivir hace 5 años.
Vine por una invitación de unos vecinos que ya vivían acá, a quienes les decían los ‘maceteros’ porque hacían macetas pues. Bueno, ellos me dicen un día: ‘Lolin, queremos hacer un asentamiento humano’, y yo les digo: ‘Ya, yo voy’, y vine pues, con mi esposa llegamos primeritos.
Esto que usted ve era potrero solamente, alto monte en el que se escondían los fumones y los violadores de todo Lima. Al principio era feo vivir aquí, porque a las 6 de la tarde se acababa la luz del sol, y nos quedábamos a oscuras, y nadie podía salir de sus casas porque estos delincuentes le metían al monte, le mataban, y le echaban al río Chillón. Pero poco a poco les fuimos ganando. Haciendo faena todas las semanas, cortando la maleza, quemando el monte, fuimos haciendo que los escondites de esta gente desaparezcan.
Y fuimos asentando las casas. Aquí, donde estamos sentados, por ejemplo, hay muchísimo trabajo. Imagínese que esto tenía tres metros de alto más arriba de donde estamos. Y fuimos cavando todos los días, empujando la tierra al río para ganarle sitio, haciendo más ancha la orilla para que la gente pudiera caminar. Y como veían que ya las casitas se iban asentando, la gente empezaba a llegar. Sesenta y nueve familias éramos al inicio. Todos compartiendo pozo de agua, todos compartiendo un solo medidor de luz, con silos que dan al río, en cada casa, pero ya la vida estaba en marcha… la gente acá se dedica sobre todo al negocio, al comercio, son comerciantes informales, vendedores de peinillas, de pilas, de comida en la calle, otros, a los que les va mejor, trabajan en las fábricas de reciclaje, y algunos en las chacras que hay acá al costado. Estos, los ‘chacreros’, son los últimos que han venido a meterse en este sector, pero ya por negocio.
Viendo cómo nosotros le ganamos al río, con trabajo y esfuerzo, ellos también han querido hacer su relleno y venderlo como terreno firme. A 600, a 700 soles ($ 250) han vendido hace años los terrenos. Y la gente se asentó ahí. Alzó su casa de madera y se puso a vivir… el día que creció el río Chillón todas esas casas que se alzaron sobre el relleno de los ‘chacreros’ fueron arrastradas por la creciente.
Nosotros corrimos a ayudar a los demás vecinos que estaban desesperados, avanzamos a desarmar sus casas, a sacar las cosas que tenían, televisor, ropa, cocina, a poner a los niños en lugares seguros, nadie perdió la vida, pero veíamos cómo en el agua se iban algunas casas, camas, cuadernos, comida… No parecerá, pero hay gente a la que le cuesta mucho comprar un cajón para guardar sus zapatos… pues bueno, esa gente lloraba, se desesperaba. Se iban sus casas.
En mi sector, la gente estaba tranquila. Yo mismo estaba tranquilo. En la selva, yo conocí el río Amazonas, ese es un río, este de aquí solo es una zanja. Se cruza echando un palo a la creciente, jaaaaaaaaaaaaa… pero el sonido que hacía esa noche el agua no nos dejó dormir. Sonaba abajo como si estuviera trayendo piedras, como si pasara arrastrando animales, personas, carros, sonaba feo… durante las dos semanas que siguieron a la creciente llegó ayuda de distintos sectores, la Municipalidad de Lima nos trajo médicos para que revisaran a los niños, y una universidad nos dio almuerzos todos los días.
Nos organizamos para que esa ayuda fuera dirigida a los que más necesitaban. La gente que se había quedado sin nada se fue al centro a arrendar un cuarto y meter ahí a toda la familia. Otros, los que salvaron las maderas de sus casas, las amontonaron cerca de donde estaban sus terrenos y regresan todas las noches a ver si las maderas siguen ahí. Me contó un compadre que hace días apareció un hombre ofreciendo terreno en Puente Piedra para la gente que se había quedado sin nada. Enganche de 100 soles no más. Y la gente le creyó y fueron a ver los terrenos, y el hombre les pidió que pagaran los 100 soles para ya pasar la primera noche ahí. Y la gente pagó. A la madrugada les sacaron a balazos, les hicieron correr por el desierto. Les robaron.
Hay gente que se aprovecha de todo esto… de la Municipalidad de mi distrito no ha venido nadie. Solo nos llegan papeles diciéndonos que desalojemos el lugar, que por el bien de los niños y los ancianos nos vayamos, que el río va a seguir creciendo. Pero yo le pregunto, ¿a dónde nos vamos a ir? Por el bien de los niños y los ancianos es que nos quedamos. Si nos vamos, estoy seguro de que más de uno se moriría, porque nos tocaría dormir en la calle, debajo de los puentes. Si tuviera para comprar un terreno lo haría. Pero por este sector valen 25.000 soles, 30.000, y cuotas mensuales de 1.500, ¿quién gana eso?... casi el 80% de los vecinos que he consultado está para quedarse. No vamos a ir a ningún lado…”. (I)