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“Ser periodista implica toda la pasión del mundo” (I)

“Ser periodista implica toda la pasión del mundo” (I)
08 de diciembre de 2013 - 00:00

El lugar donde Carlos Payán Velver ha sido más feliz es intentando hacer periodismo. En una entrevista de casi tres horas, el director fundador de La Jornada 1984 dice “este país no sé qué carajos sería sin este periódico con la información contada de otra manera”.

Payán fue investido el miércoles con el grado de doctor honoris causa por la Universidad de Guadalajara (UdeG). De tarde fue homenajeado en la FIL de Guadalajara, reconocimiento que fue también para La Jornada, como ha dicho el rector de la UdeG, Tonatiuh Bravo Padilla.

En la sala de juntas se sienta junto a la ventana, abrigado con un suéter de cuello de tortuga. No viste su emblemático traje de pana con el que muchas veces lo vimos en la redacción del periódico en Balderas, en pleno centro de México DF.

SIN MIEDO A LA MUERTE
Dice que le gusta la pana, porque así visten los obreros y los intelectuales franceses. “En la actualidad me cuesta ponerme corbata y sé que me la tengo que poner”.

-¿Usará corbata el miércoles?
-Sí, no quiero ser grosero con gente que es gentil conmigo.

Está a contraluz. Las sombras se acomodan sobre sus manos. Durante dos horas y 40 minutos cuenta anécdotas, cómo llegó al periodismo, cómo se fundó La Jornada, cómo se eligió el nombre del diario, el cambio en la relación con el poder, encuentros con presidentes y empresarios, con indígenas que llegaban a la redacción, lo que significó el movimiento zapatista, el sismo del 85 o la guerra del golfo Pérsico y el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

“Tengo 84 años. No le temo a la muerte. Siempre he disfrutado la vida, lo terrible es que muchos amigos de menor edad se van muriendo uno tras otro, y eso pesa mucho. No tengo miedo. Ya digo: ‘Voy a morir… ¿Cuándo?’ Pero se mueren los amigos, gente querida y valiosa: (Carlos) Monsiváis, (Guillermo) Tovar de Teresa, que era mucho más joven. Eso es lo trágico”.

Don Carlos cuenta historias. En muchas de ellas hay otra figura, la de Carmen Lira, que en 1996 tomó la dirección de La Jornada. Mancuerna desde que trabajaron en Unomásuno (diario mexicano) con Manuel Becerra Acosta, compañeros de viajes, salvados por un camionero un día que se descompuso el coche de madrugada bajo un puente del Periférico, y a quienes caminando cerca del hotel del Prado, destruido en el sismo del 85, les cayó a un lado un pedazo de cristal.

“Carmen Lira es la mujer con la que más tiempo he vivido en mi vida, porque desde el Unomásuno pasábamos 16 horas diarias trabajando, después con el sindicato, salíamos a las cuatro o cinco de la mañana para estar otra vez a las 12, a veces a las 10, en el periódico. Eso fue pesado, pero no lo sentíamos”.

PIEDRAS DE TOQUE DEL PERIODISMO
A lo largo de la conversación deja caer pequeñas piedras de toque de lo que es el periodismo. “Lo que se necesita es vocación, pero antes pasión. Así como en la Academia había un letrero: ‘No entre quien no sepa matemáticas’, en el periodismo debería decir ‘no entre quien no sea un ser apasionado. Con toda la pasión del mundo’. Creo que eso es lo que más se necesita para ser periodista. Lo demás, la ética y eso, la tiene o no la tiene. Debe tener una ética. Es que la profesión es maravillosa. Lamento mucho no haber sido reportero”.

Con Carlos Payán y Carmen Lira se encontró una nueva forma de hacer periodismo. “Ya hacíamos lo que Tom Wolfe llamaba nuevo periodismo. Era ofrecer la información contada de otra manera. Un periodista cuenta la historia. Como un cuento. Como una historia. Si el periodista es un contador de historias, ¡hombre, eso es por lo que se debe optar! Cuéntame una historia: ‘Cuando llegué a la Plaza de las Tres Culturas avanzaba el Ejército’… Cuénteme la historia completa, la narración como empieza y termina, es muy difícil”, y aquí la charla se cruza con las nuevas tecnologías, el diarismo en la red.

“Cuando inauguramos nuestra página de Internet –prosigue Payán Velver– dije eso: a ver si acabamos aquí con la información pleonástica. Hay una cosa que sí me permiten que les recomiende. Con el Internet, usted viaja con esto (toma de la mesa un teléfono celular) de pronto se encuentra con Shimon Peres y le dice: ‘Señor, tal cosa’. Y Peres ya le dijo tres o cinco palabras, lo registró con esto y lo mete usted a la página y también al periódico impreso. Eso es lo más sencillo”.

Contar historias y preparar una investigación no está peleado con el periodismo digital.

“No es imposible, aunque es difícil. Va a suceder que lleve un reportaje de investigación, pero va demasiado encapsulado, demasiado pequeño todavía y además para contar las cosas ahí cuesta trabajo para que se lea. Ese es otro boleto que tiene que desarrollarse. Ahorita les digo lo que creo que puede pasar ahí: debe salir información para Internet. Lo inmediato, ya me lo ganaron, el reportaje no. Usted, por ejemplo, va a trabajar sobre los trabajadores de unas minas y nadie se lo gana, lo gana el periódico y luego sube una síntesis a Internet, pero Internet no es el futuro.

UN DIRECTOR SE PUEDE EQUIVOCAR
Lo que hizo primero en el Unomásuno y después en La Jornada, que el próximo año cumple su aniversario número 30, fue contar las historias de quienes no eran considerados noticia: la izquierda, los obreros, indígenas estudiantes.

“Ejercer la profesión debe ser siempre una vocación y una voluntad de hacer las cosas bien. Uno le puede permitir a un reportero que en su reportaje, cuando ya se le tiene confianza, medio edite, medio editorialice. A los demás no. A los demás es cuéntame la historia. Imagínese yo que venía de fuera, todo era nuevo y lo viejo es lo que hacían las gentes que venían de otros periódicos. Ellos decían que la izquierda no era información. No es que fueran anticomunistas, así les enseñaron. Llegaba información de los sindicatos y la mandaban y la señora Dolores Cordero me avisaba: ‘Payán, acaban de tirar a la basura esta información’. ¡Sácala! Y ya hacía yo que se publicara”.

“Eso también tiene que ver con el dictum que da el director y que el colectivo acepta y lo produce. En la mesa de redacción todos dan su opinión porque el director se puede equivocar, con tanta información de pronto puede agarrar una cosa que ya se dijo y en la loca la quiere llevar a la primera y el otro tiene que decir que no, que ya se publicó. Para eso funciona, para buscar el equilibrio de la información, que no sea repetitiva y cuando en la mesa no responden los otros… A mí me pasó en una ocasión, que le pregunté al jefe de la mesa, ¿usted qué opina? Me dijo: ‘lo que usted diga’. Le dije váyase al carajo, no me sirve para nada. Eran los tiempos de ‘¿Qué horas son? Las que usted diga’. Pues no me sirve para nada, pero bueno, somos así también”.

“Con Becerra era difícil. Si llegaba a preguntar, ¿usted qué opina? y uno le decía ‘yo creo que…’ ‘Ah usted cree. ¿Quién es usted para creer?’ Y el otro salía casi infartado”. Sus risas llenan la sala...

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