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Entrevista / Omar Rincón / PROFESOR DE COMUNICACIÓN Y CRÍTICO DE TELEVISIÓN COLOMBIANO

"La televisión es un graduador de egos, una manera de hacerse visible"

Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
12 de octubre de 2015 - 00:00

Por Luis Fernando Fonseca

Hace un par de semanas, la televisión ecuatoriana fue objeto de una amplia difusión en redes sociales e, incluso, invadió el espacio público, mostrando que ese medio audiovisual no ha perdido vigor en las retinas de ciertos espectadores al lado de las nuevas tecnologías.

Los temas que puso en tela de juicio el reality de concurso —o celebrity show— Ecuador tiene talento van de las críticas al sensacionalismo de sus productores, pasando por los derechos individuales de sus participantes, hasta la calidad ética y artística de los jueces, pero los comentarios que suscitaron apenas generan debate, un tema vital para el crítico de televisión Omar Rincón, quien reflexiona sobre lo que actualmente narra la pantalla chica latinoamericana desde un trasfondo que suele permanecer en la oscuridad o, al menos, soslayado por ciertas élites intelectuales y morales.

¿Es el escándalo un componente obligado del reality?

Estos programas aprovechan la necesidad que se ha vendido en la sociedad contemporánea de querer ser alguien, y ser alguien hoy es salir en televisión y estar en pantallas de las redes sociales. Todos queremos ser celebrities de nuestras vidas, no solo tener 15 minutos de fama —de los que hablaba Andy Warhol. Los ciudadanos de hoy estamos sedientos de fama y de pantalla, por eso nos prestamos a ese tipo de cosas. Los realities son formatos que están hechos para generar entretenimiento simple, emocionalidad rápida (suspiro, lágrima, sonrisa); para producir negocio, es una industria muy buena porque son formatos bastante baratos. El talento es gratis, quienes se prestan a ir lo hacen gratis y (los productores) no tienen que pagar actores; y tienen que generar escándalo público como parte del formato, sino será un reality malísimo. Ahí, todo el mundo cae, porque se tiene que formar polémica. Cuando todos los medios hablan del tema en las redes sociales, lo que dicen los realizadores es "tuvimos éxito, lo logramos". Si nadie habla de eso y lo ignora, el reality pasa a segundo plano.

¿Qué carga moral y social tiene una pregunta sobre la creencia religiosa a un participante y, luego, el hecho de que la juzguen —aunque solo sea en el discurso— por ello?

Hay que acabar con el moralismo como manera de crítica. Moralismo en los sentidos religioso (“este programa va contra los valores de la solidaridad”), político (“este programa está discriminando y acabando con la identidad del pueblo”) y académico (“esto es basura cultural y hay que quitarlo”) porque desde estos juicios, que pueden ser válidos, no se toma en cuenta las muchas interpretaciones que entran en juego. Si me pides que te responda, como crítico de televisión, si el programa es bueno, pues, sí, es buenísimo para Tv. Genera entretenimiento, emoción, espectáculo, conversación pública, escándalo, emociones (...) tiene a un país hablando de eso, qué más televisión de calidad quieres que hagamos. Como negocio es buenísimo. Del lado popular, el televidente se siente divertido al ver este programa, es una propuesta que le hace sentir que sabe mucho, se convierte en Dios y también en juzgador de los muchachos que están cantando en pantalla, el televidente la pasa bien y puede desarrollar ese sentido que a todos nos gusta: la crítica, se vuelve potente, poderosa porque sabe cuándo alguien canta bien o mal. El televidente siente que por fin lo tomaron en cuenta.

Es una forma de mostrarse...

En esta sociedad, el anonimato nos mata, somos invisibles para todo el mundo y la gente va y se presta a hacer el ridículo, o sabe que lo va a hacer, con tal de participar y después contarle a sus nietos que salió una vez en Ecuador tiene talento. Quedará feliz de por vida porque la televisión es un graduador de egos. En una sociedad donde la gente no tiene posibilidades de hacerse visible, el reality llena un vacío. Desde el punto de vista cultural, ahí está expresada una manera de ser de Ecuador que no se puede cambiar por decreto: la crítica, el morbo, la difamación, incluso. Al Gobierno le puede interesar preguntarse qué tipo de país queremos construir y cuál quieren construir los empresarios que hacen televisión, nada más.

¿Y a los ciudadanos?

La pregunta que yo me haría es: ¿qué hace que en una cultura como la ecuatoriana, que ha vendido como norma una nueva ciudadanía, lo intercultural tenga ciudadanos que se presten a participar de eso y sean felices haciéndolo?

Ese es el problema de no respetar las diversidades de creencias, ¿será un fracaso la manera en que vendimos la idea de interculturalidad?

Podemos elevar la reflexión en cuanto a este caso y preguntarnos por qué pasa aquello y aprovechar esta coyuntura para poner a la interculturalidad de pleno en debate público, en lugar de irnos en contra del programa, siendo jueces, debemos decir que "en Ecuador nos falta mucho por hacer, tenemos que respetar al otro". No tolerarlo porque la tolerancia es un asco, hay que convivir con el otro, mezclarme, ensuciarme con el otro católico o ateo. La tolerancia es un valor tonto porque no te implica. Aprovechemos el gancho y pongamos lo reflexivo. Las cosas no son de control ni de prohibición sino de conversación pública y esto puede ser una oportunidad para conversar públicamente.

Hay otro caso en particular en cuanto a la imagen: una muestra fotográfica fue censurada en Quito por mostrar inscripciones reales de violencia de género...

Soy de la idea de que todo debe ser permitido como expresión de un colectivo para hacerlo pensar. En lugar de ver todo desde la autoridad moral de criticarlo y decir "eso no debe hacerse", me pregunto qué dice la sociedad nuestra. En el caso particular, resulta que para la corrección del mundo contemporáneo se cree que si quitamos las palabras desaparece la realidad. Eso me parece fatal. Creemos en una moral de pura emoción, de pura prosa, en la que no llega a participar directamente el ciudadano. Escribir ‘los y las niñas’ no te hace consciente del género, por ejemplo. Y quitar la palabra ‘zorra’ de una fotografía tampoco hace que los ciudadanos dejen de decirla, mientras que ponerla gigante la vuelve una reflexión y piensas cuándo vas a usar esa palabra. La cultura ciudadana es eso, pensar sobre los comportamientos que tenemos.

¿Y hay que evitar los lugares comunes en el uso de la imagen?

Si una mujer golpeada se expone, no te produce nada. La fotografía de eso es una denuncia, sí, pero cambiar el lenguaje es más válido cuando cambiamos las realidades, los comportamientos. Volvemos a tolerar todo pero, en el fondo, seguimos siendo machistas, racistas y clasistas. Hay que poner esas cosas en evidencia y, mientras más las hagamos públicas, habrá mucha más reflexión sobre eso porque si no seguiremos escondiendo con palabras nuestros comportamientos.

Debemos de dejar de pensar en las purezas éticas del lenguaje y los conceptos. Hay una regla de comunicación súper simple: contamos un relato (storytelling) para proveer una experiencia (storyliving). Normalmente nos quedamos contando historias bonitas pero la experiencia no corresponde con eso. Es muy complicado transformar una sociedad a punta de lenguaje y de discurso solamente.

Ha dicho que se puede pensar la sociedad a través del melodrama, de las telenovelas...

El melodrama está en todos los estratos pero se cree que es bonito solo si llega de Hollywood o en una serie de televisión gringa. ‘Si es popular, es de mal gusto’. Hamlet, de (William) Shakespeare, es melodrama hasta el infinito pero como es teatro de culto ahora está bien visto aunque sea una historia melodramática y trágica a la vez, igual que Romeo y Julieta.

El melodrama es el lugar narrativo, de género, desde el cual los sectores populares se relatan. Es el relato de una sociedad popular y debe ser tomado en serio porque por ahí se expresa una forma de pensar el mundo y lo que tenemos que analizar es qué dice de nosotros como sociedad.

Los presidentes de América Latina, por ejemplo, gobiernan en forma de melodrama y telenovela: aman al pueblo, se emocionan, bailan, están con él, lo adoran y conquistan. La música también es otro lugar para pensar la sociedad, el problema es diversificar el relato de esta y pensarlo desde diferentes lugares. Porque ‘el pueblo es sabio para la política económica, educativa...’, los presidentes viven diciendo eso pero también se dice que el pueblo es bruto para ver televisión y para escuchar música popular. No es así, lo que el pueblo sabe es sobre música y Tv porque es lo que más hace.

La paradoja es que elevamos al pueblo a máxima referencia teórica en lo que no sabe y negamos lo que sabe. Estamos equivocándonos y mientras no nos tomemos en serio al pueblo y lo popular en lo educativo, no vamos a hacer comunicación de calidad para el pueblo, haremos televisión para las élites pero no para la gente, para que la vean quienes se creen cultos y que por cultos no ven televisión. Hay que tomar en serio al pueblo en sus estéticas, narrativas y formatos.

¿Ese prejuicio suele darse más en la izquierda que en la derecha?

Es que piensan igual, que el pueblo es bruto y que hay que educarlo por televisión. Eso es un autoritarismo cognitivo. Dicen que los cambios surgen del pueblo que no sabe y hay que enseñarle. Es algo radical, de ambas tendencias.

Tomar en serio al pueblo es aceptar sus ambigüedades porque es impuro, sucio, bastardo. Lo popular está lleno de cosas que hay que saber leer porque todos estamos hechos de eso.

¿Qué tienen de local series como The Walking Dead?

Es que eso va para otro público. Así como para la mamá o la gente común y corriente tenemos las telenovelas y los realities; para una pequeña élite cool que sabemos cuáles son los referentes globalizados, hay nuestras propias telenovelas que son las series y, además, nuestro orgullo es que eso no lo puede ver mi mamá, es el mejor gusto. Pero en el fondo todas son historias telenovelescas y melodramáticas y quizá (las series) solo son un poco más osadas y tienen más cinismo en el relato, están mejor hechas y la referencia para comprenderlas es la cultura global... élites pequeñitas de espectadores que crean una comunidad globalizada.

Te juro que en Ecuador no hay más de cien mil personas viendo series, sin embargo, pasamos diciendo que son lo máximo. No somos la cultura popular sino de la cultura pop mundializada que terminan siendo iguales, un disfrute.

¿Qué distingue a las series colombianas?

Los personajes en lo popular tienen que creer en Dios, en el amor, creer que el pobre es sabio y sale adelante, en el final feliz probable. Incluso lo narcos son felices aunque los maten porque durante la vida fueron exitosos. En cambio, las series tienen una visión cínica sobre el mundo: todo es un fracaso, una perversión... el sexo no tiene otro sentido que un ejercicio corporal, tienen otro tipo de valores y funcionamiento.

Las series globalizadas tienen mejor lenguaje cinematográfico; una narrativa de personajes ambiguos, oscuros y moralmente peligrosos, que te enervan y te ponen en duda; siempre están hablando de una conspiración moral, cósmica contra los seres humanos en la cual no tenemos nada que hacer; son irónicas, cínicas y hacen sentir muy inteligente al espectador; y las audiencias deciden hasta qué lugar llegan las temáticas, eligen entre CSI u Orange Is the New Black porque moralmente tienen cosas distintas a las que uno les pone un límite.

Pero si ponen a estos referentes globalizados, a Breaking Bad, la serie más exitosa del mundo, por ejemplo, frente a Ecuador tiene talento, la primera no saca ni un punto porque su referente no está localizado. Hicieron una Metástasis, la versión colombiana de esa serie, no la vio nadie mientras que Escobar, el patrón del mal fue masiva en todo el mundo en la cultura popular y Narcos que, hecha a la manera gringa, es vista fuera de Colombia porque les parece que muestra lo exótico latinoamericano.

¿Quieres decir que Narcos no es vista en Colombia?

No. Está tan mal hecha que nos reímos al verla. No nos identificamos porque está hecha desde la lógica del reconocimiento gringo: te dice que ellos son los sabios, el heroísmo es de la DEA (Administración para el Control de las Drogas, en español) y que (Pablo) Escobar era un villano muy bobo porque se dejaba intervenir muy fácilmente.

Para nosotros, en América Latina, la DEA son los malos. Las narconovelas son maravillosas y pegan aquí porque tienen nuestra estética de reconocimiento. Las series gringas pegan como series internacionales de Netflix, HBO o cable, de gueto; y las nuestras como televisión popular abierta, masiva, con referentes nacionales.

El escritor Jorge Franco —autor de Rosario Tijeras— dice que ve a generaciones en Medellín repetir las conductas del narco pese a que no tuvieron a Pablo Escobar Gaviria en los telediarios...

Lo que pasa es que la estética narco es permanente en la sociedad actual. Diré una cosa fuerte: la estética narco es la estética del capitalismo, del mercado. En Colombia se llama ‘narco’ y en Estados Unidos, ‘nuevo rico’. Es expresar el dinero a partir de las tetas, en la cirugía de silicona; de la ropa; las tecnologías, los autos; la arquitectura; las músicas... y es una estética que renunció a tener cultura ilustrada moderna.

En Guayaquil se ve en Samborondón... es lo mismo, la sociedad de mercado donde lo que importa es el éxito, el billete más que las otras cosas. (F)

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