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Un encuentro a oscuras. Sobre Tú y yo, de Bernardo Bertolucci

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En Tú y yo (2012), la última película de Bernardo Bertolucci, se recrea el encuentro de dos hermanos, Lorenzo y Olivia, después de años de no verse. En los pocos días que pasan juntos, logran derribar el cerco que el silencio de la familia levantó entre ellos y establecen un vínculo profundo y complejo. Lorenzo es un adolescente de 14 años que decide refugiarse, durante una semana, en el sótano del edificio donde vive con su madre, haciéndole creer a ella que se ha ido a esquiar a la montaña con sus compañeros del colegio. En la primera escena, él está en una sesión con su psicólogo. Desde ese momento estamos ante un personaje que va a ser interpelado a partir de su extrañeza, de su “diferencia”. El protagonista está siempre embebido por la música; no dialoga con sus pares en el colegio, parecería no interesarle. Recorre la ciudad con los audífonos puestos.

El encierro es una imagen recurrente en la película: el personaje volcado sobre sí mismo, el oscuro sótano como espacio de confinamiento, el hormiguero que Lorenzo compra en una tienda de mascotas y que observa con atención durante los días de su reclusión, la abuela enferma que espera la muerte postrada en la cama de un hospicio . Ese ir hacia adentro como negación de los tradicionales vínculos que una persona de su edad entablaría y la sorpresiva aparición en el sótano de Olivia, su media hermana, van exponiendo con mucha sutileza la intimidad del protagonista. Bertolucci logra que el espectador acoja a este personaje extraño no porque el comportamiento de Lorenzo se normalice y se vuelva “aceptable”, sino porque la historia se construye de tal forma que el espectador llega a amar la diferencia.

Olivia –un personaje tan particular como Lorenzo, tan amable como él– es una yonqui que no tiene donde quedarse esos días. Impone su presencia a su hermano menor que apenas sabe cómo lidiar con esta mujer a quien no ha visto en años. El encuentro es poderoso. No solo los une el vínculo de sangre, sino también una profunda soledad, como si esta, ante el abandono del padre, fuera la única herencia posible. Este personaje parece ser un homenaje a Francesca Woodman, la fotógrafa estadounidense que se suicidó en 1981. Olivia, desde muy joven –como la Woodman– se dedica a hacer fotos. Su proyecto fotográfico consiste en que el cuerpo, su cuerpo, se vuelva parte del paisaje material que la foto retrata; pero no como persona humana, sino como parte de los objetos mismos que conforman ese paisaje, o como una textura más de las muchas de la imagen fotográfica. Más allá de algún parecido físico entre Olivia y la Woodman, al revisar la obra de esta última nos encontramos con un trabajo con el cuerpo que busca exactamente lo mismo: devenir muro, devenir suelo, devenir textura; ser, a los ojos del espectador, la materialidad misma del mundo. Ese descentramiento, que es búsqueda artística en el caso de Olivia, se contrapone a la imagen del encierro que el personaje de Lorenzo privilegia. En ese contrapunto se da un equilibrio frágil pero hermoso.

Bertolucci, que dirigió desde una silla de ruedas a causa de una enfermedad, se vale de la versión italiana de ‘Space Oddity’ de David Bowie para lograr el momento más intenso de la película. ‘Ragazzo solo, ragazza sola’ es el nombre la canción cuya letra nada tiene que ver con la de su versión inglesa. Una mujer y un hombre se encuentran durante la noche en la ciudad. Él acaba de perder a su gran amor. Ella dice: “Ahora, chico solitario, ¿a dónde irás? / la noche es un mar enorme / así que si necesitas mi mano para nadar”. Pero el hombre solo quiere morir. El encuentro entre hermanos también se da en el dolor. Un encuentro de una potencia enorme y siempre merodeado por las sombras.

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