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“Sentí alivio... Videla murió en prisión”
Cuando se produjo el golpe del 24 de marzo de 1976 tenía 10 años. Recuerdo que ese día, la junta militar dio asueto escolar y me pasé con mis hermanos jugando al fútbol todo el día. No sabía qué era la dictadura en ese entonces. Ni siquiera cuando mi maestra me propuso competir en un certamen educativo cuyo premio mayor era un viaje a Estados Unidos.
- ¿Tus padres tienen algún tipo de militancia política? – me preguntó mi maestra al lado de la directora, que me miraba con el ceño fruncido.
- Creo que son socialistas – les respondí ingenuamente. Recordaba que en casa mis padres tenían en gran estima la figura de Alfredo Palacios, el primer diputado electo socialista en las Américas.
- Ah, no, no, no... respondió la directora, meneando la cabeza. Finalmente eligieron a otro alumno sin complicaciones políticas.
No fui un adolescente heroico de los que se plantaron ante el régimen...Aquel año 1976 empecé a tomar conciencia de lo que pasaba. No solo era por el pelo corto que me obligaban a llevar bajo pena de impedirme el ingreso a clase. Un día decidimos con mis hermanos festejar un histórico triunfo futbolístico que habíamos conseguido, junto a nuestros amigos del barrio, sobre un equipo rival. Era nuestra primera victoria después de decenas de derrotas... El arquero del equipo ofreció su casa y ese sábado a la noche organizamos el festejo.
Mi padre dudó en dejarnos ir. Finalmente aceptó y le encomendó a mi hermano mayor, por entonces de 14 años, que nos cuidara. Pero una frase me sacudió la cabeza:
- Tengan muchísimo cuidado. Miren que ahora la policía dispara primero y pregunta después.
Viví en dictadura hasta el fin de mi escuela secundaria. No fui un adolescente heroico de los que se plantaron ante el régimen. Recuerdo cánticos como "se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar" que entonábamos en algún recital de rock o en algún acto escolar. También me quedan imágenes de interrogatorios policiales en esquinas oscuras de Buenos Aires, las manos contra la pared y los golpes en los pies para que abriera bien las piernas mientras me palpaban de armas. Y las preguntas, siempre las mismas preguntas:
- ¿A dónde vas? ¿Donde vivís? ¿Qué leés? ¿Sos comunista? ¿Sos guerrillero, no? ¿Por qué tenés el pelo tan largo? ¿Qué opinas del Che?
Tuve suerte. Siempre me preguntaron, de malos modos y con algún zarandeo, antes de disparar. Miles de mis compatriotas no tuvieron la misma suerte.
Después, a mis 17, vinieron las movilizaciones multitudinarias en las que los jóvenes respaldamos la candidatura de Raúl Alfonsín, quien prometía enjuiciar a los dictadores. Era el fin del régimen militar.
Me enteré de la muerte del ex dictador Jorge Videla camino a la oficina. Sentí alivio. Murió en prisión, pensé. Se hizo Justicia.