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Una pupila cortada en la oscuridad: Hugo Mayo y el futuro

Una pupila cortada en la oscuridad: Hugo Mayo y el futuro
02 de junio de 2018 - 00:00 - Augusto Rodríguez. Escritor y editor

Guayaquil, 1922. Una mañana de junio, Hugo Mayo se dirigió a la imprenta Gráficos Seneffelder. Había dejado su manuscrito todavía caliente, su primer poemario, llamado El zaguán de aluminio. La ilusión le invadía y lo superaba. Iba a ver por primera vez un libro suyo impreso. Su primer hijo no nacido. Su ópera prima. Su vástago lleno de versos desenfrenados. Pero para su desconcierto, su libro inédito El zaguán de aluminio no estaba, no existía, no era nadie. Fue vilmente robado ante la mirada de los trabajadores de dicha imprenta. Mayo se quejó con el dueño de la imprenta pero él solo se encogió de hombros y le dijo que había sido robado y que nadie sabía el paradero del libro. Que lo sentía mucho y que lo disculpara. Lo cierto es que el libro no apareció nunca más. Mayo sabía que ese acto surrealista, la desaparición de su libro, se debía a una cruel venganza. Venganza de algún fanático de la poesía modernista o del crítico que escribió en su contra en una revista donde afirmaba: «Un loco anda suelto en Guayaquil». Un loco que quería acabar con el modernismo de Rubén Darío. Y tenía toda la razón.

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¿Miguel Augusto Egas Miranda? ¿Hugo Mayo? ¿Quién soy? Solo puedo afirmar que Miguel Augusto Egas Miranda ha muerto. Yo soy el mejor poeta del Ecuador. Soy Hugo Mayo, un poeta distinto. Soy a mi manera —como temo intoxicaros, olvidad que soy poeta. Les permito llamarme como quieran. Nací en Manta, en el año 1895. Manta es una bella ciudad pesquera de la provincia de Manabí, Ecuador. Pero he vivido gran parte de mi existencia en Guayaquil. Tomé el nombre de Hugo Mayo por el escritor francés Víctor Hugo y Mayo por ser el mes de la primavera.

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Mayo sufrió en vida todo tipo de persecución por parte de los fanáticos de Medardo Ángel Silva, a pesar de que con Silva eran buenos amigos. Incluso Mayo le escribió un poema, pero obviamente sus estéticas literarias eran contrarias. Como si fueran de distintos partidos políticos o de equipos de fútbol rivales y que estaban enfrentados a muerte no por ellos (los líderes de los partidos políticos), sino por sus seguidores. Las personas que conocían al poeta sabían que era un poeta que se dedicaba a su humilde trabajo. No le gustaban las polémicas ni andar peleando en la calle.

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Mayo decía: «Soy un oscuro funcionario público de la oficina de rentas e impuestos de la Gobernación del Guayas, ventanilla 13 de Espectáculos, soy un empleado público del verso». Hugo Mayo no publicó en 1922 su libro El zaguán de aluminio, pero seguía anclado en su memoria. Reescribió los poemas de ese libro, pero no quiso publicarlo. Él afirmaba:
Creí necesario dar a la publicidad mis primeros poemas. Pero ¿cómo lograr la finalidad en un medio hostil a las nuevas formas líricas, desposeídas de la preceptiva de la época? ¿Cómo hacer entender que la rima solo constituía el espejismo de neoclasicismo convencional para seducir el gusto artístico de ciertos jóvenes y niñas de decadente romanticismo? Fue imposible lograr aquello e imposible también hacer entender la finalidad de mis poemas.

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La rutina de Mayo era muy clara. Se despertaba muy temprano, alrededor de las cinco de la mañana. Tomaba café descafeinado, comía pan tostado, con una pizca de margarina y un jugo de maracuyá. Almorzaba en el Piave, un restaurante de la familia Perrone en la calle Chimborazo, cerca de la catedral, en el centro de Guayaquil y para la cena comía cualquier cosa al paso, una empanada, un sánduche de chancho con una Coca-Cola bien fría. De vez en cuando se reunía con un amigo o amiga para tomarse una cerveza helada y hablar de literatura y de poesía, pero con el paso del tiempo esos amigos escaseaban.

A Mayo le gustaban mucho las flores, los jardines y los parques, solía quedarse sentado en el parque Seminario o el parque Centenario por horas, ahí observaba el paso de fanáticos religiosos, políticos, periodistas, mendigos, fotógrafos que siempre deambulan por esos sitios. Siempre llevaba un cuaderno escolar de líneas y algunos lápices y bolígrafos para escribir alguna nota o un poema. Sentado en el parque Seminario, cuando baja el sol de la tarde, duerme en una banca. Sueña con imágenes irreales, coloridas, fulgurantes hasta que aparece en el sueño una motocicleta grande, veloz, poderosa y se imagina trepado en ella. Esa motocicleta va cruzando la avenida 9 de Octubre y baja por la calle Mascote con rumbo al sur de Guayaquil. Mayo nunca aprendió a manejar ni una bicicleta ni una moto, ni un carro, pero su sueño era muy real. No quiere despertar. Sigue soñando.

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Para muchos la revista Motocicleta fue un mito, pero no para el crítico Pesantes Rodas, quien aún posee un ejemplar. «El único mito de la revista Motocicleta es que algunos improvisados tratadistas de nuestra literatura han querido convertirla en mito», afirma el destacado ensayista ecuatoriano. Siempre hubo leyendas y mitos acerca de que se había visto la revista en Nueva York, en París, en Tokio, etc., pero Pesantes Rodas prestó su ejemplar para el Anuario del Centro Cultural Benjamín Carrión dedicado a la vida y obra de Hugo Mayo, en 2009.

La revista Motocicleta, fundada por Mayo, empieza a circular en Guayaquil el 10 de enero de 1927. Su subtítulo dice «Índice de poesía vanguardista». Aparecería cada 360 horas y llevaba la dirección del domicilio del poeta: Avenida Rocafuerte 507. La revista es un desplegable de divulgación poética (de 6 a 8 páginas, de 14 x 21 cm). Constituyó el ombligo del vanguardismo poético. A pesar de que  aparecieron solo cuatro números —por circunstancias de orden económico— contó con la colaboración de los más altos poetas de Ecuador, de América y de España. Mayo dijo:

Fundé Motocicleta yo solo. El primer número no tenía, se puede decir, casi ningún valor; eran poetas nuevos aquí, que se iniciaban, como Humberto Mata Martínez, Camilo Andrade; después encontramos colaboraciones de Francia, España, América. Eso me ayudó mucho. Desgraciadamente, de esta revista no conservo ningún número, tampoco se la encuentra en bibliotecas del Ecuador. Salieron cuatro números de Motocicleta, sacaba algunos cientos, tenía con mucho esfuerzo que mandarla al exterior. Entre ellos: Neruda, Rosamel del Valle, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Alfredo Gangotena, Jorge Carrera Andrade, Gerardo Diego, Díaz Casanueva y más poetas de prestigio.

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Muchas veces me he preguntado: ¿Qué hubiera pasado si Mayo hubiera vivido en esta época de redes sociales, revistas virtuales, agentes literarios, viajes y premios literarios? ¿Seguiría siendo el mismo o sería un poeta más entregado a la fama de la literatura? Me gusta imaginarme a Mayo como un crítico duro de roer ante el mundo que vivimos, ante el arte que vivimos, ante la cultura que vivimos, entregadas a las mafias, a las transnacionales, a las grandes corporaciones y a los jurados corruptos. Cuando camino por Guayaquil, por sus calles, sus avenidas peligrosas, su lluvia incansable, sus mosquitos, sus bellas mujeres, sus cálidos ancianos, su gente amable de cualquier esquina, me imagino la ciudad que dejó de existir, la ciudad que fue Guayaquil y que ahora no es Guayaquil, con su antiguo Malecón peligroso que ahora es el Malecón tipo Bayside de Miami. Me imagino el Guayaquil de Medardo Ángel Silva, de Pablo Palacio, de José de la Cuadra, de Joaquín Gallegos Lara, de Augusto San Miguel (el pionero del cine ecuatoriano), de Hugo Mayo, sin duda, uno de los grandes poetas de este país, todavía inédito para el mundo y desconocido para los propios ecuatorianos.

Me imagino al viejo Hugo Mayo caminando por las calles de Guayaquil, sudado, cansado, con sus poemas en servilletas, papeles, notas y cuadernitos de poesía. Caminando sin reflejarse por las calles, por los autos, por los edificios de un Guayaquil que lo niega y lo desconoce. Atrás quedó su Manta, su tierra de origen. Su vida era Guayaquil. La ciudad que lo acogió entre sus brazos y le hizo la vida dura (¿o la poesía es el hueso duro de roer?). Mayo con su revista Motocicleta y los sueños de una nueva vida para él y la poesía del Ecuador. Mayo, el guerrero silencioso del lenguaje que camina sin norte por la vida. La pobreza, el hambre, la desidia pasan por sus huesos como un pasajero sin rumbo. Mayo camina sin mirar atrás y anuncia el rumbo de la poesía del nuevo milenio.

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Guayaquil es el puerto principal del Ecuador. Es la ciudad más grande y poblada del país. La capital económica. Por eso no es extraño que siempre haya sido una ciudad para visitar, conocer y disfrutar. Durante el siglo XX son muchos los escritores, intelectuales, poetas, políticos que han visitado Guayaquil, desde Borges, pasando por el Che Guevara a Nicolás Guillén, Mario Vargas Llosa o Pablo Neruda.

Es famoso uno de los comentarios de Neruda sobre Guayaquil en el que afirmaba que los muertos (se refería al imponente y hermoso cementerio) vivían mejor que los vivos en el puerto principal. O las famosas visitas a las playas ecuatorianas que realizó la poeta chilena Gabriela Mistral. Como muchos saben, la idea de proponer a Gabriela Mistral para el Premio Nobel de Literatura fue una idea de un grupo de intelectuales guayaquileños que tomó eco en el mundo.

Otro de los ilustres visitantes a Guayaquil era el poeta chileno Nicanor Parra. En ese entonces, el joven aspirante a poeta visitó varias veces a Parra en su domicilio y en su trabajo. Tuvieron largas conversaciones sobre poesía, literatura y política. Obviamente Mayo era mayor que Parra por varios años. Mayo nació en 1895 y Parra en 1914. Sus conversaciones se centraban en el presente y futuro de la poesía. Como testimonio de los afectos mutuos, Mayo le dedicó un poema a Parra:

Todo puede venir
A Nicanor Parra,
en su visita a Guayaquil.

Todo puede venir mucho antes
de rascarnos los pies, una mañana
Así vino el zapato que dejó
en el pulgar un callo
La carcajada de un cura pornográfico,
desde un confesionario
El jugo de verdinas naranjas,
para un purgar de urgencia
Todo puede venir mucho antes
Y siempre, como las cosquillas
del agua en menopausia
Como el hernioso en su hermosura
Como la mirada de un pollo de tres libras,
expuesto ante las brasas
Y comienza la vida a rajarse por su cerco
pero, es cosa que me inquieta,
zurcir mis dos bolsillos
con una piel de iguana.
Después, a limpiarnos el cabello,
pasándonos un peine,
si sentimos que nos pica
un piojo trasnochado.

Mayo era un vidente de las nuevas tendencias literarias, tenía buen ojo y sobre todo un buen oído. Parra aprendió mucho de Mayo. Se piensa que la antipoesía (que tanta fama le ha dado a Nicanor Parra) se la debe a Hugo Mayo, ya que Mayo era dadaísta, surrealista, ultraísta y antipoeta antes de la antipoesía y obviamente antes de Nicanor Parra.

Mayo publicó muy tarde su primer libro (ya sabemos el motivo de este atraso). Realmente, el poemario El zaguán de aluminio se debió publicar en 1922, pero no fue así. Parra publicó su famoso libro Poemas y antipoemas en 1954. Tal vez el gran logro de Parra fue que supo escribirla y sobre todo difundirla en el mundo como un logro suyo, como un invento suyo, como algo que nació de sus entrañas y que se debía a una contra marea a Neruda, y de ahí creció el mito.
Mayo dijo:

No estaba de acuerdo con lo que se escribía en mi época, de allí pueden ver lo que he escrito. Fueron poemas que se salieron de la ruta poética de ese tiempo. Yo era dadaísta, surrealista, yo escribía para el futuro.

Mayo escribía poemas que rompían con su época. Causaban un impacto fuerte entre las personas aficionadas a la poesía y sobre todo a los seguidores del modernismo, que estaba de moda en esa época. En 1937, el escritor Benjamín Carrión dijo sobre Hugo Mayo: «Es el primero de nuestros poetas que “torció el cuello al cisne de engañoso plumaje”», según el canon purificador de González Martínez. El primero que insurgió contra la supervivencia del son rubendariano. Y se acogió siempre a los nuevos caminos de la sensibilidad y de la poesía. Poemas legendarios, únicos, diferentes a todo lo que se escribía en el Ecuador, como el siguiente:

La tos del cerdo
Hasta me voy de filo cuando muerdo
la tentación del carretero
de fumar la distancia en un cigarro
Pero desarmándome en medio de la calle
estoy de estos engaños
Recordé lo del tango
«A mí me toca emprender la retirada»
Sin embargo de atrás una noticia traigo
La tos del cerdo ha sido siempre
un caso clínico polémico.

El crítico literario Hernán Rodríguez Castelo dijo sobre la obra de Hugo Mayo:
Mostró, poema a poema, la garra de una expresión que, a la vuelta de medio siglo, se ofrecía fresca, libre, certera; dando a cada tema su tratamiento imaginativo y verbal exacto, empleando para los dos grandes oficios líricos —la analogía y la ironía— hasta lo más ordinario —como para las estrellas, broches de camisas—. Tajando la epidermis de las cosas con certero bisturí conceptual, imaginista y verbal, daba en lo esencial.

La obra de Mayo ha ejercido y ejerce enorme influencia en las nuevas generaciones de escritores ecuatorianos. Es hora del descubrimiento, es hora de que ocupe el lugar que se merece en este mundo. (I)

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