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La sombra de Menem eclipsa al nuevo canciller argentino

La canciller argentina saliente, Susana Malcorra, junto a su sucesor, Jorge Faurie, en Buenos Aires.
La canciller argentina saliente, Susana Malcorra, junto a su sucesor, Jorge Faurie, en Buenos Aires.
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Su nombre es  Jorge Faurie. Es el futuro canciller argentino que reemplazará a la renunciante Susana Malcorra. Muchos lo miran con desconfianza. Y no solo desde la oposición. También desde las entrañas de la alianza oficialista Cambiemos y en especial en los dos aliados clave para la estructura de poder que sostiene a Mauricio Macri: la Unión Cívica Radical (UCR) y las huestes de la polémica diputada Elisa ‘Lilita’ Carrió, bautizada por funcionarios como la “conciencia moral” del gobierno.

Primero fue la sorpresa. Después la incredulidad y el enojo interno que -hasta ahora- solo se escucha en los pasillos del poder. La designación de Faurie cayó como una piedra pesada en la mochila de la alianza integrada por la UCR, Carrió y Propuesta  Republicana (PRO), el partido de Macri que actúa como timón del barco en que navega la coalición oficialista conservadora.

¿El motivo? El pasado de Faurie. Concretamente nadie olvida los profundos nexos del flamante ministro con el “menemismo”, la década neoliberal que marcó a fuego a Argentina en la década del 90 bajo la presidencia de Carlos Menem (1989-99). Aquella fue una era marcada por la corrupción enquistada en una ola de privatizaciones salvajes que dividió al país austral en dos, entre “ganadores” y “perdedores” de un modelo -en aquellos años defendido por Macri, por entonces un joven heredero de un poderoso grupo empresario fundado por su padre, Franco Macri- que hundió en la pobreza a millones de argentinos.

En la vereda de enfrente sonríen porque creen que el gobierno mostró su verdadero rostro “neo-menemista”, blanqueando su herencia de un sistema de gobierno basado en los mismos ideales de entonces. Pero la oposición no solo recuerda el paso de Faurie por el gobierno de Menem -por caso era solo un diplomático de carrera en la dirección de Ceremonial de la Cancillería- sino los escándalos en los que estuvo incluido por su relación con el poder.

El futuro canciller que asumirá el 12 de junio está en la mira por dos hechos relacionados entre sí y cuya base tiene el mismo nombre y apellido: Ramón Hernández, un expolicía, excajero bancario y exsecretario privado de Menem que amasó una enorme fortuna durante el gobierno de su mentor. Hernández, que tuvo rango de secretario de Estado, era quien tenía la llave de acceso al entonces presidente. Se lo consideraba un hombre poderoso.

Faurie y Hernández se hicieron muy amigos. Y un día el diplomático accedió a hacerle un favor que le costaría caro. Le renovó el pasaporte diplomático cuando Hernández ya había dejado el gobierno y en la Casa Rosada había un nuevo inquilino: el expresidente Fernando de la Rúa (1999-2001). Hernández debía devolver su pasaporte diplomático -que le permite pasar las aduanas del mundo entero sin ser revisado-, pero en vez de ello logró que Faurie se lo renovara por cinco años cuando ya no cumplía ningún mandato oficial. El escándalo estalló en 2002 cuando Faurie había ascendido en el escalafón de la Cancillería y se desempeñaba como vice del entonces canciller Carlos Ruckauf durante el gobierno provisional de Eduardo Duhalde (2002-2003). Pero todo se resolvió entre amigos: Faurie fue enviado a la embajada de Portugal.

Pero no sería todo, aún faltaba otro escándalo. Ese mismo año la Oficina Anticorrupción lo denunció por haber omitido consignar en su última declaración jurada una sociedad que compartía con Hernández. Se trataba de la compañía Costes SRL, con domicilio en el lujoso y exclusivo Alvear Palace Hotel, en el emblemático barrio La Recoleta, corazón de la clase privilegiada de la sociedad porteña.

Detalló entonces el diario Clarín, hoy defensor del gobierno de Macri, Faurie explicó que ambos socios planeaban instalar un restaurante mexicano en el Hipódromo de Palermo, también en la ciudad de Buenos Aires. Pero el negocio no prosperó. El caso nunca pasó a mayores en la justicia. Hernández fue investigado por enriquecimiento ilícito, en especial por una cuenta a su nombre en Suiza por $ 6 millones. Su último trabajo conocido fue el de asesor del hoy senador Menem en 2007. Faurie, a su vez, siguió su propio derrotero diplomático.

Hasta hace unas semanas de hecho era embajador en Francia. Malcorra renunció “por motivos personales”, esgrimiendo la necesidad de estar junto a su esposo, que se recupera de una enfermedad. Pero en privado es un secreto a voces que no se llevaba bien con el jefe de gabinete, Marcos Peña.

El nombre de Faurie cayó del cielo. El mismo Peña -deseoso de profundizar su poder dentro del gabinete- se lo propuso a Macri. El presidente lo aceptó sin consultar a sus aliados. Carrió puso entonces el grito en el cielo: “Al que viene (por Faurie, ndr) obviamente lo voy a investigar primero. ¿Cómo no voy a investigar si me dicen que tuvo una sociedad con Ramón Hernández?”, sentenció Carrió al canal Todo Noticias, del Grupo Clarín. (I)

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