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Warrior: qué hay detrás del músculo
Walk away now and you’re gonna
start a war
Start a war – The National
Hace algunas semanas me levanté tarareando una melodía a la cual no podía poner nombre, apellido, letra ni procedencia. El subconsciente en pleno vigor. Pasó un día, otro, y otro, en los que la punta de mi lengua no tenía espacio para otra adivinanza. Hasta que, una mañana mientras doblaba las camisetas, se produjo la iluminación: era el soundtrack de Warrior, una película de 2011 que pasó sin pena ni gloria por los lugares en los que se estrenó, en nuestro caso, por las esquinas de películas piratas. Si no me la hubieran recomendado, probablemente nunca hubiese visto una película sobre artes marciales mixtas —más conocidas como UFC por las siglas de la empresa que produce eventos de esta disciplina— en cuya portada salen simplemente 2 luchadores. Pero estamos hablando de una historia que, a pesar de contar con una trama sencilla, contiene mucho más que eso. Detrás de esas máscaras de músculo encontramos una historia familiar de abandonos, rencores, distancia e intentos de redención.
La frase del epígrafe “vete ahora y empezarás una guerra” pertenece a la canción con la que empieza la película. Las únicas 2 canciones con letra crean una espacie de ópera en la cual interviene la banda sonora junto con los personajes. Aunque nos cuenta que hay alguien que se fue, que hubo una batalla, en Warrior únicamente llegamos a pasar constancia de los caídos. Paddy Conlon (Nick Nolte), militar retirado, fue un padre ausente, alcohólico y violento, que motivó la fuga. La familia se desintegró durante la adolescencia de sus 2 hijos. Mientras Tommy (Tom Hardy) tomó a su madre para que huyeran juntos, Brendan (Joel Edgerton) se enamoró de Tess. Entretanto, el primero terminó enrolándose en el ejército —después de ver morir a su madre escupiendo sangre en el invierno—, el segundo formó una familia que ya cuenta con 2 pequeñas. Ninguno de los 3 se volvió a dirigir la palabra. Dejaron que el tiempo se encargarse de calcificar el rencor que cubría sus relaciones familiares. Y recién acá empieza la película. Tommy regresa a Pittsburgh pero no como hijo pródigo: vuelve únicamente para utilizar a su padre —que ya lleva 100 días sobrio— como entrenador para un campeonato de artes marciales mixtas que ofrece $ 5 millones como premio. “Esto no significa nada”, se encarga de dejar claro varias veces, como quien reafirma los nulos roles familiares. Brendan, por su parte, tras perder su empleo como profesor de Física en un colegio, se ejercita para el mismo torneo con un amigo cercano porque necesita el dinero para pagar su casa. El evento los reunirá, junto a los mejores luchadores del planeta, para enfrentarlos con su capacidad de perdonar.
El cuerpo es probablemente lo más tangible de nosotros mismos. Es por eso que, cuando ambos se enfrentan, este se transforma en una metáfora de lo que ha sucedido en su interior desde que se abandonaron. La saliva que se desprende de los bufidos de un Tommy que causa pánico en el ring —solo meses después será Bane en la tercera entrega de Batman— representa, entre otras cosas, los años que se sintió abandonado por su hermano mayor. Las heridas que cubren el rostro de un Brendan que lucha con pura técnica son, entre otras cosas, la desinformación que tuvo sobre su madre. La lucha cuerpo a cuerpo se convierte en la manera más gráfica de mostrar lo que, literalmente, se tiene dentro. Y su director, Gavin O’Connor, sabe conjugar un montaje perfecto con un sonido casi morboso para conmover con un filme de peleas.
Sería imperdonable escribir sobre Warrior sin dedicar un apartado para Nick Nolte, ese tremendo actor de metro noventa, ojos hundidos y voz paralizadora que hace temblar la pantalla cuando aparece. Es inevitable quebrarse al ver llorar a ese abuelo arrepentido que no conoce a sus nietas, a ese padre que es consciente de que ahora, por justicia, deberá soportar los maltratos más dolorosos de aquellos a quienes cambió por el alcohol cuando más lo necesitaban. Paddy escucha Moby Dick en su walkman durante los tiempos libres. La historia que escribió Melville trata, resumidamente, sobre la obsesión que tiene al capitán Ahab por acabar con la gran ballena que le quitó su pierna. Estamos hablando de un odio que contagia a su tripulación hasta llevarla a la muerte. Por eso, cuando el personaje interpretado por Nick Nolte sabe que el ballenero Pequod se acerca a su perdición, con whisky en mano, en pijama, llora por ellos: “¡Detengan el barco, bastardos! Ahab maldito hijo de puta. Estamos perdidos. Se acabó. Nunca lo arreglaremos”. Pero no llora solo por los tripulantes de la nave, sino porque siente que la relación con sus hijos también es esa gran ballena: un gigante al cual nunca doblegará, una tierra que siempre será ruinas, un pasado con cadena perpetua.
Poco importa quién gana al torneo cuando llegamos al final. Solo escuchamos que, mientras los 2 gigantes se golpean en la jaula, vuelve a aparecer la banda nacida en Cincinnati que nos dice cosas como “today you were far away / and I didn’t ask you why” (1)o “can I ask you about today / how close am I to losing you?”(2). Otra vez a hablarnos de la lejanía entre unos personajes que son culpables e inocentes al mismo tiempo.
Como todos. Esto es lo central de la película, más allá de las llaves para torturar al hombro del rival o los codazos en la mejilla ajena: preguntarme qué tan cerca estoy de mi hermano con el que no vivo desde los 18 años o de mi abuelo que es idéntico a Nick Nolte. Recordar eso de que el perdón es anterior a la ofrenda. Mi subconsciente se alió con Warrior para derrotarme en una pelea handicap. Era una deuda reivindicar una gran película que no llegó a las estanterías de nadie.
Nota:
1. Hoy estuviste lejos / y yo no te pregunté por qué
2. Puedo preguntarte sobre hoy / cuan cerca estoy de perderte?