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Los inmigrantes se preparan para resistir tiempos de hostigamiento en EE.UU.

Adrián González consuela a su hija Aileen después de ver a sus abuelos en el lado de México. El 19 de noviembre se les permitió reunirse luego de que se abrió por 3 minutos una puerta en la frontera con EE.UU.
Adrián González consuela a su hija Aileen después de ver a sus abuelos en el lado de México. El 19 de noviembre se les permitió reunirse luego de que se abrió por 3 minutos una puerta en la frontera con EE.UU.
Foto: AFP
04 de diciembre de 2016 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe, corresponsal en México

Días tensos viven los inmigrantes indocumentados que radican en Estados Unidos. El presidente electo, Donald Trump, amenaza con deportaciones masivas y en las calles se multiplican el hostigamiento y los comentarios racistas.

“Ya no tienen miedo para insultarnos y agredirnos. La gente que tenía odio sobre nosotros ya lo está demostrando”, dice Antonia, mujer de origen mexicano quien reside en Minnesota (norte) y como otros migrantes aquí consultados pide ocultar su apellido. “Hace unos días estaba yo en una tienda de comida. Hablaba por teléfono con mi hija en español y cuando colgué una mujer me dijo en inglés ‘esto es América y tienes que hablar en inglés”.

En una universidad del mismo estado, una jovencita de nombre Gladys se refirió a la discriminación de inmigrantes en medio de una clase. Al comenzar el debate, los blancos americanos se pararon y abandonaron el salón. Parecido ocurre en primarias: agreden a niños latinos, se burlan diciéndoles que los van a sacar del país.

“Esto no es nuevo —aclara Antonia porque tiene 15 años de residencia en Estados Unidos—. Desde que emigré he tenido que enfrentar a güeros (rubios) diciéndome ‘criminal’, ‘espalda mojada’, ‘te tienes que largar’, pero ahora que eligieron a este presidente, haga de cuenta que destaparon una olla de gusanos: empezaron a salir”.

En el estado de Pennsylvania (costa este), la situación es parecida. “Muchos adultos están con miedo de ser deportados y también hay muchos niños en pánico”, explica Carmen, activista del grupo Mujeres Luchadoras. “Estamos buscando apoyo para las personas que están sufriendo problemas emocionales como ataques de pánico, ansiedad y depresión”.

El terror es mayor en pueblos como Norristown, suburbios de Philadelphia, donde una tercera parte de la población es latina. Ahí vuelven al presente los recuerdos de lo ocurrido en 2010, tiempo de redadas masivas: “Llegaban en coordinación con la policía local, estatal y la migra –relata Carmen—. En las calles detenían a la gente y se metían a negocios donde se juntaban los hispanos. También entraban a las casas: rompían puertas y ventanas, volteaban colchones, sillones, tiraban fotografías y nunca tomaban en consideración si había niños, embarazadas o personas con condiciones especiales: se llevaban a todo mundo”.

Barack Obama saldrá del poder con el récord de mayor cantidad de deportaciones en la historia del país: cerca de tres millones de inmigrantes expulsados entre 2009 y julio de 2016. Al trauma de lo vivido se agrega la inquietud sobre el futuro próximo, ya que Trump promete ahondar esa política con la expulsión acelerada de otros tres millones de personas no nacidas en Estados Unidos a quienes considera “delincuentes” por poseer antecedentes penales (en ese país, faltas como infracciones de tránsito son consideradas “felonías” o delitos graves).

El racismo hacia los inmigrantes arreció desde el triunfo del candidato del Partido Republicano, pero son muchos los inmigrantes que rechazan el terror psicológico y buscan dar la pelea.

En la tienda, Antonia no se quedó callada: “Le respondí en inglés: ‘Soy americana, mis abuelos fueron americanos, mis bisabuelos fueron americanos y sé hablar inglés pero también español y además estoy aprendiendo somalí, ¿usted sabe algún otro idioma además del inglés?”, relata a EL TELÉGRAFO. Carmen también sigue adelante, redobla su labor de activista: organiza a paisanos, difunde información y tiende puentes entre grupos, sean preexistentes o los que están surgiendo ante esta coyuntura.

Las iniciativas se suman, las redes comienzan a extenderse. Por ejemplo en Waite Park, cerca de la frontera con Canadá, se reúnen ciudadanos, organizaciones y representantes de iglesias. Este domingo hubo unos 50 asistentes a la asamblea que duró más de tres horas. Escucharon testimonios y analizaron las opciones legales de lo que podría ocurrir a partir de enero de 2017.

“Queremos quitarle el miedo a la gente, que se den cuenta de que las cosas pueden cambiar pero no de la manera radical como se está diciendo. Queremos centrarnos en cómo podrían detener a migrantes y qué tipo de casos pueden ser los más afectados”, explica uno de los convocantes, el religioso José Velázquez, de la orden de la Santa Cruz. Remarca que para cambiar las leyes de migración se requiere la intervención del Congreso y ello, al menos, retrasaría la ejecución concreta de las amenazas de Trump.

Los inmigrantes quieren ganar tiempo y por eso organizan su resistencia. En Minnesota, explica el religioso, ya han delineado tres frentes: conseguir asesoría legal; “presionar para que iglesias y universidades se declaren santuarios para migrantes” (es decir lugares donde no se permitan deportaciones); y “organizar una peregrinación de protesta, como las que existían cuando fue el movimiento de César Chávez”, sindicalista y defensor de inmigrantes y campesinos en las décadas de los años sesenta y setenta.

Propuestas similares plantean los residentes en Pennsylvania. Hacen trabajo hormiga para concientizar sobre derechos civiles al tiempo que planean acciones públicas. “El 18 de diciembre haremos el día del migrante, estamos convocando a las personas para que salgan a la calle con sus hijos y con ropas típicas de sus países”, adelanta Carmen. También “estamos organizando a la gente para que vayamos a protestar a Washington el 20 de enero, día de la toma de la presidencia (acto protocolario en el cual asumirá Trump). Y no solo somos los hispanos, somos muchos grupos”. En apenas un par de semanas y solo desde Filadelfia ya reunieron a personas suficientes para completar 15 autobuses. Desde Miami, otros inmigrantes organizan una huelga nacional para ese día y en varias ciudades plantean que el paro de actividades dure una semana.

Mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos, hondureños e inmigrantes de diversos países de Latinoamérica se juntan con africanos, musulmanes e integrantes de otros grupos, las llamadas minorías que se saben en riesgo con la llegada al poder del ultraconservador Donald Trump. “No solamente estamos trabajando con hispanos indocumentados: también con mujeres, afroamericanos, musulmanes, gais, lesbianas, comunidad LGBTI. Buscamos maneras de solidarizarnos y crear una lucha social compacta”, dice Carmen.

No ven más salida que en la unidad ciudadana. No confían en las gestiones de sus gobiernos de origen, menos aún en lo que hacen las autoridades mexicanas.

—¿Qué opinan de las 11 acciones que anunció México, encabezadas por una línea de atención telefónica de ayuda consular?
—En lo único que nos ayudan es cuando nos morimos: el consulado nos da una parte del dinero para trasladar el cuerpo, al resto lo juntamos entre nosotros. Al consulado nunca nos acercamos a pedir apoyo porque no lo dan, solo nos facilitan los trámites del pasaporte y lo hacen porque eso les genera ganancias”. (I)

La deportación masiva sería inviable por ahora

Es prácticamente imposible deportar a tres millones de personas en pocos meses, explica el abogado estadounidense Jeff Larson, desde Minneapolis.

En primer lugar, porque en Estados Unidos “todas las personas tienen derecho a ir a una corte de inmigración y estar frente a un juez para defender su caso”. Allí se investiga “quién es la persona, cuál es su nacionalidad y si su país de origen la puede aceptar de regreso. En muchos casos esto no pasa rápidamente porque el sistema está obsoleto, tarda mucho”.

Larson, quien patrocina casos de inmigrantes y solicitudes de asilo, cita un ejemplo: “tengo un cliente cuyo caso ha sido prolongado por tercera vez. Ahora le agendaron ver a un juez de inmigración en el 2019, es decir hasta dentro de tres años”.

Entonces, para expulsar a tantos extranjeros como ha prometido, Trump “debería disponer de millones de dólares para entrenar, contratar e instalar a jueces, abogados de inmigración y cortes que puedan procesar a esa cantidad de gente. Esto tomaría tiempo”.

Además, la deportación masiva no sería posible con el actual andamiaje legal: “la ley no puede cambiar de la noche a la mañana”, dice con referencia a las principales trabas vigentes, las “órdenes ejecutivas” —o amparos— conocidos como “DACA” y “DAPA”. El primero, dictado en 2012, favorece a los jóvenes que ingresaron al país siendo niños —los llamados dreamers— y DAPA, aprobada en 2014, garantiza la permanencia a padres de ciudadanos y residentes permanentes en Estados Unidos.

Quienes sí podrían ser expulsadas de manera inmediata sin pasar por un proceso en corte son aquellas personas con “orden de deportación prioritaria”: a quienes se considera “peligrosos” por haber cometido algún delito grave.

“Lo sorprendente —destaca el abogado— es que en el discurso de Donald Trump se categoriza a todos como violadores y asesinos cuando no hay evidencia de que los inmigrantes, con documentos o no, registren una tasa delictiva más alta que los americanos, los nacidos en Estados Unidos”. (I)

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