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Vinícius de Moraes: la empatía perfecta entre la vida y la poesía

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Quienes conocieron en vida al poeta saben que es imposible resumir en un artículo su vida, y que no miento al afirmar que Vinícius de Moraes era un ser diferente y un hombre sin límites, que nunca permitió —en toda la extensión de la palabra— que la avaricia triunfara sobre la generosidad. Con creces, fue un hombre de espíritu abierto y de una enorme sabiduría de vida, que detestaba esa herrumbre que es la rutina diaria, aunque procuraba armonizarse con todo. En cada gesto, en cada paso que daba, buscaba esa armonía, y la poesía que lo acompañaba el tiempo entero le permitía dar un enfoque poético a las personas y a las cosas.

La relación del poeta con sus compañeros musicales fue así, direccionada por la grandeza. Compuso canciones de antología con Tom Jobim, Toquinho, Baden Powell, Carlos Lyra, Pixinguinha, Ary Barroso, Edu Lobo, Chico Buarque, Moacir Santos, Haroldo, Tapajós, Ernesto Nazaré, Georges Moustakí, Sergio Endrigo, Francis Hime y tantos otros…

Vinícius siempre estuvo bien acompañado, incluso cuando estaba solo, pues Vinícius fue, muchas veces, su propio compañero.

La lista es larga y, a primera vista, hasta provocadora, porque reúne una inmensa gama de temperamentos, estilos, clases sociales, generaciones. A pesar de todo, el poeta fue harto generoso —lo suficiente, diría yo— para convivir con todos ellos.

Alguna vez Toquinho declaró: “Si bien treinta y cinco años nos separaban entre los dos, nunca sentí esa diferencia”.

Vinícius sabía transformarse. El trabajo musical junto a Tom Jobim y Toquinho abrió el camino para lo que Vinícius más buscaba: un arte directo, sin poses, sin elementos rebuscados, que hablara de la vida normal, de las personas normales, sin grandes dramas, sin cuestionamientos puntiagudos respecto de la realidad; que sirviera, más bien de deleite, y no de purgante.

Poca gente vive: ésta es una gran verdad; vivir, en el sentido de quemarse sin reservas, sin prejuicios, sin actitudes, sin juzgamientos canonizados por una moral convencional impuesta. (‘Anteato: Palabra por palavra’)

Vinícius cantó al amor, al desamor, al mar, a los hijos, a los niños, a la mujer, a la poesía, a la vejez, a los viajes, a la naturaleza… Era capaz de componer dos o tres letras para una misma canción y, aun así, no se quedaba contento. Fue un poeta total, un individuo que nunca rechazó las aventuras, que no se escapó del calor de nuevos amores, y que nunca reculó en el momento de autodefinirse. Fue un poeta de la alegría, y que vivió, como él mismo lo define en uno de sus versos, “con la luz en su corazón”.

Sus letras reflejan a ese hombre valiente, eternamente apasionado e inquieto, que se tornó, sin habérselo propuesto, en el maestro de la música popular brasileña.

Fue, además, un pionero de la bossa nova, revolucionando letras y creando canciones inmortales, que transmitían un estado de espíritu más positivo y feliz de la vida real. Junto a Jobim compuso temas inolvidables como: ‘Garôta de Ipanema’, ‘Agua de beber’, ‘Insensatez’, ‘Ela é Carioca’, ‘A Felicidade’, ‘Amor em paz’, ‘Chega de Saudade’, ‘Lamento no morro’, ‘O Nosso Amor’, ‘Se todos fosseim iguais a você’.

Porque fuiste en mi vida
La última esperanza
Recordaste mi tierna infancia
Porque ya eras mío
Sin siquiera saber

Porque eres mi hombre
Y yo soy tu mujer
Porque tú me llegaste
Sin decir que venías
Y tus manos me dieron la calma

Porque fuiste en mi alma
Como un amanecer
Fuiste lo que tenía que ser

(‘O que tinha de ser’, V. de Moraes/ Tom Jobim)

Su definición de la bossa nova es realmente asombrosa y esclarece aquellos ribetes mágicos, casi indescriptibles de esta música maravillosa: “¿Qué es la Bossa Nova? Ella es más una lluvia fina, mirada a través de una ventana de un modesto hotel de 46 avenida, que un rojo crepúsculo contemplado desde el Empire State. Bossa Nova es más la amiguita que enciende la luz de la habitación para decir que está, pero que no viene, que la hermosa rubia metida en un saco de mink que se la lleva a bailar en ‘El Morocco’. Bossa Nova es más una mirada que un beso; más una ternura que una pasión; más un recado que un mensaje. Bossa Nova es la nueva inteligencia, el nuevo ritmo, la nueva sensibilidad, el nuevo secreto de la juventud de Brasil.

Vinícius y Georges Moustaki. Foto: cortesía Francisco Aguirre.

Bossa Nova es una estructura simple de sonidos ultrasublimados, de palabras en las que ya nadie creía, y que afirman que el amor duele pero existe; que es mejor creer que ser escéptico; que por peores que sean las noches hay siempre una madrugada después de ellas; y que la esperanza es un bien gratuito; apenas hay que evitar acobardarse para poder merecerlo. Bossa Nova es el canto puro y solitario de João Gilberto, eternamente encerrado en su departamento, buscando una armonía cada vez más extrema y simple en las cuerdas de su guitarra, y una emisión cada vez más perfecta para los sonidos y las palabras de su canción. Bossa Nova es la hija moderna del samba tradicional, que tuvo un romance con el jazz, sobre todo con el llamado ‘West Coast’, pero que, tal como lo tocan sus mejores representantes: Jobim, Joao Gilberto, Lyra, Menescal, Donato, Castro Neves e Baden Powell, no sufrió ninguna despersonalización, ni pérdida de identidad. La Bossa Nova es también el sufrimiento de muchos jóvenes del mundo entero, que creen que, por más obscura que sea la noche, siempre hay un mañana lleno de esperanza”.

Luego de trabajar junto a Jobim, Carlos Lyra y Baden Powel, ya cuando la crítica lo había enterrado unas cuantas veces, comenzó con Toquinho un nuevo ciclo: compuso cerca de 120 canciones y grabó más de 20 discos. A dos de estos elepés la música brasileña les debe mucho, puesto que han servido de referencia para que este género sea conocido universalmente. Me refiero a: Vinicius de Moraes en la Fusa con Toquinho, María Creuza y María Bethânia.

Hay días que me paso pensando en la vida/ y, sinceramente no veo salida/así por ejemplo no se qué decir/ ni bien uno nace ya comienza a morir/ después de la llegada, siempre hay una partida/porque no hay nada sin separación/ qué sé yo, la vida es una gran ilusión… (‘Sei lá a vida tem sempre razão’)

***

Nació en barrio da Gávea de Río de Janeiro un 19 de octubre de 1913 y desde muy pequeño ya escribía versos. “Infancia: pobre, pero linda. Tan linda que, incluso lejana, continúa en mí todavía”.

Graduado de bachiller resolvió estudiar Leyes, y a los 20 años publicó su primer libro de poesías y ganó el Premio Nacional de Literatura. Luego ingresó a trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, llegando a ocupar varios cargos diplomáticos en el extranjero. Por tener mayor identificación con la música, Vinícius llegó a indisponer a la diplomacia brasileña, que se preguntaba cómo era posible que un escritor consagrado se junte con bohemios y sambistas. En 1970, la dictadura brasileña representada por el mariscal Costa e Silva lo separó del servicio exterior de la Cancillería.

“El Vinicius diplomático, con el Vinicius intelectual nada tenía que ver con la imagen acartonada y académica de la mayoría de aquellos que salían de Itamaratí, o de los que frecuentaban las reuniones literarias de la época. En el pecho del poeta latía un corazón inquieto; en las venas del diplomático hervía una sangre que, a decir cierto, no combinaba con el ambiente burgués y elitista en el que naciera, creciera y se formara. Como él mismo diría: Soy el blanco más negro de Brasil”. Para él no había cómo colocar la vida en un lado y la poesía en otro, porque para él las dos siempre fueron la misma cosa. Utilizando un término deportivo, había un ‘empate’ entre vida y poesía, y esa era su más grande victoria.

“Por ello, Vinícius explotó interiormente y no soportó más cumplir el papel de un diplomático serio, que escribía sus poemas en la oscuridad de la noche” (‘A vida o segundo o signo da paizão’, Jornal do Brasil 10/07/80).

***

Se cuenta que un día el maestro Antônio Carlos Jobim, un poco desconcertado con la inconstancia amorosa de Vinícius, le preguntó al poeta: “¿A final de cuentas cuántas veces te vas a casar?”. Con esos improvisos de sabiduría que tenía, Vinícius de Moraes le respondió: “Cuantas veces sea necesario”. “Amar era para él una necesidad orgánica, básica, un asunto de sobrevivencia. Por eso amó a todas las mujeres del mundo y se casó con nueve de ellas. Beatríz fue la primera, y con ella tuvo dos hijos. La segunda fue Regina Pederneiras. Luego Lila Bôscoli: Seguidamente Lúcia Proença de una tradicional familia carioca. La quinta esposa fue Nelita, una modelo. La periodista Cristina Gurjâo fue la siguiente. Gesse, una bahiana maravillosa fue su séptima mujer, y con ella vivió dos años. La penúltima fue la argentina Martita. Y por fin, la última, la bella Gilda Mattoso, joven y dulce compañera con quien estuvo casado hasta el final”. (Revista Contigo, 1980, Río de Janeiro)

Con parte del dinero ganado en centenas de shows, Vinícius construyó una casa en la Playa de Itapoâ (Bahía), y la regaló a su Gesse, su séptima mujer. Pero Vinícius no fue únicamente un poeta tierno y romántico, fue ante todo un poeta de izquierda que logró penetrar profundamente en el alma del pueblo brasileño. Supo desprenderse de sus orígenes para convertirse en un ‘artista de masas’. Despreciaba la tradición, anteponiendo la sencillez por encima de toda arrogancia estética.

Llegó a incomodar a ciertos intelectuales por la inconstancia de su temperamento. Políticamente era un hombre inquietante: inquietaba a los conservadores por su osadía; a los moderados por su valentía, y a los progresistas por su apego a la verdad por encima de los dogmas.

Y así fue que el obrero
Del edificio en construcción
Que siempre decía “SI”
Comenzó a decir “NO”
Y aprendió a observar cosas
A las que no prestaba atención:
Observó que la cazuela
Era el plato del patrón
Que su cerveza barata
Era el whisky del patrón
Que su mono rústico
Era el terno del patrón
Que la covacha donde moraba
Era la mansión del patrón
Que sus pies andariegos
Eran la rueda del patrón
Que la dureza de su día
Era la noche del patrón
Que su inmensa fatiga
Era amiga del patrón.

(‘Del obrero en construcción’)

Vinícius y Eneida Meneses PInto (la ‘Chica de Ipanema’). Foto: cortesía Francisco Aguirre.

En la noche del 5 de septiembre de 1969, afectado por una crisis de hipertensión y bajo la hipótesis de una grave complicación con su salud, Vinícius escribió un testamento de 10 páginas, dirigido a Maria Christina Gurjâo, su esposa de aquel entonces. Pese a que Vinícius estudió Derecho, esas páginas no llegaban a ser un instrumento jurídico, pero conservaban un enorme valor literario, por su forma y por lo que llevaban de emocional, de un Vinícius que aparentemente no controlaba el día a día, pero que tenía la vida registrada en la memoria. El último párrafo dice así: “Escribo esto hoy, esperando por cierto, que no me pase nada. Sucede que tuve una crisis de hipertensión, y si se viene otra, siempre me podría dar un derrame y perder las facultades de hablar o raciocinar, de la forma como lo expuesto en este testamento. Si me quedo inválido al punto de no poder moverme y pensar, mátenme por favor! Yo haría lo mismo por ustedes, palabra de padre, de hermano, de marido y de abuelo. Y hasta de suegro. Una inyeccioncita bien puesta, no hace daño a nadie en esos momentos. Ni ciego. Tengo horror a quedarme ciego, inclusive pudiendo escribir ‘El Paraíso Perdido’ como lo hizo Milton. Pero yo no soy Milton, ni nada…”.

Once años después, falleció en su casa, acompañado de su esposa Gilda, y en los brazos de Toquinho, su más duradero y fecundo compañero de composición.

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