Publicidad
Houdini, el gran ilusionista que desafió a espíritus y espiritistas
Se llamaba en realidad Eik Weiz y era húngaro de origen judío. Cuando Harry Houdini aún era niño sus padres emigraron a Estados Unidos. Allí la pobreza lo obligó a vender periódicos y lustrar zapatos.
Su vida cambió el día que conoció a un mago callejero: fue tan grande su impresión que desde entonces no paró de leer todo lo que tuviera que ver con el ilusionismo. Ya a los ocho años comenzó a llamar la atención de los transeúntes de Nueva York con sus originales trucos de prestidigitación y su gran capacidad de contorsionista.
Siendo joven se convirtió en un atleta excepcional, un hecho clave para sus futuros actos de escapismo. Comprendió que para triunfar debía renovar todo lo que ya se había hecho e inventar nuevos y más espectaculares actos de magia. Aprendió a abrir todo tipo de candados y cerraduras y a llenar de suspenso sus espectáculos. Por ejemplo, se introducía atado en un baúl cerrado con llave y luego de unos instantes aparecía entre el público. O se hacía sumergir encadenado en una especie de pecera gigantesca herméticamente cerrada, de la que conseguía escapar luego de tres interminables minutos sin respirar.
Pero estos impresionantes trucos no eran suficientes para él. Houdini fue el primero de los grandes ilusionistas en realizar espectáculos masivos, utilizando para ello el poder de la prensa. Se dio a conocer desafiando a los jefes de policía de las ciudades a esposarlo y mantenerlo encerrado en una cárcel. Y siempre conseguía escapar, porque se las ingeniaba para llevar consigo una llave o una ganzúa.
Gran nadador y contorsionista, se inventaba actos tan arriesgados como lanzarse desde un puente a un río helado atado con cadenas. O dentro de una caja fuerte. O se hacía colgar de una grúa en pleno centro de las ciudades para, en unos minutos, escapar de una camisa de fuerza. En realidad el peligro no era tan grande porque estos actos estaban meticulosamente medidos. Houdini era un perfeccionista obsesivo y practicaba decenas y cientos de veces cada uno de ellos.
Durante un cuarto de siglo Houdini fue el indiscutible rey del espectáculo en Estados Unidos. Lo convincente de sus ilusiones y la histeria generada por hacer lo que la gente creía imposible, lo rodearon de un aura especial. Muchos lo consideraban una especie de súper hombre, y sin embargo él no se cansaba de decir a todo el mundo que lo suyo eran simples trucos, y que nada tenían que ver con poderes extraordinarios. No soportaba a quienes mentían descaradamente sobre sus supuestos poderes psíquicos y por eso desafió una de las creencias más arraigadas de entonces que contaba con millones de seguidores: el espiritismo.
Houdini y el espiritismo
En la misma época en que vivió Houdini, el espiritismo hacía furor en Estados Unidos y Europa. Desde que dos niñas, las hermanas Fox, comenzaron a asegurar que podían comunicarse con el más allá, la moda de reunirse para hablar con almas de los difuntos se extendió a toda velocidad. En menos de una década ya había en territorio norteamericano 40 mil médiums que se dedicaban al lucrativo negocio de engañar incautos.
El propio mago, al inicio de su carrera, realizaba un acto de médium como parte de su espectáculo. Cuando se dio cuenta de que estaba trivializando el dolor de la gente, dejó de hacerlo. Y aunque hombres del prestigio de Charles Darwin le negaron cualquier validez científica, hubo muchos personajes famosos que creyeron en la posibilidad de que los muertos pudieran comunicarse con los vivos. Uno de sus más fervientes defensores fue el escritor inglés Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Pero a diferencia de su muy racional detective de ficción, Conan Doyle creía en todo.
Hasta en la existencia de las hadas. Y estaba convencido de que Houdini tenía poderes sobrenaturales como la capacidad de atravesar paredes, un truco que hoy incluso un niño podría adivinar cómo se hace.
Conan Doyle y Houdini entablaron amistad, y el escritor le ofreció los servicios de su esposa -una médium- para que pudiera comunicarse con su difunta madre. Houdini confiesa en sus memorias que acudió a la sesión queriendo creer que eso era posible. Pero el mago también era un escéptico porque conocía bien cómo se hacen todos los trucos. Apenas la mujer entró en trance se dio cuenta del engaño: el alma de su supuesta madre se estaba comunicando en inglés, un idioma que no hablaba, y ni siquiera se acordó de mencionar que ese mismo día se cumplían nueve años de su muerte.
A partir de ese momento, Houdini le declaró al espiritismo una guerra sin cuartel. En 1923 abandonó sus espectáculos de ilusionismo para recorrer Estados Unidos, asistiendo a sesiones de los más famosos espiritistas para desenmascarar -una por una- las tretas que empleaban con sus clientes. Más tarde declaró ante el Congreso a favor de una ley contra las estafas de los espiritistas, e integró un comité de la revista Scientific American que ofrecía pagar una enorme suma de dinero a quien pudiera demostrar que era capaz de hablar con los muertos. Nadie pudo ganar el premio.
Y tanto llegaron estos a odiarlo, que hasta hoy un mito sostiene que fue envenenado por sus enemigos. Pero aún después de fallecer el rey de todos los magos siguió demostrando de una manera muy ingeniosa que ni ellos tenían poderes sobrenaturales, y que nadie había probado que existe vida más allá de la muerte.