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Emmanuel Macron defiende su ambiciosa reforma laboral
En pleno bucle descendente de la ola de popularidad que hace tres meses le otorgó un poder casi absoluto en Francia (40%), Emmanuel Macron aprovechó para sacar del cajón su asunto predilecto en cuestiones domésticas: el mercado laboral galo será reformado de manera inmediata. Con un calculado despliegue táctico, Macron desgranó el contenido de las 36 medidas de la nueva ley del trabajo que piensa aplicar por decreto presidencial convencido de que se trata de la mejor receta para estimular la estancada economía de la segunda potencia europea y, de paso, reducir un desempleo que se acerca peligrosamente al 10%.
Pese a contar con un amplio respaldo en las calles, queda la duda de cuál será la respuesta social a su anunciada e impopular iniciativa legislativa. Especialmente, si se tiene en cuenta que el fenómeno Macron no ha dejado de desinflarse desde que hace menos de un año decidió bajar a la arena política para pararle los pies al Frente Nacional y arrollar a sus rivales. A diferencia de anteriores apariciones, siempre rebosantes de energía y reconocimientos, las palabras del presidente francés no provocaron el más mínimo entusiasmo ni en los sindicatos galos ni en sus socios europeos.
La Unión Europea (UE) está un tanto sorprendida con sus maniobras políticas que casi cada semana soliviantan a uno de los estados que forman la Unión.
Primero, con el anuncio a mediados de agosto de crear centros hotspots en Libia para registrar a los aspirantes a migrar a Europa, con o sin el consentimiento los socios europeos. El diario económico alemán Handelsblatt, el sancta sanctorum del pensamiento neoliberal germano, arremetió contra Macron por su desmesurada ambición y su falta de respeto a las reglas del juego. “Sabíamos que Nicolas Sarkozy era capaz de hacer un anuncio como este, por iniciativa propia, sin el acuerdo de los socios europeos. Pero no Macron, el europeo declarado”, escribía en su editorial.
El jarro de agua fría para la UE llegó unos días después cuando el Eliseo notificó la nacionalización provisional de los astilleros de STF France, de los que el grupo italiano Fincantieri iba a tomar el control tras un acuerdo alcanzado durante la presidencia de François Hollande.
Las críticas de “nacionalista” y “proteccionista” llueven desde entonces sobre la cabeza del jefe del Estado francés, especialmente las que llegan desde Italia, expotencia colonial de Libia y en primera línea en el Mar Mediterráneo ante la afluencia de refugiados, que calificó la decisión de Macron como una “grave ofensa diplomática” por desbaratar un trasvase empresarial cerrado y por plantear la cuestión de los hotspots libios sin contar con Roma. Los motivos del inesperado comportamiento del presidente galo son, para varios expertos consultados por EL TELÉGRAFO, un intento “torpe de recuperar su popularidad tras el malestar social que ha provocado el duro recorte al gasto destinado a los más desfavorecidos que impuso pocos días después de llegar al Eliseo”.
El horno europeo no está para grandes alardes ni alegrías. Ni siquiera la endeble iniciativa que intentó protagonizar para salvar los compromisos de París ante Donald Trump ha logrado sacarle de su depresión a las encuestas.
Hace dos semanas volvió a enfangarse en Viena con la necesidad de refundar la UE para acercarla a la ciudadanía afirmando que quiere ver en marcha los cambios antes de que termine el año. Es muy poco probable que se produzcan. Ni siquiera los expertos albergan esperanzas de que el más que reclamado cuerpo comunitario de policía antiterrorista vea la luz antes de 2018.
Además, todos los esfuerzos de Macron para reeditar La Glandeur de su país en materia de “lealtad laboral entre socios” también han chocado contra el impenetrable muro que conforman los países del este europeo, especialmente Polonia y Hungría, que se niegan en redondo a aceptar la reforma de la directiva que regula la situación de los trabajadores desplazados a otros estados de la UE y que claramente les beneficia.
La actual norma permite que las empresas paguen a esos trabajadores, mayoritariamente de países del Este, un salario que no sea superior al sueldo mínimo del Estado de acogida, lo que crea diferencias salariales con los empleados locales.
La gira de Macron de este verano por Centroeuropa tuvo este objetivo. Quiso comprometer a los ejecutivos ultraconservadores y poco europeístas de Varsovia y Budapest en la lucha contra “el abuso, sobre todo a través de empresas fantasmas porque es una traición al espíritu europeo”, según expuso el líder francés, pero regresó a París cariacontecido.
La primera ministra polaca, Beata Szydlo, calificó a Macron de “arrogante” e incluso se permitió aconsejarle que se ocupe de los asuntos de su país porque “Polonia es un socio de la Unión Europea con el mismo rango que Francia”. (I)