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Los sepultureros piden que paren los asesinatos amparados por la ley

Presidente filipino admitió que mató a drogadictos

El sepulturero Alejandro Ormeneta embalsama un cuerpo dentro de la funeraria Verónica Memorial Chapels.
El sepulturero Alejandro Ormeneta embalsama un cuerpo dentro de la funeraria Verónica Memorial Chapels.
Foto: AFP
15 de diciembre de 2016 - 00:00 - Agencia AFP

Manila.-

El presidente de Filipinas Rodrigo Duterte admitió que cuando fue alcalde de Davao mató personalmente a presuntos delincuentes para dar el ejemplo a la policía.  

El mandatario hizo los comentarios en un discurso ante empresarios al referirse a la campaña para erradicar el narcotráfico en la que ya han asesinado a más de 5.800 supuestos traficantes o consumidores desde que asumió la presidencia el pasado 30 de junio.

Duterte ganó las presidenciales anunciando una guerra contra las drogas. Durante la campaña bromeó diciendo que las pompas fúnebres no se quedarían en paro. Esta política suscita fuertes críticas, tanto en el archipiélago como en el extranjero, pero los sondeos muestran que los filipinos apoyan la cruzada presidencial.

Los sepultureros piden que cesen las matanzas

Alejandro Ormeneta trabaja como sepulturero en Manila, una de las principales ciudades de Filipinas donde la guerra contra la droga ensangrienta a diario sus calles. Nunca ha tenido tanto trabajo como en los últimos cinco meses, pero solo pide una cosa: que las matanzas cesen.

Cada noche, Ormeneta recoge con sus colegas un promedio de cinco cuerpos, en general en los barrios pobres de los suburbios. Una rutina macabra que le plantea interrogantes sobre la campaña de represión contra el crimen emprendida por Duterte.

“Esto no debería de suceder, son personas, no animales”, declara el enterrador, de 47 años, que trabaja para las pompas fúnebres Verónica Memorial Chapels.

Recuerda que extrajo tres clavos grandes del cráneo de un presunto narcotraficante. “Creo que seguía vivo cuando le metieron los clavos en la cabeza. Tuvo que dolerle mucho”.

Ormeneta acudió recientemente a una barriada donde enmascarados mataron a un hombre. La víctima todavía olía a alcohol. Su hermana gritó cuando los policías le dieron la vuelta al cuerpo, acribillado a balazos, en medio de un charco de sangre.

La Policía declaró que Danilo Bolante, de 47 años, vendía shabu, una metanfetamina a la que el presidente Duterte acusa de destruir la sociedad.

Pero Chona Balina afirma que su hermano dejó de dedicarse al tráfico de droga y que alguien lo denunció a la Policía por la campaña lanzada por Duterte para incitar a traficantes y consumidores a reformarse, conocida como Tokhang.

“¿Para qué lanzar Tokhang si es esto lo que hacen a la gente que cambia?”, se preguntó.

El costoso funeral y los sobornos

Pese a estar muy ocupados los enterradores no cobran más. Muchas familias son demasiado pobres para pagar el funeral. “No sé cómo vamos a hacer porque no tengo trabajo”, dice Balina, tras haber aceptado en la funeraria una oferta de $ 1.220 (62.000 pesos filipinos) para el embalsamamiento, el ataúd y los servicios exequiales de su hermano.

Rico Teodocio, director de la empresa, cuenta que las tarifas oscilan entre $ 350 y $ 7.998 (18.000 y 400.000 pesos filipinos, respectivamente). Él propone normalmente descuentos y explica que las familias mendigan a veces en los cementerios para conseguir féretros gratuitos. “No sé si patético es la palabra correcta, pero dan lástima. Nosotros también sufrimos porque aplicamos precios bajos”.

Verónica Memorial Chapels, como otras pompas fúnebres visitadas, afirma que algunas familias no reclaman los cuerpos porque son demasiado pobres o tienen temor.

Las funerarias guardan los cuerpos dos o tres meses y luego los enterradores los sepultan gratis. “Es triste. Mueren y nadie viene a buscarlos”, dice Ormeneta, mostrando los cadáveres ennegrecidos de la morgue.

Su sector no se salva de la corrupción: algunos policías exigen el pago de dinero para informar a las empresas de los fallecimientos.

Duterte bromeó también sobre este asunto durante la campaña. “Estos policías son pícaros. Llaman a las pompas fúnebres para decirles ‘hay un cuerpo’”. Pasaré mañana para cobrar mi comisión”.

Una práctica que viene de lejos y que en resumidas cuentas abulta el costo a las familias, explican enterradores que piden el anonimato. “¿Qué podemos hacer? Hay que añadirlo a la factura”.

Para algunos empleados es una profesión como cualquier otra, pero para Ormeneta, un católico con cuatro hijos, es muy duro.

Para él, los microtraficantes no merecen la muerte. “Son víctimas de la droga. Tuvieron que ganarse la vida para no pasar hambre, a lo mejor por sus hijos. Haberles dado una oportunidad habría sido justo. ¿Acaso no es eso lo que dice la Biblia? ¡No matarás al prójimo!”. (I)   

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