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“Por fin llegamos a la tierra del Mundial”
Salir de Cabo Pantoja no fue fácil. El mayor Rojas y el subteniente Díaz retrasaron el viaje más de lo esperado. Recién a las 05:30 del lunes 12 de mayo partimos hacia Santa Clotilde, se trató, sin duda, de uno de los hitos más importantes de la travesía, pues nos poníamos en dirección a Iquitos.
Por razones logísticas, además de Díaz, quien era el motorista, nos acompañaron 7 conscriptos del Batallón Pantoja N° 27. Ya en la lancha, sin saber qué nos esperaba adelante, intentamos dormir.
Poco tiempo después, con la luz del amanecer sobre la pequeña embarcación, notamos la gran diferencia entre nuestra actitud y la de los jóvenes peruanos. Nosotros, conversando a ratos, leyendo libros o escuchando música, y ellos tratando de fastidiarse unos a otros. Nos sorprendió el gusto que tenían por lanzarse objetos a los genitales. Cada acierto lo celebraban con sonoras carcajadas.
Luego de 13 horas de viaje las sombras de la noche cayeron junto a los sonidos de la jungla. “¿Y Ahora?”, se preguntó Pamela Mejía. Recordó que alguien había aconsejado no navegar en la oscuridad. Una terrible sensación de abandono nos invadió a todos.
Por fortuna, cerca de las 20:00, a lo lejos divisamos pequeñas lucecitas. “¡Santa Clotilde! Estamos por llegar”, gritó uno de los soldados. “¿En serio?”, preguntó David Cevallos, como si estuviera delante de un espejismo.
El anuncio nos entusiasmó a todos. Hasta Thomas Palka, el alemán que se nos unió en Nuevo Rocafuerte, rompió su silencio y mencionó: “¡Oh, qué bueno! Estar cerca ya”. Nos sentíamos doblados, además de comer, necesitábamos estirar las piernas. Sin embargo, llegar al muelle nos tomó 30 minutos.
Una vez en tierra y mientras buscábamos un sitio para alojarnos, las conversaciones nos hicieron coincidir en algo: estábamos hartos de Díaz y su embarcación. Si bien acordamos pagarle $ 650 por ir hasta Mazán, no queríamos seguir con él.
Muy resueltos, no tardamos en comprar pasajes de Santa Clotilde a Mazán, pagamos 80 soles cada uno
($ 28,89). Tampoco tardamos en encontrar dónde dormir y cocinar. Pero faltaba lo más difícil: deshacer el trato con el subteniente Díaz.
Para la desagradable tarea nos ofrecimos David Cevallos, Gabriel Echeverría y yo. Existía cierto temor en nosotros, ignorábamos cómo reaccionaría el militar. Me armé de valor y lo llamé desde la puerta del establecimiento.
- Suboficial Díaz, ¿puede salir un momento, por favor?
- Claro. Dígame usted.
- Hermano. No vamos a continuar el viaje con ustedes.
- ¡Pero cómo! El contrato era de 650 dólares hasta Mazán. Hasta allá tenemos que llevarlos.
- No, ya no. Nos vamos en un barco de pasajeros. Nos llevará más rápido. Perdimos mucho tiempo en Cabo Pantoja. Pero no se preocupe, le pagaremos 400 dólares por traernos hasta acá.
El momento fue tenso. Díaz dejó de hablar, pero en su rostro se leía claramente que no pensaba nada bueno de nosotros. En fin, le dimos los 400 dólares, le agradecimos y nos alejamos.
La noche la pasamos donde doña Vilma, una señora que nos prestó el piso de su casa para dormir en los sleepings y la cocina para preparar comida. Al día siguiente partimos hacia Mazán.
En la tierra del Mundial
La ruta hacia Mazán y después a Iquitos no presentó sobresaltos, pero el camino de Iquitos a Santa Rosa fue cansón y estresante. Daba igual, lo fundamental era que cada vez estábamos más cerca de nuestro destino. Pensar en ver los partidos de Ecuador en el Mundial es un ejercicio mental que hace revolotear mariposas en el estómago.
Es 17 de mayo, el navío de pasajeros avanza hacia el oriente. El océano Atlántico está cada vez más cerca. El territorio peruano quedó atrás. Describir la emoción de observar la bandera ‘verdeamarela’ es imposible. Desembarcamos en Tabatinga, la primera ciudad de la Amazonía brasileña. Estamos en la tierra del Mundial. Todo lo que sufrimos valió la pena.