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Cómo interpretar la renuncia de Benedicto XVI

Hace apenas dos domingos, en la ceremonia del Ángelus tenida en la Plaza de San Pedro el 17 de febrero, Benedicto XVI se expresaba en esta forma: “La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse  en el espíritu, a reorientarse decisivamente hacia Dios, renunciando al orgullo y al egoísmo, para vivir en el amor”.

Federico Lombardi, director de la oficina de prensa de la Santa Sede, dijo el 11 de febrero que Benedicto había dicho con sus propias palabras: “entre las circunstancias que motivan mi renuncia están las circunstancias del mundo de hoy… la velocidad con la que se suceden y el número de eventos y problemas  que señalan la necesidad de alguien con más juventud y energía”.

Benedicto había expresado en el libro “La Luz del Mundo” escrito por Peter Seewald: “Cuando el peligro es  grande uno no puede escapar… en estos momentos uno tiene que estar fuerte. Por esta razón este no podría ser el momento para renunciar… Uno puede renunciar en un tiempo de paz, o cuando uno siente que ya no tiene la fuerza para afrontar estos problemas”.

Lo que cualquier inocente cristiano podría preguntarse es: ¿No conocía suficientemente el entonces cardenal Joseph Ratzinger (nombre civil del papa) el volumen de todos estos problemas que hoy parecen abrumarle? En algunos de ellos  su actuación fue bastante errática. Es difícil que no los hubiera conocido habiendo sido la mano derecha del pontífice anterior.

Otra pregunta: ¿La percepción que Ratzinger tenía de sus posibilidades físicas para afrontar estas situaciones sería sustancialmente distinta de la que posee hoy sobre sí mismo? Y otra pregunta más elemental: ¿Hay alguna diferencia significativa entre los integrantes del cónclave que eligió a Ratzinger y los que elegirán al próximo Pontífice? ¿Todos los integrantes de este cónclave no pertenecen a la “generación” que tan cuidadosamente integró Juan Pablo II verificando milimétricamente su completa afinidad con su “ortodoxia” ¿No se podía ya en aquel momento haber elegido a ese personaje deseado con fuerzas, energías, juventud suficiente como para afrontar los problemas que todos conocemos y que hoy tanto acomplejan al cardenal Ratzinger?

Y la conclusión obvia es que con el “affaire” Ratzinger o sin él, la situación de la Iglesia Católica no puede menos que considerarse como verdaderamente grave. Jamás dejará de ser un motivo de inspiración, cuando una situación nos coloca ante problemas que requieren una toma de postura clara y meridiana.

El motivo de inspiración negativo es aquella del “avestruz” que prefiere “meter la cabeza bajo la tierra” para no enterarse de los problemas que le amenazan.

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