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Vateretro, el kofrade

No todo lo que brilla es charolina. Yo, por ejemplo, no brillo. Prefiero navegar en la vegetación escenográfica, en el reverso del margen. Conmigo no se meten los asaltantes nocturnos porque saben que soy una sombra. Y porque ellos saben que yo sé que tienen tobillos de humo y un corazón lleno de agua. Soy un genio, pero me da miedo y a veces camino por la ciudad convencido de que tengo un hermano que me busca y que camina por la ciudad convencido de que tiene un hermano que le busca. Tres son mis obsesiones y ninguna se deja convertir en poesía. Las tres son anotaciones, palabras brincando en mis sueños, semillas rotundas que no logran reventar: 1) Mi hermano, buscándome por estas mismas calles, o por otras calles de otras ciudades. Una noche, en Barcelona, tenía frío en la sangre, en el alma, en el interior del ceño. Lo único que ardía era el recuerdo de una daga que me dieron como cambio en el Trampolín, que era un burdel en la frontera norte de Ecuador. La sola cosa que me ocurrió fue correr, huir de la muerte y es así como fui a dar en la película El hombre elefante. En media película se cortó la electricidad en el cine o en la ciudad o en el mundo. Por los parlantes una voz de vieja pidió calma y sugirió abandonar el cine sin hacerse daño, sin inculpar a nadie, sin gritar, sin sollozar. Y todo eso lo decía sollozando. En el hall del cine la gente estaba hacinada, pero tranquila con el destello de la luna. Casi todos fumaban, de tal manera que con tanto humo parecíamos una muchedumbre de fantasmas. Fue entonces cuando vi a mi hermano. Pude abrirme campo para llegar a él, pero tuve un miedo estúpido al que lo doblegué cuando la luz se hizo y todos, incluido él, en tropel volvieron a la oscuridad de la sala, en pos del Hombre Elefante que topado por la gracia de Lynch, reanudaba sus andanzas en este puerco mundo.

 

2) ¿Por qué razón mis padres no tuvieron otro hijo después del único que tuvieron? ¿Les pasmó mi advenimiento, más, mucho más que cuanto me pasmó ser para siempre padre? ¿Se les murió el amor tempranamente? ¿Cuando irrumpí en su vida ese amor ya estaba muerto? ¿Hubo un Espíritusanto mientras mi padre cruzaba los mares a nado? ¿Mi padre, en consecuencia, no lo es? ¿Él lo sabe? ¿Él no lo sabe? ¿Mi madre se fue a la tumba con el secreto? Todas estas preguntas y muchas más me las hago incluso viendo las fotos de mi padre en distintas edades.

 

Soy él, él es yo, no se diga ahora. Ayer, justamente, al pasar frente a una vitrina lo vi, intacto, aunque sin mostacho y con el pelo largo. Me dio risa imaginarlo con este aspecto, con mi pelo, con mi ropa, con mis ridículas botas color mango. 3) ¿Qué buscaba con tanto fervor durante mi década y media dedicada a la lucha campesina? ¿De qué huía?¿Qué era más fuerte: el amor o el miedo?. Una noche, mientras un grupo de campesinos y otros compañeros bebían y cantaban a cien metros de un río, yo, me retiré detrás de un árbol. Mientras orinaba vi el lecho del río en donde tiritaba el reflejo de la luna llena. Entonces vi que un niño nadaba en el sentido de la corriente. Sentado al margen del río me quedé pensando en que no siempre el coraje está exento de miedo. Que muchas veces el coraje es nada más que su corteza. Me saqué la ropa y me zambullí en el río helado, mientras pensaba en que de todas maneras, aunque renunciara esa misma noche, la cobardía —o la mentira, que es uno de sus rostros— se vendría conmigo para siempre. Al menos esa noche me pareció que todo se originaba en la soledad. Cuando terminaba de vestirme vi que otro niño, dormido o muerto, era arrastrado por la corriente.

 

Presiento que soy desde ya un gran poeta, aunque no escriba, aunque escriba mal. De eso no se trata la poesía. Se trata de recorrer el mundo como si este fuera un teatro de vidrio, aunque no se salga del barrio. Se trata de ver a mi padre en su caballo, oteando el horizonte con los pómulos mojados. O de pararse en una puerta cualquiera y sentir cómo reacciona el corazón, que es un detector de thrillers. O de convivir en un cepo con el animal inmenso del miedo y alimentarlo de flores, y peinarlo, y curarlo de la sarna. Para mí la poesía es la mesa de fórmica que en el partidero de Machachi varias veces se llenó de lágrimas de los tres tristes tigres que sobrevivimos, y de esa muchachita uniformada que a cada momento llegaba con un trapo para secar la mesa.

 

Lo curioso es que todos, salvo por ejemplo la María Pilar, buena poeta que dice haberse gestado 277 días con sus noches en una literal puta, o casi todos, culminamos los periplos etílicos que más tienen de viajes astrales, sacando como un jocker el asunto de la madre. Del padre menos, ya que por lo general y con los años, de manera unánime se lo ve, solo, indefenso, vencido. Somos, a la final, hijos de la gran chingada.

 

Chaíto, que me voy. Vivo lejos y en un barrio donde se puede entrar, pero nunca salir. Barrio peligroso, aunque de gente buena.

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