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Un Ferrari escapa (en subte) de la literatura mecanizada

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No es raro escuchar cierta acusación a los escritores y los intelectuales: que viven en las nubes, que lo ven todo desde una torre de cristal, que no conocen la vida y que hablan de temas que no han experimentado. Un lugar común que en sí no es malo por común, sino por impreciso: los escritores, normalmente, explotan pasados los 30, y mientras tanto, necesitan hacer algo con su vida: ganársela. En oficios varios, en actividades distintas —¿distantes?— a la creación. Algunos, incluso después de ganar premios y publicar múltiples obras. Talvez por eso ha trascendido tanto esa literatura que se identifica con las causas obreras. Pero antes de ser, por decirlo de alguna forma, escritores proletarios, eran proletarios que escribían.

Un proletario que escribe” es justo como se define a sí mismo Enrique ‘Kike’ Ferrari (Buenos Aires, 1972), un autor argentino del género negro que a finales de 2009 obtuvo la primera mención del premioCasa de las Américas por su obra Lo que no fue, y que en 2012 ganó el premio Silverio Cañada en el festival Semana Negra de Gijón (España) por la novela Que de lejos parecen moscas.

Ferrari —como podrán imaginar los que apuntan con el dedo a los escritores y los intelectuales— escribe en horarios de oficina: aprovecha las mañanas y las tardes. Pero no lo hace por una organización propia en la que ha decidido que aprovechará las horas de sol porque es cuando mejor funciona la cabeza, sino porque las noches no son suyas. Todos los días, a las 23:00, Ferrari se uniforma para cumplir con su trabajo: con balde y escoba, limpia los pisos de una estación del subterráneo de Buenos Aires, una parada que se llama Pasteur.

Este autor de 44 años ha realizado muchos trabajos. Renunció a unos, lo echaron de otros, pero siempre tuvo para ofrecer solo su fuerza de trabajo. Hace poco más de dos años dejó su actividad como fletero porque le había salido lo del subterráneo. Tampoco haría una carrera universitaria. “Ni siquiera Letras. A mí me parece que es una carrera que mecaniza la literatura”.

Se trata de un escritor del género negro en un horario nocturno en un oficio proletario en un ambiente subterráneo.

En una entrevista de enero de este año, Ferrari cuenta que recibió un cuestionario de una cátedra de estudios sobre literatura latinoamericana de la Universidad de Georgia (EE.UU.): “Terminé de escribir el mail a las ocho de la noche y a las once estaba con el uniforme puesto en la estación Pasteur. Fue extraño. En el lapso de tres horas había pasado de responder un cuestionario académico de una universidad estadounidense a limpiar la suciedad de un linyera [en lunfardo: vagabundo] en un rincón del hall”.

Sus compañeros se enteran poco a poco de que un escritor que ha publicado en italiano y francés trabaja con ellos. “Cuando era chico y pensaba en un escritor se me aparecía la imagen de Borges: un tipo flemático, con bastón, pensando sólo en libros”, dice, y esa es la misma figura que imaginan sus colegas. “Y además piensan que es alguien que vive de su escritura”. Ellos no piensan en un autor que habla de fútbol (es un hincha de River Plate que se enfureció con dos periodistas españoles cuando le recordaron el descenso a la segunda división), que mete el cuerpo y tiene tatuajes, como ellos.

Cuando le preguntan qué hace trabajando ahí, Ferrari responde que tiene las cuentas claras: “El momento que más plata junta agarré fue cuando en la Semana Negra de Gijón me dieron dos mil euros todos juntos. Fue lo máximo que gané por escribir. Si divido eso por doce meses, no me alcanza”.

Como buen proletario, Ferrari dice que es “todo lo que uno puede ser feliz en una sociedad tan injusta”. Y esa mirada sobre sus alrededores, su circunstancia, se expresa en el género literario que practica: la novela negra, que rebusca las zonas más oscuras y brutales del capitalismo. “Y eso nos permite contar historias. Historias que permiten entretener y decir cosas que uno tiene ganas de decir sobre este sistema”.

En 2004, Ferrari publicó su primera novela, Operación Bukowski, un relato a manera de diario de viaje, en el que un escritor entusiasta de Charles Bukowski, vive a base de cerveza y trabajos mal pagados. Pero en un golpe de suerte, escapa hacia Estados Unidos decidido a trazar un museo itinerante por los sitios de Los Ángeles en donde transitó en vida Bukowski. Y mientras recorre esos lugares, va desgranando su credo: la historia de sus dos grandes amores y la de un pequeño y bizarro grupo revolucionario que integró 10 años antes, en la Argentina de los tempranos noventa.

Su segunda novela, Lo que no fue (2007), es una reescritura de la Guerra Civil Española vivida por un descendiente de españoles en Argentina. Casa de las Américas decidió editar esta obra, pese a que no había ganado el premio Casa de las Américas, sino la primera mención.

Que de lejos parecen moscas (2011), la historia de Machi, un hombre acaudalado que tiene un incidente con su carro, un problema leve que al mismo tiempo podría arrebatarle el éxito que ha alcanzado. Tiene que resolverlo solo, porque no sabe quién le ha tendido la trampa. Así que elabora una lista de sospechosos, que son tantos, cualquiera de esas personas a las que, en busca de poder, ha aplastado sin pensarlo siquiera, porque para el señor Machi resultan tan insignificantes que de lejos parecen moscas.

Ese suele ser el clima de las historias de Ferrari, que cuando llegó a España alcanzó notoriedad en el género negro, un renombre que se multiplicó cuando lo publicaron en francés. Y ese clima se sigue manifestando en su último libro de cuentos, Nadie es inocente, una serie de historias con criminales, perseguidos, policías corruptos, mafiosos y asesinos... Todos los personajes —“me caen para el orto”, ha dicho Ferrari— son víctimas que también son victimarios.

Son las historias que escribe un empleado de la limpieza que fue niño en la dictadura y adolescente en la hiperinflación y la caída del muro de Berlín. “Me tocó un mundo sin esperanzas y crecí en él. Eso es lo que puedo contar y es lo que cuento”.

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