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A principios del siglo 18 comenzó a investigarse el tema en forma académica

La Tierra tiene 4.500 millones de años

La Tierra por dentro tiene elementos que generan calor. FOTO: CORTESÍA WIKIMEDIA.
La Tierra por dentro tiene elementos que generan calor. FOTO: CORTESÍA WIKIMEDIA.
09 de noviembre de 2014 - 00:00 - María Eulalia Silva

Desde que pudimos comenzar a pensar, los seres humanos nos hemos estado preguntado ¿desde cuándo existimos?, y ¿desde cuándo existe el planeta en el que vivimos? Pero no había manera precisa de hacerlo y el pensamiento mágico-religioso nos llevaba a creer que la Tierra había sido creada por dioses con la finalidad exclusiva de que los seres humanos vivamos en ella. De esta manera, ella y nosotros debíamos tener la misma antigüedad.

Utilizando este razonamiento, en 1650 el arzobispo irlandés Jame Ussher estudió cuidadosamente la Biblia, contó las generaciones desde Adán hasta Jesús y llegó a la conclusión de que la Tierra había sido creada el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo (aC); más exactamente ¡al mediodía!  El arzobispo incluso fue más allá asegurando que la expulsión de Adán y Eva del Paraíso había sucedido el lunes 10 de noviembre del 4040 aC y que el Diluvio Universal tuvo su fin el miércoles 5 de mayo del año 2348 aC.

Todos estos datos fueron tomados solo como una curiosidad, porque para entonces la gente con alguna educación ya sospechaba que el planeta era bastante más viejo que la humanidad. Y a principios del siglo 18 comenzó a investigarse científicamente su edad.

Una de las primeras propuestas provino de Edmond Halley -quien da nombre al famoso cometa-, que en 1715 propuso dividir la cantidad total de sal de los océanos por la cantidad que se añade a sus aguas cada año. Pero como ninguno de estos datos se conocía con exactitud, jamás pudo hacerse el cálculo. En 1770 el por entonces famoso científico francés conocido como el conde de Buffon lanzó una primera cifra revolucionaria: la Tierra tenía entre 75 mil y 168 mil años. A esa conclusión había llegado estimando cuánto tardaban en enfriarse unas esferas de cristal porque ya se pensaba que el planeta había nacido como una bola de roca ardiente. A la Iglesia la cifra le pareció demasiado alta y Buffon debió retractarse de su herejía.

Casi un siglo más tarde, y al otro lado del canal de La Mancha, el inglés Charles Darwin convulsionaba al mundo con su ‘Origen de las especies’, explicando los mecanismos que utilizaban los seres vivos para evolucionar y adaptarse a un planeta en cambio permanente. Y arriesgó una cifra que sonaba tan exagerada que debió retirarla de su libro en ediciones posteriores: estudiando la formación de las capas geológicas de la costa inglesa, concluyó que la Tierra tenía al menos 306 millones de años.  Aunque ya la cifra era mucho más alta de lo que hasta ese entonces se había propuesto, todavía estaba lejos de ser la precisa... y bien lejos.

Más tarde su compatriota el prestigioso Lord Kelvin -el mismo que inventó la refrigeración y la escala de temperatura en grados Kelvin- bajó esa edad hasta apenas los 28 millones. Y a pesar de su enorme peso intelectual, sus cálculos causaban perplejidad entre los naturalistas, porque los fósiles de dinosaurios y otros antiquísimos organismos que desenterraban desmentían esta afirmación. Si la Tierra solo tenía en realidad esos pocos millones de años de antigüedad, como insistía el gran lord Kelvin, órdenes completas de antiguas criaturas debían  haber aparecido y desaparecido prácticamente en el mismo instante geológico.

La confusión era tal que a finales del siglo 19 habían textos que decían que entre la aparición de la vida en el mar y la existencia de los seres humanos habían pasado 3 millones, 8 millones, 600 millones o 794 millones de años. Incluso en 1910, hace apenas un siglo, uno de los cálculos más respetados, el del estadounidense George Becker, establecía la edad de la Tierra en solo unos 55 millones de años.

Pero es que para entonces no había nada en la física que pudiese explicar que un cuerpo del tamaño del Sol pudiera arder continuamente más de unas decenas de millones de años sin agotar su combustible. Si seguía vivo el Sol, debía ser porque era joven y lo mismo aplicaba para la Tierra. El razonamiento de Kelvin estaba completamente equivocado por una razón: aún no se había descubierto la radioactividad y sus efectos.

Pero un accidente daría lugar a uno de los más grandes descubrimientos de la química y la física.  En 1896 el francés Henri Becquerel dejó un sobre con sales de uranio sobre una placa fotográfica sin revelar. Luego se dio cuenta de que en la placa se habían impreso imágenes, como si les hubiese dado la luz. El uranio emitía algún tipo de rayo, algo muy curioso cuya investigación delegó a una joven estudiante polaca. Ella se llamaba Marie Curie, y junto a su esposo Pierre descubrieron que algunas piedras desprenden energía todo el tiempo. La llamaron radiactividad y así los tres ganaron el Premio Nobel de Física.

Más tarde, el joven físico neozelandés Ernest Rutherford empezó a interesarse por los nuevos materiales radiactivos. Y descubrió que pequeñas cantidades de esos elementos contenían enormes reservas de energía y que la desintegración radiactiva de aquellas reservas podía explicar la mayor parte del calor de la Tierra. También descubrió que los elementos radiactivos se desintegraban en otros elementos, por ejemplo, el uranio, un elemento muy inestable, se desintegraba y terminaba por convertirse en plomo. La materia no era indestructible y eso podía explicar por qué la Tierra tiene calor en sus profundidades y por qué el Sol podía seguir haciendo combustión por miles de millones de años. (continúa)

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