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Más rasgos heredados de nuestros antepasados

Más rasgos heredados de nuestros antepasados
11 de mayo de 2014 - 00:00 - María Eulalia Silva

Piel de gallina

Cuando tenemos frío o sufrimos un susto repentino decimos que se nos puso ‘la piel de gallina’ Este mecanismo funciona a través de fibras musculares, y permite que los pelos del cuerpo se ericen. En los mamíferos cumple una doble función: protegerse contra el frío, pero también en situaciones de enfrentamiento ayuda a aparentar ser más grandes para disuadir al agresor. Y aunque nosotros ya perdimos el pelo, esos músculos siguen ahí.

Huellas dactilares

A nuestros antepasados que se refugiaban en la copa de los árboles estas rugosidades de la piel les ayudaban a sostenerse de las ramas, y  seguramente por eso es que también tenemos huellas digitales en los pies.  Una piel completamente lisa  hubiera supuesto menor capacidad de sujeción. Hoy las huellas dactilares solo sirven como una marca para la identificación personal y cada persona tiene huellas únicas e irrepetibles.

Orejas movibles

Esta es una característica propia de todos los mamíferos. Mover las orejas supone una ventaja porque permite orientarlas hacia el sitio desde donde se originan los sonidos y así detectar un peligro o una presa potencial.   
Si estamos emparentados con los demás mamíferos, nosotros también deberíamos tener la capacidad de hacer lo mismo. Pero en el caso de los humanos el músculo se fue atrofiando por la falta de uso; aún así, hay un pequeño porcentaje de la población que aún conserva la capacidad de mover las orejas.

Dejamos de ser peludos

El lanugo es un vello corporal muy fino que crece en los embriones como capa protectora de la piel por la ausencia de grasa subcutánea. Normalmente se pierde al octavo mes de embarazo, pero muchos bebés nacen con parte de ese lanugo.

Esta es una característica residual heredada de nuestros antepasados, que cuando comenzaron a caminar por las calurosas sabanas africanas fueron perdiendo el pelo generación tras generación; también quienes tenían mayor número de glándulas sudoríparas podían disminuir su temperatura corporal aumentando sus chances de sobrevivir y dejar descendencia.
Con el paso del tiempo nos volvimos lampiños porque esa característica nos favoreció.

La planta del pie

La forma de andar bípeda fue posible gracias a una extensión hacia atrás del hueso del talón y a un realineamiento del dedo gordo del pie. Prueba viva de  la evolución, los pies muestran rastros de la capacidad que tenían los homínidos para trepar y asir cosas con sus cuatro extremidades, como lo hacen los simios. Ellos se pueden colgar de los árboles cerrando su pie como si fuese otra mano.
Los humanos, en cambio, solo nos acordamos del músculo plantar cuando nos dan calambres que dejan duro e incapacitado al pie. Nuestras extremidades inferiores están hoy totalmente especializadas en andar, correr y estar paradas, y solo mediante un considerable entrenamiento -como el de los bailarines- se puede controlar ese músculo y arquear el pie como lo hacían nuestros antepasados. 

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