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1976 (2)

1976 (2)
23 de marzo de 2015 - 00:00 - Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

El 24 de marzo de 1976 significó la crónica de un golpe anunciado. La consecuencia de las contradicciones internas y la sombra emergente del imperialismo norteamericano que acechaba toda la región. Un golpe que no solo derrocó a un gobierno constitucional, sino que se encargaría de instaurar en Argentina el terrorismo de Estado como una de las piezas fundamentales del Plan Cóndor que articulaba los países del Cono Sur en un juego de ajedrez siniestro encarnado en el proyecto imperialista continental que tuvo dos pilares instrumentales cardinales: la Doctrina de seguridad nacional y la Escuela de las Américas.

La odisea de violencia política previos al golpe terrorista serían la coartada para que el poder militar asaltara el Estado bajo el doble paraguas de la Doctrina de seguridad nacional que tenía como objetivo defender la soberanía de la infiltración marxista y la subversión de la guerrilla; y la Escuela de las Américas encargada de formar bajo esta doctrina a las Fuerzas Armadas del continente.

Ergo, el carácter rizomático y transversal del Plan Cóndor en términos de inteligencia, información y migración compulsiva de detenidos secuestrados de un país a otro representó el paradigma de lo que serán los años más oscuros del último siglo para Latinoamérica. La liberación del Cóndor sobre la región será la antesala del proyecto de dependencia económica y política, teniendo como primer acto instalar el terrorismo en todas sus formas, esencialmente el terrorismo económico y financiero con el objetivo de destruir el aparato productivo y liberalizar la economía al servicio de los mercados extranjeros sometiendo al Estado como interventor de la economía. Aspecto trascendente de un plan diseñado para condenar a los pueblos a vivir en la extrema pobreza y marginación social.

El panorama era sombrío y la consagración del terrorismo se convertía en un hecho imperativo difícil de ignorar para la sociedad y del que escapar se volvía una utopía de supervivencia ante el régimen, fundamentalmente para aquellos sectores que se oponían al golpe y a la presencia ilegítima de los militares en el Estado. El derrotero genocida iniciado por las tres ‘A’ tendrá su continuidad como política de Estado. Una política sistemática de exterminio que barrerá con toda una generación y con las conquistas sociales logradas durante las décadas anteriores por el pueblo y la clase trabajadora, esencialmente en el marco del Estado de Bienestar Social y el peronismo en el poder.

En efecto, la dictadura argentina, célula del Plan Cóndor, proscribió toda actividad política y cultural considerándolas peligrosas para el orden de la nación. La censura y la abolición de la participación popular caracterizaron el devenir del proceso cívico-militar que, como bien sabemos, no tuvo un único actor, sino que articuló su estrategia de poder con sectores de la burguesía local, la oligarquía agropecuaria, el capital financiero internacional y la Iglesia católica.

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