Las teorías pseudocientíficas sobre la superioridad de la llamada raza blanca aparecieron con vigor a mediados del siglo XIX para justificar el dominio colonial de Europa sobre el resto del mundo. Se interpretaba de manera retorcida las teorías evolutivas para sostener que las razas eran etapas evolutivas humanas, cuya cumbre en inteligencia la ocupaban los hombres blancos.

Las falsas teorías sobre la superioridad blanca buscaban justificar el dominio colonial europeo.

Todos compartimos genes un 99,8% independientemente del tono de piel, idioma o cultura.

Todos compartimos genes un 99,8% independientemente del tono de piel, idioma o cultura. Por ejemplo, el antropólogo norteamericano Robert Bean concluyó que había diferencias en ciertas zonas del cerebro que hacían que el hombre blanco fuera sensato, capaz y hábil, mientras que en las otras razas eran apasionados, ostentosos y torpes, “un punto intermedio entre el hombre blanco y el orangután”.

El médico francés Paul Broca concluyó así sus estudios: “en general, el cerebro es más grande en el hombre que en la mujer, más en los hombres eminentes que en los hombres de talento mediocre, en las razas superiores que en las inferiores.” Para él el tamaño del cerebro era sinónimo de inteligencia.

Pero la propia ciencia fue corrigiendo estas pseudoteorías y con la ayuda de la genética ha armado el árbol genealógico de la humanidad. Todos los seres humanos, sin importar el color de su piel, idioma o cultura, comparten genes un 99,8%. Y ese 0,2% diferente reside en los genes que determinan nuestro color de pelo, de ojos y de piel. Y nada más. Desde la más oscura de las personas de piel negra hasta la más pálida de piel blanca, todos están emparentados.