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30 años del terremoto, Réquiem de Plácido Domingo
La música atravesó muros. Se filtró por paredes de piedra que construyeron los Tlatelolcas antes de la conquista; avanzó por el grisáceo templo de Santiago, del siglo XVI; y llegó a los rincones de los edificios modernos que albergan a miles de familias desde los años sesenta. Tlatelolco, escenario de algunas de las peores tragedias en la historia de México y lugar de la muerte durante el terremoto de 1985, fue invadido por sonidos armónicos: 93 músicos, cuatro solistas y decenas de coristas dirigidos por el español Plácido Domingo interpretaron el conmovedor Réquiem de Giuseppe Verdi, al cumplirse 30 años del terremoto que dejó entre 30 y 50 mil fallecidos.
“Día de ira, día terrible/Día de calamidad y miseria/Día supremo lleno de amargura”, a su máxima potencia la voz de la soprano María Katzarava mientras un ejército de violines, clarinetes, timbales y demás instrumentos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México invadía con sonidos vibrantes el lugar mismo de la tragedia, el conjunto habitacional Nonoalco Tlatelolco.
Allí, a las 7:19 del 19 de septiembre de 1985 se derrumbó casi completa la torre Nuevo León y otros 11 edificios sufrieron afectaciones. Cascajo y víctimas dejó esa mañana en el primer gran conjunto habitacional del país, construcción funcionalista que era símbolo de la clase media y de la modernidad.
Espacio cargado de simbolismo para muchos, también lo está para el tenor español Plácido Domingo: Cuatro familiares suyos murieron debajo de los escombros y él se sumó a rescatistas voluntarios desde las primeras horas. Con jeans y camisa arremangada lo recuerdan los mexicanos, las manos sangrantes por remover entre las ruinas. “Me encanta. Él estaba aquí cuando se cayeron los edificios”, dice desde el público la señora Rosario Medrano Bernal, emocionada al verlo nuevamente en su país. “Mi hija se llama Paloma por él, porque me gusta su forma de ser y cómo interpreta Paloma Querida (de José Alfredo Jiménez)”, apunta una mujer ubicada en otra fila, Esperanza Rangel. Su familia vive en el edificio Estado de México, de esta unidad habitacional.
Micrófono en mano, el representante de la Asociación de Vecinos de Tlatelolco ratifica el cariño de los mexicanos por el tenor español: “Tienes un lugar en el corazón de los tlatelolcas –dice y agradece el concierto- ¡Qué homenaje tan hermoso para nuestros muertos!”
Tres décadas después del terremoto, Plácido Domingo regresó con el dolor a flor de piel y optó por tomar la batuta. “En una ocasión como esta, la emoción es tan grande que no estoy en condiciones de cantar”, se disculpó desde el escenario, con ojos llorosos, ante un público que rogaba por alguna interpretación suya.
“Esta es una plaza sagrada porque en ella están nuestros muertos. Los jóvenes estudiantes asesinados en 1968 (en la masacre de Tlatelolco) y las personas que murieron cuando el edificio Nuevo León se desplomó, dándose vuelta como una ola”, dijo también conmovida la escritora Elena Poniatowska, quien fue una de las principales cronistas de ambos sucesos.
La lluvia, intensa por momentos y suave en ocasiones, acompañó a la mitad del Réquiem, oscilando casi al compás de la música. Hacia el final, el cielo se despejó entre súplicas de “Líbrame de la muerte/Cuando se conmuevan los cielos y la tierra/Líbrame señor de la muerte eterna en este tremendo día”.
Cantamos “con la esperanza de que no vuelvan a ocurrir estas tragedias. Esperamos que la próxima vez no sea un réquiem sino una canción alegre”, afirmó Plácido Domingo y alguien le pasó un sombrero de charro, ala ancha color blanco y bordado en hilo dorado. El público inició y el tenor sumó su voz a un improvisado Cielito Lindo. “Canta y no llores/porque cantando se alegran, Cielito Lindo, los corazones”, un gran coro se escuchó desde el escenario, las butacas y balcones de los edificios.