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Este servidor de la iglesia promueve la asamblea constituyente como una intención de refundar la nación

Raúl Vera, un obispo que defiende a homosexuales, migrantes y desaparecidos

En México es común ver al obispo Vera apoyar causas ciudadanas, como la marcha que organizaron los familiares de los desaparecidos políticos. Foto: Cortesía de Jackie Campbell
En México es común ver al obispo Vera apoyar causas ciudadanas, como la marcha que organizaron los familiares de los desaparecidos políticos. Foto: Cortesía de Jackie Campbell
10 de mayo de 2015 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe. Corresponsal en Ciudad de México

Tiene 69 años y el cabello completamente cano. Inquieto y extrovertido, pone su mano derecha en el bolsillo del pantalón mientras con la izquierda gesticula, caminando por la sala. “¡Tenemos que ser muchos de manera que no les alcancen las balas para todos!”, dice apasionado ante una auditorio de unas 35 personas entre monjas, curas y algunos laicos en el XIII Encuentro de Justicia y Paz de la familia dominica.

Es una reunión a puertas cerradas en la capital de México y el obispo Raúl Vera llega para hablarles del “reino de Dios en la Tierra” como también de leyes, dignidad e injusticia en el “nuevo capitalismo liberal”. Con total naturalidad resalta la importancia del trabajo de base, de “ir a los parajes para formar a los cuadros”.

Los dominicos escuchan atentos, los mantiene cautivos intercalando reflexiones políticas con discusiones teológicas y chistes. “¿Sabes qué es la inflación? Pues que mientras unos soplan otros se inflan”, dice, y algunos no pueden contener la carcajada. Las novicias toman fotos y videos con pequeñas camaritas o con sus propios celulares. ‘Hoy no se margina, se elimina’, apunta una de ellas en su libreta; tiene veintitantos años, viste larga y discreta falda negra con abrigo de punto color gris oscuro.

El obispo conecta su computadora a un proyector y valiéndose de frases e ilustraciones comienza a explicar su propuesta. Viene a promover una Asamblea Nacional Constituyente “para que nosotros, todas y todos los ciudadanos mexicanos, nos convirtamos en constructores de la historia del país”. Les habla de referéndum, plebiscito, consulta popular y revocación de mandato. Eleva la voz y gesticula apasionado; explica su idea para refundar a la nación.

De teólogo a jtatik

Raúl Vera es obispo de la diócesis de Saltillo, en el norteño estado de Coahuila, desde el año 1999, y antes lo fue de Ciudad Altamirano, en Guerrero. No es fácil hablar con él porque su agenda siempre está en rojo, parece no tener minutos libres entre viajes por México y el mundo. Igual cabildea por derechos humanos en Europa, asiste a reuniones de movimientos sociales en el Vaticano, cumple compromisos de la cúpula eclesial y corre a dar misa entre mineros en pleno desierto.

Después de varios meses de gestiones, su asistente Jackie Campbell consigue un espacio para EL TELÉGRAFO. La plática se extiende mientras lo acompañamos en sus actividades: hablamos al amanecer dentro de un carro que atraviesa la capital mexicana, en algún rincón de un convento y de nuevo a bordo del auto, de camino al aeropuerto. Así vive Raúl Vera, exprimiendo cada segundo del reloj.

-Usted defiende a migrantes, homosexuales, mineros, trabajadoras sexuales y familias de desaparecidos, ¿por qué ha elegido esas causas?

“Porque son las víctimas de este sistema. Y no las he elegido yo, me han puesto frente a ellas”

-Pero son temas que algunos eligen ver y otros no.

“Yo empecé a cambiar mi vida desde que era estudiante. Los dominicos me enseñaron a entender que la pobreza era efecto de una estructura mal hecha, entonces no me quise incorporar a esa estructura y dije ‘no voy a trabajar para ella, no voy a trabajar para la industria”.

Corrían los años 60, el movimiento estudiantil hacía ebullición en México y Raúl Vera, entonces alumno de ingeniería, se sumaba a los reclamos. “Cuando vino el movimiento del 68 los estudiantes cuestionamos fuertemente cómo se estaba organizando el país”, comenta mientras relata que se había titulado de Ingeniero Químico y ejercía la docencia cuando decidió optar por el sacerdocio. No fue desencanto de la política, por el contrario: “Me dije ‘somos muy pocos los que llegamos a la universidad. Raúl, ¿qué haces aquí? Vete a predicar el evangelio a un espectro más amplio’”.

Ingresó a la Orden de Predicadores, más conocida como dominicos, donde descubrió “un cristianismo más extenso” y “el evangelio aplicado” que “llama a trabajar en la construcción de la historia”. Entonces se topó con la Teología Latinoamericana (o Teología de la Liberación), “hicimos la revolución dentro del convento: organizamos una vida comunitaria más intensa, menos formal, íbamos una vez por semana a celebrar misas fuera. Hicimos la revolución…por eso yo acabé estudiando en Bolonia (Italia). Nos tuvieron que dispersar, a unos nos mandaron a Bolonia, a otros a Auckland y así”.

La institución separó a los jóvenes religiosos, los envió a otros países para desactivar el germen de cambio. Así Raúl Vera se formó en Italia dentro de una escuela teológica clásica en y a su regreso fue designado obispo en el año 1987. Estuvo en el estado de Guerrero donde “me aventaba homilías medio candentes y el secretario me decía ‘no hable así padre que ya nunca lo van a sacar de aquí’”.

En 1995 lo nombraron coadjutor con el objetivo de que controlara al entonces obispo de Chiapas, Samuel Ruiz, criticado por su cercanía con pueblos indígenas durante el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En las selvas del sureste se internó por completo en el mundo indígena y así el teólogo boloñés se transformó en jtatik (papá en lengua tzotzil, la forma de mayor cariño y respeto por allá).   

“Estar 4 años en Chiapas me cambió profundamente la vida”, resume y a cada rato vuelve a mencionar su experiencia. “Fue el factor personal de don Samuel (Ruiz, 1924-2011); el factor de los pueblos originarios, una cultura llena de humanismo; y el factor de una iglesia que traducía el evangelio a la vida”.

Más que controlar a Samuel Ruiz se hizo su cercano colaborador y uno de sus principales trabajos allí fue unir zonas pastorales, organizar a los creyentes. Hablar, escuchar y caminar en tiempos peligrosos porque “los indígenas se rebelaron y el gobierno les respondió con una guerra de baja intensidad, haciendo paramilitares a los jóvenes”. A su memoria llegan recuerdos de cuando atravesaba zonas de paramilitares para ir a platicar con creyentes en la parroquia de Tila, un municipio de la selva habitado por personas de etnia cho’l. Sus interlocutores estaban siendo perseguidos y entonces vio que podía morir.

“El día que yo decidí caminar junto al pueblo dije: a este pueblo lo están matando, los paramilitares andaban asesinando catequistas y la guerra contra el Ejército Zapatista iba también dirigida a la Iglesia. La Iglesia éramos enemigos del gobierno porque decíamos que las cosas no se iban a arreglar con represión, sino con justicia. Me dije empiezo a caminar expuesto como ellos o no soy digno de ser su obispo”. (I)

“Él se dio la tarea de reunirnos y nos defiende”

Cerca de 26.000 personas fueron desaparecidas en México entre 2006-2012 y otras 7.000 desde entonces a la fecha, según datos que manejan organizaciones no gubernamentales. El norte del país ha sido una de las zonas más golpeadas y la diócesis que encabeza Raúl Vera no ha sido indiferente.

“Nos dolió ver a las familias con el dolor que tenían y decidimos acompañarlas”, sintetiza mientras relata el primer caso que conoció, la desaparición de 12 personas en Piedras Negras, Coahuila. No solo ha peleado por ellos, impulsó el surgimiento de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Coahuila (Fuundec), una de las primeras y más activas organizaciones de familiares de desaparecidos de los últimos años, que se ha extendido hasta conformar ahora la red de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de México (FUNDEM).

A Diana Iris García, integrante de Fuundec y madre del estudiante Daniel Cantú Iris, desaparecido desde 2007, no le alcanzan las palabras para hablar del obispo Vera: “Él se dio a la tarea de reunirnos a las familias para pensar qué hacer. Es solidario; nos alienta, nos defiende, nos acompaña; en su homilía nos incluye y hasta pide a los sacerdotes que nos incluyan. Es un ser humano excelente que sale de la figura clásica de un obispo porque siempre está defendiendo las causas sociales y echándole a los empresarios. Es molesto para cierta clase privilegiada”. (I)

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