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Fuera y dentro a los procesos: oposición y contrarrevolución en América Latina

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“Yo le tengo miedo al espíritu oligarca, por una simple razón. El espíritu oligarca se opone completamente al espíritu del pueblo. Son dos cosas totalmente distintas, como el día y la noche, como el aceite y el vinagre.

(…) ¿Cuál es el espíritu oligarca? Para mí, es el afán de privilegio, es la soberbia, es el orgullo, es la vanidad y es la ambición; (…) el egoísmo de unos pocos aplastando a las masas”.

Apoyándome en esas palabras de Evita Perón pronunciadas en la Escuela Superior Peronista, quiero intentar tipificar en cuatro categorías a la oposición que golpea los procesos revolucionarios y progresistas de América Latina.

1. Las oligarquías tradicionalmente dominantes

Cuando por décadas la suerte de un país ha sido establecida por unas cuantas familias de banqueros, empresarios, altos funcionarios públicos, lo que más le duele a estos grupos de poder defenestrados es “su bolsillo”.

Son enemigos aquellos gobiernos progresistas y revolucionarios que ponen en el justo orden las prioridades nacionales (subsidios a los pobres y no a las transnacionales; reforma fiscal en sentido progresivo; etc.).

Aun más del órgano vital llamado “bolsillo”, le duele el orgullo de casta y -a veces- de raza. Que sea un indígena, un socialista, un sindicalista, un profesor, un chofer, ¡una persona del pueblo! a tomar decisiones en el interés de la nación, ¡eso no lo aguantan!

Es visceral su sentimiento de odio, están dispuestos a camuflarse de pueblo, a tomar el transporte público, a estar en la calle donde nunca pasarían, y se convierten en seres tan violentos, como la moto de ira que los agarra cuando aquel pueblo está en la calle defendiendo su revolución.

La oligarquía no tolera la autodeterminación del pueblo: prefieren vender su patria, hacer alianzas con potencias extranjeras, con tal de volver a ser alguien en la jerarquía nacional y regresar a su condición de privilegio.

Su real capacidad de influir y convertirse en contrarrevolución se basa en la coexistencia con  las otras tipificaciones que voy a describir más abajo.

2. El mediocre dirigente de partido que actúa como el “perro del hortelano”

La participación ciudadana muchas veces se exprime también mediante la adhesión a un partido o movimiento. Cuando un partido o movimiento es de Gobierno, las principales responsabilidades son: sostener el Gobierno y difundir sus resultados, vigilar sobre su contigüidad con el plan de Gobierno votado por el pueblo, llevar nuevas instancias populares al Gobierno. En un partido o movimiento exitoso,  se debería discutir mucho para llegar a decisiones de síntesis y luego actuar todos hacia la misma dirección, en el interés del proceso político que se está llevando adelante.

Algunos dirigentes, solo actúan en función de su deseo egoísta de aparecer, de asumir un cargo público, de aumentar su portafolio de poder. Es el “sentimiento oligarca que podría aparecer entre nosotros”, del cual hablaba Evita, y, que ella más temía. Afortunadamente no estamos hablando de la mayoría, pero esta minoría puede llegar a hundir el proceso revolucionario. Muchas veces se desperdician recursos para sedar ansiedades protagónicas y se deja a un lado un pueblo ansioso de conocer, aportar y defender su revolución.

3. El funcionario burócrata que traba los procesos

En esta tercera categoría, también no hablamos de mayoría, pero sí de unas cuantas manzanas marchitas que pueden dañar toda la canasta. Es irrefutable y firme la necesidad de mantener la legalidad en las instituciones públicas, sobre todo en revoluciones democráticas como las de  América Latina.

Muchas veces se habrán preguntado por qué un trámite se estanca meses en una oficina del sector público. Hay que tomar en cuenta que las leyes a veces son interpretables y que para sistematizar y actualizar todo un sistema de normas y leyes a las nuevas constituciones, escritas por el pueblo en revolución, hace falta un tiempo de ajuste necesario.

Un buen funcionario, como hay muchos, intenta solucionar las aparentes incongruencias, estudia la norma, pide consejos, interpreta la jurisprudencia con el espíritu de legislador. La manzana marchita, en cambio, decide que no le da la gana de hacerse problemas, pone el importante trámite en un archivo olvidado o afirma, sin esfuerzo, un rotundo “no se puede”. Empecinándose a una estricta interpretación del punto y coma, sin aplicar un sano razonamiento de ser dotado de inteligencia, decide (por ejemplo) que no se podrá entregar aquel conjunto habitacional realizado por el Gobierno Nacional. Prefiere dejar su gente en la calle en lugar de estudiar una solución.

Ese comportamiento es el fruto de décadas de dominación de las oligarquías y del neo-liberalismo, donde no hay la cultura del interés común por encima de tus propios pequeños intereses individuales.

4. El intelectual izquierdista integérrimo de los derechos humanos, la participación y la superación del capitalismo

Cuarta y última categoría de oposición que quiero destacar es la de los izquierdistas radicales procedentes de las élites. Me refiero a aquellos  seudo-intelectuales de izquierda que abanderan de forma instrumental la participación popular, los derechos humanos y la superación del capitalismo. Desde el sillón de su análisis teórico, sin hacer cuentas con la complejidad de la realidad, son iguales a los neoliberales.

Hacen el mismo error de toda la teoría neoclásica: suponen un mundo ideal,  basado en hipótesis ilusorias y sin contar con el contexto (como por ejemplo las tres categorías de oposición descritas arriba o el hecho de que un país en el entorno mundial globalizado está sujeto al contexto internacional) establecen unos objetivos inmediatos imposibles por realizarse. ¡Superan a la economía capitalista de la misma forma en que los neoliberales son equitativos gracias a una mano invisible que redistribuye! Todas estas formas de oposición se apoyan la una con la otra y le dan vida a la contrarrevolución. Cuidado entonces a “aquella oligarquía que pueda aparecer entre nosotros” porque es aquella que abre la puerta para que el pasado regrese y ¡con mayor voracidad! (O)

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