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Cuando la crónica roja tiene talento y de lo otro

Cuando la crónica roja tiene talento y de lo otro
26 de junio de 2011 - 00:00

La crónica es la ‘joya del periodismo’. Exige talento e inteligencia. Y más si el tema, el caso, la situación, el personaje o las circunstancias demandan cuidado y precisión. De hecho, los grandes maestros del periodismo reconocen a los nuevos talentos en las crónicas y se miran en ese espejo hasta para aprender de ellos. 

La última edición de la revista SOHO aborda la crónica roja, con tres textos cuyo resultado es: dos puntos a favor y uno muy en contra. Lamentablemente ese ‘muy en contra’ empaña la propuesta general porque falla en la redacción, en el enfoque, carga excesiva de lugares comunes y hasta un tono sensacionalista inneceario. En cambio las otras dos se destacan por una profunda mirada a hechos aparentemente sangrientos que sin esta lectura pasarían como una nota más de cualquier diario amarillista.

La primera crónica, Dos semanas como reportero en el ‘Extra’, de Arturo Cervantes, viola todas las reglas de la crónica y revela que ni siquiera hubo un corrector para las faltas de ortografía (haya por halla, en la página 58). Con todo, en el intento revela ciertas interioridades de ese diario sensacionalista, cuando muestra a periodistas que han hecho de su oficio un tarea “sin piedad”. La crónica apenas si propone una mirada distinta a un mundo que debe poseer una enorme riqueza argumental para describirlo, analizarlo, entenderlo y hasta imaginarlo. Se queda en la anécdota.

El periodista se jacta de haber pasado siete días y “no ver un solo muerto”, calificar de “gremio rojo” a quienes cubren estos temas, validar que una periodista se “haya ganado” más de un insulto y golpe, describir a los fotógrafos como camarógrafos, confesar que no tiene fotos de una morgue porque las eliminaron de su celular y luego exhibir un montaje frente a un cadáver, poner cifras de venta y circulación de ese diario sin confirmar, justificar la lectura de Extra gracias a la supuesta ignorancia de la gente y subestimarla del modo más intolerante.

Y a eso se añaden suposiciones nacidas de su inexperiencia, pero que al final no son parte de su responsabilidad sino de quien permitió que cada dato no justificado, adjetivo innecesario, suposición imaginada, comentario inapropiado se publicara sin beneficio de inventario para la revista y el lector.

En concreto, la revista desfallece frente a la propuesta general que sí atrae y constituye un reto editorial. En cambio los dos textos siguientes (Crónica de una muerte, de María Sol Borja, y Radiografía de un crimen, de Alexis Serrano) valen por la prosa, su profundidad para ingresar en el mundo indígena sin calificarlo ni subestimarlo. Cada uno, a su modo, revela más allá del crimen o la muerte: la compleja realidad donde ocurre esa tragedia.

Particularmente, Borja permite visualizar las condiciones en las que ocurre la muerte tras la fiesta de un matrimonio indígena, nos cuenta el ritual y sus explicaciones, no apela al drama para doler y por el contrario con la sola descripción de los elementos que conducen a la tragedia sabemos que llegaremos a un estado de asombro y dolor.

Salvo por unas dos imprecisiones temporales y una reiteración inválida (aquello de que el rito de iniciación sexual ya había sido experimentado por los novios ya no vírgenes), la crónica brilla por la inteligencia narrativa y la textura del lenguaje.

Serrano, por su parte, hace lo que todo periodista está obligado a diario: reconstruir un hecho desde la investigación elemental, con todas las herramientas de la reportería básica. Y con ello, que ya no es poca cosa, utiliza un lenguaje y tiene una mirada sobre un asesino sin estigmatizarlo, apenas nos cuenta quién es y por qué mató.

Además, lo que para cualquier lector desprevenido puede ser un buen titular sensacionalista, para Serrano es la ocasión para reivindicar el oficio de periodista, a tal punto que empieza por el crimen y llega hasta la cárcel sin ningún adjetivo ni prejuicio.

Si todos los días los periodistas de crónica roja revisaran los partes policiales, los exámenes médicos y hasta los siquiátricos de los victimarios tendríamos ganas de abrir las páginas de los periódicos y conocernos mejor como seres humanos en el espejo de quienes rebasan el límite de la cordura y de la ley.

Incluso para entender la inseguridad y la violencia, el texto de Serrano nos conduce a la realidad de quienes por falta de atención médica oportuna, al nacer, crecer y desarrollarse, pueden caer en la esquizofrenia y luego en el crimen.

Si la comparación sirve como pedagogía, Cervantes debió leer primero a Borja y a Serrano antes de publicar su texto y lo mismo debió hacer SOHO para aceptarlo.

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