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Punto de vista
El calentamiento global y la nueva guerra fría
Los estados que más contaminan el planeta son: Estados Unidos (22,2%), China (18,4%), UE (11,45) y Rusia (5,6%).
A la par, las grandes alianzas y tensiones políticas que hoy existen en el mundo se dan entre ellos. No es una coincidencia. El dominio global se disputa entre tales regiones y estados. Es apenas lógico que así sea.
Por una razón: son los más ricos y poderosos del mundo. De un nuevo mundo ya no bipolar sino, como todos sabemos, multipolar. Ellos son los actores de la geopolítica actual. Ellos son la geopolítica. Sus últimos alardes bélicos son la prueba.
La primera evidencia: son las sociedades que más alto grado de desarrollo y/o progreso han logrado ser las que más CO2 emiten. China, EE.UU., La India, Rusia, Japón, Alemania, (generan el 60% de las emisiones).
Quiere decir que el gran modelo del éxito económico se resuelve al amparo de una ecuación perfecta: desarrollo y contaminación van de la mano. Son lo mismo.
Solo que, dados los últimos estudios de prestigiados institutos ambientales, el planeta Tierra muestra los signos del agotamiento de la capa de ozono, los recursos naturales y los recursos no renovables. Los mayores líderes mundiales, el presidente Obama, el presidente chino Xi Ginping, el presidente Putin y hasta la canciller Merkel, en sendas entrevistas y declaraciones, acaso tardía y remolonamente, han terminado por reconocerlo así. La decisión del G7 de reducir la producción de gases del 40% al 70% hasta 2050 es decidora. Hay que sumar también el acuerdo China con Estados Unidos en un sentido similar.
Quiere decir que cunde la gran alarma entre los países ricos. Quiere decir también, en una lectura que podemos reconocer mejor y por desgracia, desde la periferia, que la contaminación del planeta es obra de un modelo de desarrollo inviable que, para colmo, afecta con más fuerza, a los más pobres. Hay otra evidencia: son las poblaciones más pobres de la Tierra las que más sufren los efectos del calentamiento global. Tsunamis, sequías e inundaciones no pueden ser enfrentados con escasos recursos.
Los países signatarios de la Celac son directamente amenazados por este flagelo. Aunque Brasil ocupe el séptimo puesto en la economía mundial, México el undécimo y Argentina el decimosexto, y ya formen parte del G20, las grandes inequidades que muestran con respecto al reparto de su riqueza nacional, los vuelven tan vulnerables como el resto de sus hermanos más pobres.
La Celac está obligada, pues, a decir su palabra. Que no puede ser otra que la de reconocer que, por violenta paradoja, su subdesarrollo puede ser también una oportunidad para enderezar a tiempo los mecanismos de una forma de progreso que, aparte de revelarse perverso y equivocado, exhibe ya su rostro trágico.
La región de la Celac puede ya repensar, de modo urgente, sus políticas económicas y empezar una educación que promueva en los más jóvenes otra idea de progreso y modernización más inteligente. (O)