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Todo es satánico (de McCartney muerto a Obama zombi)

Todo es satánico (de McCartney muerto a Obama zombi)
01 de febrero de 2016 - 00:00 - Juan Manuel Granja, Periodista y escritor

Dicen que Barack Obama no es un ser humano, que su esposa Michelle es en realidad un travesti y que ambos forman una pareja diabólica dirigida por los Illuminati. Dicen que alguien lavó el cerebro de Katy Perry para volverla una prostituta de élite (al igual que los célebres cerebros de Miley Cyrus, Lady Gaga, Nicki Minaj y Britney Spears), tal como habrían hecho hace años con Marilyn Monroe. Dicen, quienes denuncian estos tentaculares complots, que todo ha sido orquestado por un mismo grupo maquiavélico de psicópatas superpoderosos que utilizan películas como El mago de Oz, Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas y Matrix para programar subliminalmente a millones de espectadores y volverlos ejércitos de zombis; entes que creen que piensan pero que en el fondo solo obedecen.

¿Quieren volvernos autómatas? ¿Somos monigotes manipulados por el poder hipnótico de los mass media?

Ellos dicen que sí, que es un hecho, que es tan real como secreto. Dicen, además, que nos programan para consumir y consumir y, claro, para hacer la guerra: el mejor negocio del mundo. De ahí el llamado a las armas de Matrix, los trajes militares de Michael Jackson, el publicitado alistamiento de Elvis Presley en los años cincuenta y, más recientemente, el video ‘Part of Me’, en el que Katy Perry se entera de que su novio la engaña (el amor es una mentira), se corta el pelo y se une al ejército (la guerra es la verdad).

Quienes aseguran que todo esto es cierto, diagnosticados como ‘conspiranoicos’, dicen además que los Illuminati y la aristocracia son los descendientes de los anunnaki, palabra de origen sumerio que se refiere a dioses o, lo que es lo mismo para la conspiranoia: extraterrestres caídos de los cielos a la Tierra. Pero ese no es el argumento completo: por si fuera poco, los anunnaki habrían creado al homo sapiens como un experimento genético para producir una raza de esclavos y, por esa misma vía, habrían creado también a las grandes culturas de la antigüedad como la egipcia y la sumeria. Dicen.

Los masones las prefieren con pelucas rosa

Incontables blogs, infinitos videos, sitios como Pseudo Occult Media y Vigilant Citizen se dedican a la exégesis conspiranoica, es decir, a la sobreinterpretación y a la cacería de temáticas y símbolos esotéricos en todo tipo de manifestación de la cultura pop. Los raperos, por ejemplo, recurren al símbolo del ojo en la pirámide (que además podemos ver en el billete de un dólar). Lady Gaga y Miley Cyrus también se tapan un ojo para representar —dicen— al Ojo de la providencia u Ojo que todo lo ve, símbolo cristiano y masónico de la vigilancia de Dios sobre la humanidad, que tendría como origen al Ojo de Ra u Ojo de Horus del antiguo Egipto. Este gesto —al igual que el del tan roquero cornuto— se repite en portadas de revistas, fotografías y videoclips de innumerables celebridades. También son recurrentes las pelucas rosadas sobre las cabezas de estrellas como Nicki Minaj y la imagen de la mariposa monarca como en los videos de Katy Perry, quizá la más representativa de las chicas con peluca rosada y videos subliminales.

Estas pelucas las llevan, dicen, estrellas-prostitutas cuyo cerebro ha sido lavado y cuyos cuerpos se encuentran a disposición de los realmente poderosos, del poder detrás del poder: Illuminati, masones, reptilianos, anunnakis, etc. La mariposa en cambio sería un símbolo de la programación mental. Como en el famoso sueño de Chuang-Tse, filósofo de la antigua China que planteó la imposibilidad de saber si soñaba con una mariposa o la mariposa lo soñaba a él; quien ha perdido su mente y su personalidad vive en una psique desdoblada o atrapado en una nueva personalidad teledirigida.

Todo esto tendría que ver, dicen, con el lavado mental, con la continuación, por vías a la vez más insidiosas y pop, de un criminal proyecto secreto que, aunque parezca ficción, de verdad se llevó a cabo. El Proyecto MK-Ultra, que la CIA desarrolló entre los años cincuenta y los años setenta, y cuyos archivos fueron en buena parte destruidos, se dedicó a experimentar —al pie del cañón de la Guerra Fría— con drogas como el LSD, los electroshocks y la hipnosis con la finalidad de superar los adelantos hechos en los terrenos del control mental y el lavado cerebral por los soviéticos. Los rusos habían logrado, por ejemplo, lograr confesiones falsas de rivales políticos de Stalin en tribunales que ellos sabían los condenarían a muerte.

De financiar la investigación en universidades para que se dediquen al tema y de hacer pruebas con voluntarios (a un tipo le suministraron dosis de LSD por ochenta días seguidos); la CIA pasó a violar los tratados internacionales que habían sido firmados finalizada la Segunda Guerra Mundial (los nazis también habían querido programar asesinos y espías en sus campos de concentración) y empezó a aplicar sus experimentos en sujetos no voluntarios. La CIA utilizó todos los medios posibles para seguir con su proyecto y conseguir resultados sin que el resto del mundo se enterara. Utilizó prostitutas para que suministraran drogas a sus clientes, convenció a drogadictos y estudiantes necesitados de dinero para ser sujetos de prueba, empleó a doctores y clínicas para que probaran con hipnosis y electroshocks en sus pacientes e incluso ensayaron con miembros de la propia CIA, provocando más de una muerte y más de una mente desquiciada. Y ante todo esto, cabe una de las preguntas que desatan el delirio conspiranoico: ¿Si en los años cincuenta y sesenta era posible lavar cerebros, qué horrores se podrán lograr con los avances tecnológicos de la actualidad, incluidos los avances secretos?

De ahí la profusión interpretativa unida al supuesto terror que expresan los conspiranoicos respecto a las llamadas divas MK-Ultra. Videos de Katy Perry como ‘Dark Horse’ (simbología egipcia-anunnaki, sacrificios humanos y control mental) y E. T. (el ser humano como invento genético extraterrestre) o ‘Telephone’ de Lady Gaga (la llamada que, al igual que en Matrix, activa a quien ha sido programado mentalmente para matar) evidenciarían, dicen, no solo que estas cantantes han sido víctimas de lavado cerebral sino el deseo de programar a las masas. Al proyecto MK-Ultra le habría seguido el proyecto Monarch (con relación a las mariposas monarca), pues según la autora Cathy O’Brien ella misma y su hija habrían sido víctimas de neuroprogramación por medio de drogas, traumas y abuso sexual por parte de una banda internacional de pedófilos, narcotraficantes y satánicos.

De esta forma, según ciertos teóricos de la conspiración, los verdaderos detentadores del poder mundial evidencian sus procedimientos de control mental de forma masiva no solo para acostumbrar a la gente a sus procedimientos macabros sino, además, porque esta cúpula de poder, dicen, está ocupada por psicópatas, por voluntades enfermizas a las que no les importa mostrar sus trucos, pues la idea es tomar el control del resto por todos los medios posibles. Su procedimiento es como el de una operación mindfuck: burlarse sin reparo alguno de las masas al mismo tiempo que se las prepara inconscientemente para fines ajenos.

De ahí que la reciente película American Ultra (2015), que empareja a la impávida Kristen Stewart con el siempre friky Jesse Eisenberg, trate sobre el problema del amor y la pareja en medio de la programación mental. Nuestros amigos conspiranoicos dirían que a los novios de este filme (él ha sido programado, ella es la agente encargada de manejarlo; él no lo sabe, ella se lo oculta por amor) solo les es dado permanecer juntos porque aceptan continuar con misiones violentas y secretas luego de descubrir la verdad. Sí, los teóricos de la conspiración dirían que el amor romántico existe, pero solo si está en función del dominio Illuminati-anunnaki-reptiliano-masón1, es decir, solo si los amantes se dan la mano para hacer la guerra más que el amor.

La conspiranoia pop busca elementos repetidos y bombardeados por los medios audiovisuales como claves de la supuesta programación mental que ejecutan contra las masas o de la que habrían sido víctimas estos artistas. Los ejemplos van de la ridiculez a la increíble coincidencia. Las orejas de Mickey Mouse forman supuestamente la estrella satánica y muchos de los personajes infantiles de Disney no cuentan con padres sino con tíos (tanto el Pato Donald como Rico McPato son los tíos, no los padres, de Hugo, Paco y Luis) pues de esta forma se estaría adoctrinando a los niños para que acepten la intervención de extraños en sus vidas. De ahí también las fotos y los videos de ciertos famosos con sus cachorros pues, dicen, que una de las formas de traumatizar a un niño y después controlar su mente es regalándole un perro para luego matar al animal. Esto habría ocurrido, por ejemplo, con Michael Jackson y con Justin Bieber quienes fueron estrellas (y supuestos esclavos) desde niños.

Y agregado al delirio, más delirio: dicen que MTV en realidad no quiere decir Music Televison sino Masonic Television y que el video de la mencionada canción de Katy Perry, ‘Dark Horse’, dura 3:35 minutos, dígitos que suman el número 11 (3+3+5): una referencia a los atentados contra las torres gemelas en Nueva York del 11 de septiembre de 2001 y al 11-M, del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid. El punto, dicen, es que los titiriteros del mundo crean las guerras y conflictos del planeta para beneficiarse; así como por medio de otra canción de Katy Perry, ‘I Kissed a Girl’, y a través del discurso prohomosexual de Lady Gaga, promueven la homosexualidad para evitar la sobrepoblación y poder controlar mejor a las muchedumbres.

En contra de los conspiranoicos podría decirse que la violencia y el ocultismo sci fi como parte de videos o canciones de los artistas más mainstream, además de no ser nada nuevo (violencia coreografiada ya había en ‘Bad’ de Michael Jackson, ciencia ficción existencialista en David Bowie y ocultismo en Led Zeppelin), se han convertido en un motivo de moda. Los propios productores, directores de videoclips y artistas podrían estar aprovechando la supuesta simbología MK-Ultra o las referencias anunnakis para alimentar la conspiranoia o la simple curiosidad del público y, por lo tanto, generar más consumo y una mayor audiencia para su música. Basta ver la tecnoviolencia glamurosa y militarista del video para la canción ‘Bad Blood’ de la sexy y dulce Taylor Swift o la visión de la cárcel como pista de baile en ‘Telephone’ (algo que ya se veía en 1957 en ‘Jailhouse Rock’ de Elvis Presley) para darse cuenta del acento irónico con el cual muchos de estos videos son producidos.

Los conspiranoicos dirían, no obstante, que la ironía otorga una capa adicional de estratégica mofa ante la supuesta única opción de las masas frente a un poder total: consumir-obedecer.

Bruto y la hiperconclusión

El hecho de que la etiqueta de conspiranoia busque ya de por sí desechar los relatos conspirativos, no permite entender por qué estas teorías proliferan. Patologizar a los teóricos de la conspiración, más allá del cuestionable valor de verdad de sus historias, evita que veamos la realidad de que estas teorías —sean total o parcialmente ficticias— existen, se multiplican y además, pese a sus estridencias y todo, interesan.

En las teorías de la conspiración no solo hablan quienes dicen querer desenmascarar a los todopoderosos que, por ejemplo, habrían traumado y violado a Michael Jackson desde niño para tenerlo bajo control y usarlo como el zombi más famoso de la historia (de ahí su video ‘Thriller’) y así difundir mensajes de control mental masivo a través de su música, sus espectáculos y sus videos. En las teorías de la conspiración se cifra todo un deseo de encontrarle sentido a la sobredosis de información digital y al caos de la globalización y el capitalismo actuales. El delirio resulta del exceso de verdad frente al desborde informativo, lo que el autor Remo Bodei denomina la ‘hiperconclusión’.

Los teóricos de la conspiración se aferran —o simulan aferrarse— a la ilusión positivista de que la complejidad del mundo es explicable y que el protagonismo puntual de uno u otro grupo humano aún puede ser determinante, de ahí que esta narrativa delirante pueda resultar tan absurda como entretenida. De algún modo, intenta devolverle a la historia, que se ha vuelto tan foucaultiana y metadiscursiva, la ilusión de obedecer a la intencionalidad y, por lo tanto, quiere reintroducir un sentido de responsabilidad que la complejidad de las sociedades contemporáneas (a la vez hiperindivisualistas y globalizadas) parece añorar. Su voluntad positivista, sin embargo, no deja de ser solo aparente, pues las teorías no develan o descubren, su fatalidad es llegar a ser solamente interpretaciones aunque intenten presentarse como conclusiones y hechos. O, por lo menos, así es como se proyectan, pues siempre quedará la duda de si los conspiranoicos creen en sus propios relatos o solo los arman con el afán de obtener réditos al llamar la atención de públicos muy diversos.

Una forma de mostrarnos incapaces de procesar la realidad contemporánea y no admitirlo es esforzarse por mostrarla como producto del secreto. Si la política mundial se ha vuelto sinónimo de corrupción, si la conspiración en un mundo multipolar enfrenta a todos contra todos, la forma de intentar una comprensión es concluir que algo se nos está ocultando o que se nos lo ha ocultado por mucho tiempo. Al igual que otros discursos que buscan legitimarse como verdad, el pensamiento conspirativo requiere de canales de articulación que vayan con sus necesidades expositivas y los ha hallado sobre todo en Internet.

Más que el sitio por excelencia del ‘web-eo’ multimedia, hoy parecería que muchos se empeñan en tomar a YouTube y su colección fluctuante de videos como un nuevo vehículo de la verdad conspiranoica. Y es justamente al discernimiento de la verdad sociopolítica contemporánea total, nada menos, a lo que apunta toda una sección de estos clips globales. El video sobre conspiraciones emplea un formato narrativo: suma el testimonio en primera persona, algunas herramientas periodísticas, los recursos audiovisuales así como la comodidad de su viralización y recepción multipantalla.

Pero si de un lado está el conspiranoico, despreciado por su discurso delirante, del otro está el conspirador, aborrecido por su calidad de traidor. Si algo sabe muy bien el conspiranoico es que la figura del conspirador es narrativamente muy rentable. Esto lo sabía muy bien William Shakespeare, quien aprovechó la realidad histórica para centrar su tragedia Julius Caesar en el conspirador Marco Junio Bruto y no en César, por más que la obra lleve por título el nombre de la víctima de una de las conspiraciones más asombrosas de la historia.

Bruto, quien habría sido hijo ilegítimo de Julio César, fue uno de los senadores que en los idus de marzo apuñalaron 23 veces el cuerpo del dictador romano que, según sus opositores, había acumulado demasiado poder. César forcejeó contra los conspiradores, luchó con todas sus fuerzas pero, de repente, bajó los brazos, dejó de defenderse y se entregó a las cuchilladas cuando se percató de que Bruto era parte de la arremetida. Julio César lo había protegido por años y, pese a que Bruto había sido su adversario en la batalla contra Pompeya, el gobernante salvó su vida y le permitió ocupar altos cargos. He ahí una de las figuraciones históricas de la conspiración: Bruto se vio dividido entre el honor, la idea del bien común del pueblo y la amistad, pues el poder que había acumulado César alcanzaba la sospecha y hasta el terror de quienes temían por el futuro del Imperio. Bruto decidió conspirar. ¿Ambición de poder o patriotismo?

No sorprende que Dante lo haya proscrito y le haya hecho ocupar el centro del infierno. En La Divina Comedia, Bruto aparece condenado a ser eternamente masticado por las fauces de Satanás. El conspirador, por lo tanto, no solo es visto como el malo de la película universal que por facilidad llamamos historia (y que muchas veces se complace en buscar culpables), sino que no dejará a nadie vivir en paz hasta que el más aterrador de los demonios se encargue de castigarlo con sus propios colmillos.

¿Pero cómo se llega del conspirador satanizado por la historia al conspirador todopoderoso que sataniza la historia misma a través de videos de música pop?

Satán y sus secuaces

La clave podría estar en el fenómeno mass-mediático más imponente que se haya visto hasta el momento: The Beatles. Escribía Marshall McLuhan sobre las sociedades contemporáneas cuyos ojos están sobreexigidos. La Iglesia contaba tradicionalmente con el púlpito, las artes plásticas y la educación, las estrellas pop se apropiaron de la radio, la TV, el cine, la industria discográfica y, más tarde, del Internet. La cuestión ideológica fundamental es cómo meterse en la vida cotidiana de las masas, e incluso más allá: cómo constituirla. Cuando Lennon dijo en 1966 que los Beatles eran “más grandes que Jesús”, de alguna forma dio en el clavo: la omnipresencia de las estrellas y las celebridades causa devoción, han reemplazado la fe. Quizá ya no se sueñe con la salvación ultraterrena pero sí con la fama.

Existe desde hace algunos años una forma de fama ‘a la Warhol’ que se ha vuelto posible para todos a través de las redes sociales, puesto que estas dan una ilusión de exposición permanente y producción o autopromoción de la imagen de uno mismo.

Hoy, sin embargo, esa devoción también se vuelve sospecha, ya que el sueño de la popularidad y la plenitud capitalista a la que la fama y la fortuna se asocian implica frustraciones constantes. Así nace la suposición de la fama no como producto del mérito o el talento, sino como fruto del complot, como medio para fines conspirativos de dominio colectivo. Ese es el momento en el cual se reintroduce cierta mística o religiosidad secularizada. Hay quienes han sido elegidos para la fama, pero eso conllevaría ser una víctima de un sistema total impenetrable —en la versión conspiranoica— que de alguna forma sirve de sustituto del azar o, para los creyentes, del designio divino. Cristo fue parte de un programa divino: nació para ser asesinado y así transmitir un mensaje. La historia del Nazareno es casi la historia de un MK-Ultra, un elegido que es a la vez una víctima y que sirve a fines superiores a sí mismo.

El eslabón entre Jesús, el pop y los anunnakis es otro hombre (supuestamente) muerto: Paul McCartney. La conspiración beatle es, en efecto, uno de los mitos pop más conocidos, divertidos y delirantes. No es gratuito que esta leyenda urbana haya nacido de las publicaciones de un grupo de estudiantes universitarios estadounidenses en 1969: las teorías de la conspiración requieren de un “desocupado lector”, como diría Cervantes.

La leyenda es la siguiente: el bajista y cantautor habría muerto en 1966 en un accidente automovilístico, es decir, en plena cúspide de la beatlemanía. El show y los millones de dólares debían continuar así que los empresarios2 encargados de la maquinaria beatle consiguieron un doble de McCartney que, luego de intervenciones estéticas y entrenamiento musical, habría reemplazado al Paul original ante la indignación de los demás beatles, sobre todo del siempre crítico y mordaz John Lennon. Ante la obligación de mentirle al mundo y de sentirse unos farsantes, la supuesta solución que permitió al grupo seguir adelante por unos años más habría sido la implantación de pistas y claves que hicieran saber a los fans de la muerte de McCartney en fotografías, portadas de discos y grabaciones al revés dentro de varias canciones de la banda. La verdad debía ser contada, aunque sea de manera subrepticia, solo así Lennon podría haber soportado ser parte de una gran farsa, dicen.

Como ocurre con los conspiranoicos contemporáneos que son capaces de relacionarlo todo y llegar a hiperconclusiones que pretenden explicar el caos del mundo actual, quien entra a buscar detalles con un marco previo referido a lo que debería encontrar, siempre termina encontrándolo. Es lo que sucede con la discografía de los Beatles en la cual todo coincide con las supuestas pistas de la muerte de Paul: sus pies descalzos y el cigarrillo que lleva en la portada de Abbey Road, el instrumento negro que carga en la portada de Sgt. Pepper’s, las voces que parecen oírse en ‘Strawberry Fields Forever’ diciendo: “I buried Paul” (pero que en realidad dice: “cranberry sauce”), etc.

No obstante, en el mito-leyenda-teoría conspirativa de ‘Paul is dead’, el asunto quedaba ahí: todo se reducía en evidenciar las claves para la supuesta verdad detrás del grupo y punto. Hoy las claves y códigos, los signos hipnóticos de control mental supuestamente plantados en la cultura pop funcionan, según la conspiranoia, como la evidencia de un plan total de control masivo. A diferencia de los años sesenta, década dedicada al cambio y en la cual el futuro tecnológico parecía promisorio, las teorías de la conspiración pueden funcionar como una prueba de que hoy, a pesar de la creciente secularización de varias sociedades, aún requerimos de explicaciones que vayan más allá del tecnicismo científico.

Los artistas, por su parte, parecen aprovechar todo este asunto como quizá lo hicieron los mismos Beatles y sus equipos de producción (las ventas de la discografía beatle aumentaron en 1969 debido al rumor) al seguir plantando claves en las portadas, letras, canciones e imágenes de sus trabajos. Los artistas podrían también estar jugando este juego por mera diversión o, simplemente, para ver qué tan lejos pueden llegar las interpretaciones.

El modelo de este experimento cultural podría ser la canción ‘I am the Walrus’ (1967) de John Lennon. El beatle se dedicó a escribir la mayor cantidad posible de frases incoherentes para reírse de las conclusiones delirantes a las que podían llegar quienes sobreinterpretaban la música y letras de la banda, algo que venía ocurriendo desde que la agrupación saltó a la fama como fenómeno pop mundial a partir de su segundo disco: With The Beatles (1963).

Eso mismo puede estar pasando en la actualidad con los artistas ya citados, con aquellas canciones y videos enormemente populares que —al presentar supuestas claves o mensajes secretos— aun buscan envolverse de cierto misterio. Quizá no se trate más que de la muestra del vacío mismo de la cultura del entretenimiento, la doble simulación que implicaría el saber que si bien puede no haber nada detrás de una u otra obra pop, es posible entretenerse con las supuestas implicaciones ocultas.

Todo relato es en el fondo un artefacto en el cual se crean y recrean universos posibles, y sirven tanto para proyectar emociones y fantasías como para representar el mundo. Los conspiranoicos imaginan una ‘psicopatocracia’ en la cual los líderes del mundo, como el presidente Barack Obama, no son más que marionetas de un poder que solo puede representarse como algo que está más allá de la realidad palpable. Es así que los anunnakis son referidos en estas narrativas como seres mágico-tecnológicos

Habría que recordar que todo el mito de los ovnis se puede relacionar con el mito universal del dios ausente, algo que se evidencia en todas las culturas religiosas del planeta: desde Quetzalcóatl hasta Jesucristo. La ausencia de este dios civilizador que ha dejado el mundo y que ha prometido volver, pero que no vuelve, produce una angustia, un reclamo al estilo adolescente que reprocha a los padres por sus ausencias, y así crea y eleva la figura del alien como un sustituto insultador, como una parodia de lo divino. De ahí también, la versión del extraterrestre como malvado invasor o como invisible dictador, es decir, como recuento tecnológico de lo diabólico.

Misticismo y fascinación tecnológica. Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha mantenido o querido mantener un contacto con el más allá: de ahí los oráculos griegos, los viajes psicoactivos de los shamanes y las visitas a las brujas. Hoy, todo lo que antes se presentaba como sobrenatural o ultraterreno se ve intervenido por la tecnología. En el fondo, sin embargo, persiste la idea de lo demoniaco. La idea de que el mal y la conspiración rigen el caos mundial es como un grito que solapadamente expresa la ansiedad por el retorno del dios ausente (o cierto orden, o cierta claridad) pero que termina formulándola como una búsqueda de demoniacos culpables (o su simulación).

Satán y sus secuaces. ¿Quién más podría haber producido un presidente zombi, un robot imperialista galardonado con el Premio Nobel de la Paz? ¿Quién más podría estar detrás de Katy Perry, la niña californiana que se inició cantando góspel en la iglesia? En todo caso, es menos probable que se la condene a sufrir para siempre en las fauces del demonio por ser parte de una conspiración en pos del dominio mental mundial, que por su autodiagnosticado desorden de personalidad múltiple para la moda.

Notas

1. Podríamos decir que la conspiranoia ensaya una explicación que quiere incluir varias teorías de la conspiración de forma más o menos conjunta, pues estas se presentan generalmente separadas. De entrada podemos notar su cualidad de ficciones proliferantes que, sin embargo, comparten motivos y puntos de partida ya que todas pretender explicar el estado del mundo y legitimarse como verdad aunque, paralelamente, se narren varias otras teorías conspirativas que pretenden lo mismo. Cada una de estas teorías trata de explicar la realidad o el devenir histórico de una forma solo un poco distinta de la otra (pues el relato de un poder central es recurrente, solo cambia el tipo de grupo) y, por lo tanto, muestra el anhelo de cada una de estas teorías —centradas, por separado, en la hegemonía de reptilianos, anunnakis, masones, grupo Bilderberg, entre otros— por explicar la totalidad desde un relato secreto. De ahí que la conspiranoia opere como la hiperconclusión de la hiperconclusión.

2. En algunas versiones, el MI5 (servicio de seguridad e inteligencia británico) se encargó del encubrimiento y del cadáver ya que la divulgación de la muerte de McCartney habría desatado, supuestamente, una ola de depresión y de suicidios juveniles en Inglaterra.

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