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El Gobierno turco se concentra en su purga

Simpatizantes del presidente turco, Recep Tayp Erdogan, manifiestan su apoyo durante una concentración en la ciudad alemana de Colonia.
Simpatizantes del presidente turco, Recep Tayp Erdogan, manifiestan su apoyo durante una concentración en la ciudad alemana de Colonia.
Foto: AFP
01 de agosto de 2016 - 00:00 - Gorka Castillo, corresponsal en España

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, tiene prisa por aplastar cualquier conspiración. Si el sangriento atentado perpetrado por el Estado Islámico (EI) en el aeropuerto de Estambul, el pasado 28 de junio agitó  las conciencias de los turcos, convencidos de su inmunidad en esta guerra global, el fallido golpe militar del 15 de julio eclipsó cualquier amenaza externa.

Tras la intentona, el mandatario no tardó ni 24 horas en declarar el estado de emergencia nacional por 3 meses y suspender la Convención Europea de Derechos Humanos (CEDH) para emprender la mayor purga que se recuerda desde 1923 con tal de aplastar cualquier conspiración. Desde entonces, ha castigado a decenas de miles de opositores, pero especialmente se ha ensañado con los seguidores del clérigo suní Fethullah Gülen al que Erdogan acusa de organizar el golpe desde su exilio en EE.UU. Lo tilda de terrorista, el mismo calificativo que emplea contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), con el que libra una guerra en el norte de Siria e Irak hace tres décadas.

La purga iniciada en todas las instituciones del Estado ha adquirido una dimensión tan masiva que la intranquilidad llegó a la Unión Europea y resquebraja la alianza que mantenía con EE.UU. en la guerra contra el EI. Las cifras de la cruzada para eliminar “el virus” de la Cemaat o Hizmet, el poderoso movimiento que fundó Gülen, dan cuenta de la magnitud de la purga: 55.000 funcionarios despedidos, 11.000 personas detenidas de los que 6.000 son militares, entre ellos 188 generales y almirantes.

Esta limpieza en el Ejército ha desmantelado la comandancia que vigilaba provincias tan sensibles como las del sureste kurdo. “Por supuesto que todo esto va a tener un impacto directo en la guerra contra el EI porque el Ejército ha perdido muchos hombres, algunos de ellos veteranos y con experiencia. Y los servicios secretos están centrados en los golpistas, no en los yihadistas”, escribía esta semana Enrah Ülker, responsable de la sección internacional del diario Özgür, una de las cabeceras cerradas tras el golpe por su supuesta vinculación con el clérigo Gülen.

La estratégica base militar de Incirlik, la más utilizada en los operativos contra el EI de la OTAN, organización a la que pertenece Turquía desde 1952, sufrió una de las mayores purgas. De hecho, una de las imágenes simbólicas de la derrota de la asonada es la del comandante de la base, el general Bekir Ercan Van, esposado y conducido a prisión por su implicación en el alzamiento. No obstante, las Fuerzas Armadas turcas anunciaron la semana pasada la reanudación de los ataques aéreos en el norte de Irak y Siria.

Por primera vez desde que comenzó la ofensiva de la OTAN contra el Califato yihadista, los F-16 turcos no fijaron sus objetivos en los enclaves del EI, sino en los del PKK. El Ejército anunció la muerte de 20 milicianos turcos en el primer operativo.

“El Gobierno turco siempre ha sido ambivalente en su lucha contra el EI porque esto le pondría en realidad en el mismo bando que las milicias separatistas kurdas a las que quiere destruir. Su gran enemigo son las YPG (Unidades de Protección Popular) del Kurdistán sirio, actualmente la fuerza más efectiva contra el yihadismo”, recordaba en un artículo en The New York Times, Jonathan Schanzer, miembro de la Fundación para las Defensas de la Democracia.

Las YPG no son otra cosa que el brazo armado del Partido de la Unión Democrática (PYD), el equivalente del PKK en el norte de Siria.

Desde el inicio del levantamiento contra el presidente sirio Bashar al-Asad en marzo de 2011, Erdogan apostó por su derrocamiento y permitió  que por su territorio entren yihadistas de todo el mundo, según los servicios de inteligencia occidentales. El motivo de la aversión turca al régimen de Damasco procede de la identificación religiosa que el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan tiene con la organización Hermanos Musulmanes, a quienes les une su deseo por acabar con el mando de la minoría alauí, la corriente derivada del chiísmo a la que pertenecen Al-Asad y su clan.

Las presiones de la OTAN para que el presidente turco cerrara su país al tránsito de yihadistas y abriera la base militar de Incirlik, a escasos 100 kilómetros de la frontera con el Califato islámico, solo ocasionaron problemas a Erdogan. El más grave se produjo en el aeropuerto de Estambul cuando terroristas detonaron bombas que causaron más de 40 muertos y 240 heridos.

Los planes de Erdogan se torcieron cuando perdió la confianza de Washington al tiempo que los denostados kurdos del norte de Siria se convertían oficialmente en el aliado más sólido de Occidente contra el EI. De ahí que las relaciones que mantiene Erdogan con los yihadistas lleven tiempo bajo sospecha, para EE.UU. y Rusia. Y Europa, que ha pagado a Turquía 6.000 millones de euros para que acoja a refugiados sirios, comienza a agotar su paciencia.

De hecho, Francia, el país más impactado por el terrorismo islamista, ultima un documento elaborado por sus servicios de inteligencia en el que se demuestra la entrada en Siria por la frontera turca de una media de 100 combatientes dispuestos a unirse al EI. (I)

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