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Religiosos argentinos fueron asesinados en época de la dictadura
La Iglesia argentina envió un papa a Roma, el cardenal Jorge Bergoglio, pero arrastra como un lastre su silencio cómplice frente a la represión de la dictadura militar (1976-1983) de Jorge Videla.
El nuevo papa Francisco, jefe de los jesuitas de Argentina entre 1973 y 1979, no escapa a las críticas, pero el terror que imponían los militares de la época lograba apagar cualquier voluntad de oposición. “Hubiéramos deseado una resistencia más activa de la Iglesia y del padre (Jorge) Bergoglio, pero en ese caso no estaría más en este mundo”, afirma el historiador de religiones francés Odon Vallet.
El Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) registra un centenar de religiosos (curas, monjas, seminaristas, laicos) asesinados o desaparecidos entre 1976 y 1983. Otros fueron detenidos, a veces torturados, y luego liberados, como ocurrió con los dos jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, caso que ha salpicado al Papa.
Bergoglio siempre negó cualquier responsabilidad en el secuestro y detención de los jesuitas, asegurando en cambio que había intercedido ante Videla para obtener la liberación, que ocurrió después de cinco meses.
Distinguido en 1980 con el premio Nobel de la Paz por su combate a favor de los derechos humanos en Argentina, Adolfo Pérez Esquivel apunta contra “los obispos cómplices de la dictadura”, mientras que exonera al nuevo Papa, porque “no colaboró”.
“Hubo pocos obispos que fueron compañeros de lucha contra la dictadura, pero en Argentina también hubo muchos mártires: religiosos, curas, monjas y laicos”, sostiene.
Odon Vallet resalta que en esa época en Argentina, “las fuerzas militares aterrorizaron probablemente más a la población que en otros países de América Latina, incluido Chile”, donde la Iglesia se movilizó más. “Cuánto más terror, la gente más se calla(...) Es difícil oponerse frontalmente a un poder sin provocar múltiples mártires”.
Algunos meses después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 que llevó al poder al ex general Jorge Videla, la máquina represiva eliminó a religiosos que habían desafiado la omerta en la provincia de La Rioja (noroeste): dos curas franciscanos, el francés Gabriel Longueville y el argentino Carlos de Murias, fueron torturados y luego asesinados, un laico cercano a ellos fue fusilado y dos semanas más tarde, caía también el obispo Enrique Angelelli. Habían cometido el error de criticar al régimen. Un proceso de beatificación está en curso para los tres primeros.
A la inversa, el ex capellán de la Policía de la provincia de Buenos Aires, Christian Von Wernich, fue condenado en 2007 a prisión perpetua por complicidad en siete homicidios, 31 casos de tortura y 42 secuestros, en un juicio por crímenes en la dictadura.
Los familiares de las víctimas acusan al clero de cerrar los ojos en lugar de denunciar, además señalan a curas que por haber denunciado a opositores al régimen fueron torturados y asesinados.
Frente a la capilla de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), emblemático centro de detención y torturas en Buenos Aires, un cartel anuncia al visitante: “En este edificio funcionó la capilla de culto católico que durante la dictadura genocida estuvo a cargo de capellanes partícipes del terrorismo de Estado”.
Como autocrítica, la Iglesia argentina lamentó en 1996, 2000 y 2012 no haber hecho lo suficiente para ayudar a las víctimas de la dictadura, pero esas declaraciones fueron consideradas insuficientes por organismos humanitarios y familiares de víctimas, que reclaman que la institución abra sus archivos para echar luz sobre período oscuro.
El número de víctimas durante la dictadura difiere, según las fuentes. Los organismos humanitarios estiman que desaparecieron 30.000 personas, mientras que los militares reconocen que fue de 6.000 a 7.000.