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A Estados Unidos y sus socios –especialmente Arabia Saudí- no parecía molestarles su presencia en un primer momento

El Estado Islámico incendia las fronteras de Mesopotamia

Un miliciano sirio agita la bandera negra, que es el símbolo del Estado Islámico. Foto: AFP
Un miliciano sirio agita la bandera negra, que es el símbolo del Estado Islámico. Foto: AFP
27 de abril de 2015 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

Fue apenas un instante en una mañana soleada de diciembre de 2003, en Bagdad. Sucedió en el mercado de Shorja, el más concurrido de la ciudad. Un veterano de la guerra contra Irán llamado Ahmed Shakir Al Shammari y tres de sus guardaespaldas organizaron un encuentro al aire libre con tres periodistas para contar su posición ante la invasión de Estados Unidos. Hablaba despacio del desastre que habían provocado los estadounidenses y de que no descansaría nadie en su amplia tribu hasta expulsarles del país. Al Shammari pertenecía a la milicia suní Jaish Ansar al Sunna que meses después repelió uno de los más feroces ataques perpetrados por el Ejército de EE.UU. en toda la guerra. Ocurrió en Faluya, una ciudad masacrada al noroeste de la capital.

Al Shammari rechazaba el terrorismo como arma de guerra que por aquel entonces empezaba a implantar Abu Musab al Zarqawi, el jordano que introdujo Al Qaeda en Mesopotamia, y criticaba sin ambages la matanza suicida que había ordenado ejecutar frente a la mezquita de Alí, en Nayaf, un lugar de peregrinaje del mundo chií ubicado al sur del país. “Nosotros no nos matamos. Esos son saudíes que llegan con la yihad”, dijo.

Los años posteriores a este encuentro fueron desoladores para la comunidad suní. Empezaron  despojándoles del poder absoluto que habían ostentado durante décadas con Saddam Hussein a favor de sus rivales chiíes. Luego, redujeron Faluya a cenizas y a sus tribus las sometieron a todo tipo de crímenes de guerra en presidios infames como Abu Ghraib. Cuentan los expertos que para 2006 la cara más feroz del yihadismo había enraizado en buena parte de la comunidad suní de Irak. El nombre de Al Zarqawi ya no se pronunciaba con rencor y gran parte de los grupos armados que en 2003 le detestaban, ahora simpatizaban, cooperaban o se habían integrado ya en un entramado preparado para socializar el terror como una opción legítima en el Irak invadido.

En ese escenario comenzaron a levantarse las bases del Estado Islámico de Irak (IS), que luego reinventó el egipcio Abu Ayyub al Masri como el Califato islámico para abarcar al resto de Mesopotamia. Trasladaron la capital de Bagdad a Baaquba y se extendieron por el norte, imparables, hasta Mosul. Ahí impusieron la doctrina ‘takfiri’, algo así como que aquellos que no comulgan con su visión religiosa son apóstatas, sin importar su condición religiosa, y condenados a muerte. Sus primeras víctimas no eran los periodistas que secuestraban para decapitarlos antes sus cámaras de televisión, sino la misma población que les había recibido con los brazos abiertos, convencidos de que ellos restaurarían los derechos y la dignidad que los suníes habían perdido a manos de los invasores y de los chiíes. Fumar, conducir, escuchar música no religiosa, cualquier cosa era susceptible de ser considerada un delito.

Pero tanto horror no es gratuito. Las tribus no habían cambiado de opresores para seguir siendo víctimas. La rebelión interna fue fraguada, en un calculado ejercicio político, por estadounidenses y las autoridades chiíes de Bagdad. La solución parecía brillante: dejar que los suníes se mataran entre ellos. Así surgieron las Sahwa, las fuerzas del despertar suní que financiadas y armadas por EE.UU. se desembarazaron de Al Qaeda en 2009, tras meses de combates. El Estado Islámico de Irak quedó fuertemente debilitado y sus fuerzas se dispersaron, quizás cambiaron de uniforme, a la espera de un momento mejor. Pero no era el final, sino el primer capítulo de un drama que se desarrolla en un Oriente Próximo de fronteras religiosas. Cuando estalló la guerra en Siria en 2011, movida por el sentimiento de injusticia de la sociedad suní contra el régimen alauí, de la rama chií y aliada de Irán, el IS era una sombra de lo que había sido.

El primer año de enfrentamientos fue la oportunidad de resurgir que esperaban. El guión iraquí se repitió: a medida que decrecía el apoyo internacional a los rebeldes aumentaba la presión del régimen contra los suníes y esto derivaba en más simpatía hacia la organización.

Pese a toda la desesperación de la guerra, el doble rasero y la represión, resulta difícil digerir el éxito del IS entre la comunidad suní de Siria. Ni la unión de todos sus grupos armados que en 2014 se rebelaron contra el poder del Estado Islámico ha minado su fuerza.

A Estados Unidos y sus socios –especialmente Arabia Saudí- no parecía molestarles su presencia. Actuaron como si se tratase de un fenómeno desconocido. “Es como si el Vietcong regresara en 1985 con una bandera diferente y tomase bajo su control un tercio de Asia y todo el mundo. Desde la Administración Reagan hasta la CNN mostraron su asombro por la irrupción de una nueva y desconocida forma de insurgencia. Si había un enemigo familiar (para EE.UU.) ese es el IS”, escriben los autores de ‘IS, en el Ejército del Terror’, Michael Weiss y Hassan Hassan. Todo cambió cuando la violencia contra sus civiles comenzó a televisarse.   

Fue entonces cuando la población suní volvió a acoger como liberadores a sus antiguos opresores. Una excelente reportera especializada en el mundo árabe transcribía hace poco la explicación de un joven bagdadí de 17 años dispuesto a ingresar en las filas del IS pese a la oposición de su familia. “Si nadie nos ayuda, entonces ellos son la única solución para salir de esta jaula en la que nos han encerrado”. (I)    

Siria combate a Al Qaeda en provincia de Idleb

El ejército sirio bombardeó ayer la ciudad estratégica de Jisr al Chughur, en la provincia occidental de Idleb, un día después de que la tomaran combatientes de Al Qaeda.

A unos 20 kilómetros al norte, cerca de la frontera turca, al menos 34 personas murieron, entre ellas 9 mujeres y varios niños, en otros bombardeos del régimen en la ciudad de Darmush, en poder de otro grupo de rebeldes, según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH).

“El balance debería aumentar ya que hay decenas de heridos, muchos de gravedad”, añadió Rami Abdel Rahman, el director del observatorio con sede en Londres, que se basa en una amplia red de contactos en toda Siria.

La aviación llevó a cabo más de 20 ataques en Jisr al Chughur, situada a proximidad de la frontera turca y de las regiones de Latakia (oeste) y Hama (centro), ambas bajo control de Bashar al Asad, siempre según el OSDH.

Los combates prosiguieron ayer  en esta ciudad en la que vivían cerca de 45.000 personas antes del inicio de la guerra civil siria en 2011.

Según el OSDH, el ejército intentó en vano liberar a 30 soldados y 10 milicianos del gobierno que estaban presos en un hospital situado en el sur de la localidad.

La televisión siria indicó, por su parte, que el ejército había tendido una emboscada y “matado a un grupo de terroristas” en torno a ese establecimiento.

La víspera, combatientes del Frente al Nusra -rama siria del grupo extremista sunita Al Qaida- tomaron Jisr al Chughur, con la ayuda de grupos rebeldes islamistas, tras haber conquistado Idleb, la capital de la provincia homónima, hace menos de un mes.

La presencia del régimen en la provincia de Idleb se reduce ahora a las ciudades de Ariha, a 25 kilómetros de Jisr al Chughur, y las de Al Mastume y Qarlmid, donde hay importantes cuarteles del ejército.

Distintas fuerzas islamistas o yihadistas, como el grupo Estado Islámico (EI), rodean casi por completo los territorios controlados por las fuerzas gubernamentales.

La coalición que tomó Jisr al Chughur, autodenominada el Ejército de la Conquista, es una alianza de diversas facciones islamistas. Además del Frente al Nusra, cuenta con grupos como Ahrar al Cham, de los Hermanos Musulmanes, así como distintos grupos yihadistas y unidades de lo que queda del Ejército Sirio Libre.

La agencia oficial Sana señaló que “los grupos terroristas” cometieron “una horrible masacre de más de 30 civiles, incluidos mujeres y niños (...) tras entrar en Jisr al Chughur”. (I)

Datos

Arabia Saudí acusó al grupo Estado Islámico (EI) de ser responsable del asesinato de dos policías en Riad este mes y afirmó haberse apoderado de tres coches con explosivos.

Un sospechoso saudí, quien fue arrestado por su posible participación en estos asesinatos, confesó haber recibido órdenes del EI en Siria, indicó el ministerio del Interior en un comunicado.

Fue identificado como Yazid bin Mohamed Abdulrahman Abu Niyan, de 23 años. Las autoridades ofrecieron una recompensa de $ 267.000 por un segundo sospechoso, un saudí llamado Nawaf bin Sharif Samir al Anzi.

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