Una pieza perdida del rompecabezas del planeta acaba de ser encontrada. Un grupo de geólogos ha descubierto un fragmento de África que quedó unido a Norteamérica cuando estos dos continentes se separaron hace unos 200 millones de años. Por entonces, el aspecto de la Tierra era muy diferente al que conocemos ahora. Todos los continentes estaban unidos en una sola masa de tierra llamada Pangea, que de a poco se fue agrietando.

Para comprobarlo con sus propios ojos haga este experimento: tome un mapamundi barato, corte por los bordes los continentes y vaya uniéndolos para que queden como en la ilustración que se encuentra en el gráfico superior. Es fácil ver cómo encaja el sudeste de América del Norte con el norte de África, Brasil con su centro y Argentina con el sur, y también con Australia y la Antártida. Cuando estas piezas estaban unidas todavía faltaba mucho para que Centroamérica emergiera de las profundidades para unir las dos Américas. Todos esos cambios han ido alterando el clima y la evolución de la vida en el planeta, como veremos.

¿Y por qué se separaron los continentes? Por el movimiento continuo de las placas tectónicas en los que se asientan. Las placas son fragmentos de la corteza que flotan sobre el manto y se desplazan en diferentes direcciones. Es apenas algo más de dos centímetros por año, pero suficiente para llevarlos hasta donde están ahora: en 200 millones de años se han movido unos ¡4 mil kilómetros! Pruebas hay muchas; por ejemplo, se han hallado fósiles de Listrosaurios -un reptil con algunos rasgos de mamíferos- en sitios hoy separados por océanos como India, Sudáfrica y la Antártida.

Así de viejo es nuestro planeta y no es una obra acabada como se creía antiguamente. Continúa en formación y con los actuales movimientos de las placas, dentro de 50 millones de años el aspecto de la Tierra también será diferente: el Atlántico se ensanchará, África chocará con Europa cerrando el mar Mediterráneo, Australia se unirá con el sudeste de Asia, y parte de California se separará para deslizarse hacia la costa de Alaska. Los mapas tendrán, pues, que redibujarse. El mito de que la Tierra es hueca es casi tan antiguo como la civilización humana. Como los muertos eran enterrados, se suponía que bajaban a un reino subterráneo. También el hecho de que a medida que se bajaba por las cavernas hacía más calor y que de abajo brotaba en algunos sitios lava ardiente, originaron el mito del infierno.

Alicia cayó por un profundo agujero hasta el País de las Maravillas. Las novelas de Julio Verne, Edgar Rice Burroughs y Bulwer-Lytton aportaron la ficción de que en el mundo subterráneo había selvas con animales prehistóricos, una raza avanzada y hasta un sol en miniatura. Y en la década de los 70 los ufólogos se apropiaron de la leyenda asegurando que en ese inframundo había una base de ovnis. Ahora la moda es asegurar que allí viven los reptilianos, una especie invasora extraterrestre. ¿Podría algo de esto ser físicamente posible?

Todas las pruebas dicen que no. En primer lugar, los cálculos sobre el peso de la Tierra demuestran que es sólida. De otra manera estarían equivocados todos los cálculos sobre la fuerza de la gravedad que es proporcional a la solidez de un cuerpo. En segundo lugar, todas las prospecciones sísmicas para buscar petróleo -que se han hecho por millones- muestran capa tras capa de tierra sólida.

Tercero, no existen los soles en miniatura. Para poder “encenderse” y tener suficiente combustible para convertirse en una estrella, los cuerpos tienen que ser aún más grandes que Júpiter. Y cuarto, aún si pudiera existir ese sol enano, nada podría vivir en el interior del planeta por el intenso calor y su poderosa fuerza de gravedad que ya se lo habría tragado todo. Así es que la teoría de la Tierra Hueca es ciencia ficción, y de la mala.