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Brasil: retrospectiva de un golpe que no detiene su marcha

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El golpe de Estado en Brasil finalmente se hizo carne. Un golpe que fue sancionado  desde la institucionalidad de la república, desde dos de sus tres poderes: los recintos por antonomasia más conservadores de la historia de nuestro continente donde anidan los verdugos de la democracia, la justicia social y el estado de derecho. En rigor y conclusión, los verdugos de las causas nobles de nuestros pueblos. Desde esta infame articulación se gestó el golpe encabezado por el vicepresidente Michel Temer que el Senado terminaría por rubricar y que ahora tiene a la legítima presidenta Dilma Rousseff -elegida por 54 millones de voluntades- suspendida de sus funciones por 180 días (60 de ellos ya cumplidos) y esperando ser enjuiciada, en esta parafernalia que algunos con cinismo se atreven a llamar “proceso institucional”.

La cuestión parece continuar el curso que tenía previsto. Sin embargo, fue la connivencia entre los poderes Legislativo y Judicial la que constituyó el dispositivo institucional para derrocar a Dilma y esto es imperativo que lo tengamos presente. Tal como lo afirmó la misma mandataria en una entrevista hace algunos meses: “Si hoy hubiera un golpe en este Brasil democrático sería un tipo de golpe institucional”.

La lógica de golpe blando perpetrado por los sectores de poder se hace visible y se cristaliza en acciones que tienen por objeto erosionar la integridad y credibilidad del Gobierno hasta llegar al punto máximo de utilizar de manera impune las instituciones del Estado para destituir a Rousseff.

El antecedente más cercano nos lleva a Paraguay, cuando el expresidente Fernando Lugo fue llevado a juicio político por la oposición de su país y destituido de su cargo en junio de 2012. El golpe parlamentario en Paraguay no fue un episodio aislado y lejano en el tiempo, sino que ha sido un hecho reciente en lo que va de esta década, siendo este el mecanismo que encuentran las clases dominantes y sus personeros políticos para deponer a los gobiernos populares. Y la historia en el Cono Sur -como diría Karl Marx- se repite dos veces: “(…) una vez como tragedia y la otra como farsa” (Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Polémica, 1975, p. 15).

Esta estrategia golpista inventada en los laboratorios de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano se propone echar abajo al gigante regional, lo que está generando, como vemos, un efecto de inestabilidad tanto económica como política de larga duración que afectará a toda la región, empezando por el Mercosur. Este es un peligro que trasciende a la realidad brasileña y pone un manto de incertidumbre sobre todos los pueblos que habitan el suelo de nuestra América.

Ahora, ¿qué mismo está en juego? Nada más y nada menos que la democracia, no solo en Brasil, sino en toda América Latina. Ergo, es la democracia la única institución real que está en jaque y este infausto juicio político así lo demuestra. Este sistemático proceso de desgaste que comenzó desde que Dilma asumió su segundo mandato en 2015, derivó en el “impeachment” en su contra y en la antesala de un golpe que está signando el destino de Brasil y de la Patria Grande en tanto itinerario de nuestros proyectos políticos que decantan necesariamente en la unidad y esto es precisamente lo que está en juego y lo que debemos defender por sobre todas las cosas. (O)

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