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Punto de vista

Futbolfilia y enoclofobia

Futbolfilia y enoclofobia
09 de julio de 2014 - 00:00

No tengo idea de quién inventó la palabra ‘enoclofobia’, pero yo la sufro un poco. Quiere decir ‘miedo a las multitudes’, y voy a inventar otra: ‘futbolfilia’, es decir, amor al fútbol. Y hay una dolorosa contradicción en quienes presentamos ambas. La razón es que hay pocos lugares en el planeta tan llenos de euforia como un estadio lleno de fieles, y allí también se puede desatar el terror y la locura. El detonante puede ser un gol de cualquiera de los 2 equipos o un fuera de lugar o un penalti pitado o no pitado. No importa. Ocasiones no faltan.

Recuerdo que, para disfrutar del fútbol y para escapar de las masas enloquecidas, asistí a un partido de fútbol, en la última fecha. Se enfrentaban el colero de la tabla, que ya pasaba a la categoría inferior, con el penúltimo que también era un equipo malísimo. Bostezo vs. Bostezo.

El resultado no importaba. Era de esperar que las tribunas estuvieran vacías, y así fue, por suerte. En las graderías éramos unas 100 personas, imagino que todas familiares de los jugadores, y yo, que no conocía a nadie.

Minuto 20 del primer tiempo: gol del equipo local. Pifia del portero, golcito ridículo, desalentado, sin gracia. Más para reír que para celebrar. Pero de todas maneras los espectadores nos unimos en un grito y un pequeño salto. Tres minutos más tarde, gol del equipo visitante. Celebré el gol.

Y en ese momento, un golpe de advertencia en la espalda, con el asta de una bandera, me volvió a la realidad: uno de los espectadores, hincha del equipo local, estaba indignado conmigo: “¿Te vas a definir, o qué?”, me dijo. Este acólito, acompañado de otros creyentes en la inmortalidad de su equipo, era portador de un arma contundente de colores inconfundibles, y consideraba una herejía el que alguien en el mundo celebrara un gol del equipo local y, enseguida, el empate del visitante. Y yo, obviamente había pecado en materia grave. Así que entendí el mensaje y, para alcanzar la salvación, quise explicar mi falta: “Soy daltónico. No distingo muy bien los colores, y sufro Alzheimer… no recuerdo cuál es cuál… ¿Para cuál lado ataca nuestro equipo?”.

El hombrecito aquel no escuchó nada de lo que yo intentaba decirle, porque, sin haber visto lo que sucedía en la cancha, se olvidó de mí, y se sumó a un coro de espectadores que decían que la mamá del árbitro era una distinguida señora de profesión reconocida… Y, a propósito de árbitros, la FIFA debería disponer de algunos fondos para compensar a las madres de estos hombres abnegados. Ningún árbitro se merece tales epítetos. Aunque, pensándolo bien, me estoy acordando de uno…

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