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Tiempos de horrorismo: una lectura del libro Pelea de gallos

Tiempos de horrorismo: una lectura del libro Pelea de gallos
Foto: Tiempos de Espuma
14 de abril de 2018 - 00:00 - Tatiana Landín

El término horrorismo, usado por Adriana Cavarero (Brasil, 1957) define a la violencia contemporánea más allá del terrorismo, fue creado para designar las prácticas brutales y agresivas de la actualidad. Más allá del terrorismo y los conflictos bélicos, es una categoría que también visualiza la realidad desde el rol de la víctima.

En Pelea de gallos, María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976), recrea en sus páginas situaciones que se circunscriben en esta nueva categoría.

La mayoría de los relatos proponen un espacio cuyas protagonistas son mujeres heridas, en situaciones de vulnerabilidad y resignadas al medio que las rodea, al punto de provocar un efecto claustrofóbico y reduccionista. También encuentra un nuevo terreno de exploración en el que se sitúan las más recientes narrativas latinoamericanas creadas por mujeres.

Es el caso de «Subasta», cuento que abre el libro y que sirve como una metáfora que resume todas las circunstancias vulnerables de las mujeres en la actualidad. Se enfoca en el cuerpo femenino para desnudar las heridas familiares simbolizadas aquí como una carnada más.

 En «Luto» hay una visualización del cuerpo de la mujer como plataforma para todas las clases de tortura y posibilidades de dominio masculino. El hombre actúa como un depredador: «Para que entendiera en los tajos en la piel que ante la indefensión triunfa siempre la crueldad».

Expiación familiar
Lo que pasa a puerta cerrada es un múltiple prisma de exploración en los relatos de María Fernanda Ampuero; por medio del predominio de un lenguaje propio, directo, cotidiano, sin rastros de anestesia ofrece el peor rostro de lo que se cuece dentro de las estructuras familiares.

Lejos de cualquier idilio y seudolugar de estabilidad asociado a los núcleos familiares, la voz narrativa cimenta un escenario de desgaste, de ruptura y de violencia.

Una variedad de personajes hacen de sus acciones una verdadera radiografía. El libro entrega microcosmos de lo que esconden estos núcleos, de manera que imposibilita cualquier rastro de esperanza. A la larga resulta natural —en esta narrativa— encontrarse con situaciones atroces enmascaradas en la cotidianidad.

Ocurre que hay una máscara para todo y que luego de quitarla no queda sino una simulación de prácticas normalizadas y bochornosas. Gran parte de esta puesta en escena se plantea en  «Coro». Un grupo de amigas se reúne en la inauguración de la nueva casa de una de ellas, y la reunión da como producto la develación de todos los hábitos y costumbres de las clases sociales más apoderadas. Así surgen las caras más terribles de las mujeres versus las mujeres: «Es decir, mojarse la cara y las manos con la sanguaza y dejar despellejado y eviscerado al animal, al conocido, a la amiga que no está presente, para que las otras picoteen con palillos, el meñique enhiesto, el buen chismecito crudo».

Se asoma una de las formas de violencia habituales en nuestro medio: la pobreza como una mancha, personalizada en las asistentes domésticas.

Una faceta interesante de este relato es la especie de juego de espejos entre las protagonistas y sus vidas vacías, que prefieren la negación antes del ejercicio de la sinceridad. Concluye con una bofetada al cinismo y los oropeles instalados en la sociedad, que hace avergonzar a los lectores.

El guiño intertextual con otro de los cuentos, «Ali», es evidente: «Ahora, la noche está complicada porque del suicidio de la gordita del centro comercial ya han pasado unos meses y no hay novedades (…)». Un relato que traduce los dramas personales, esos que no pueden ser revelados, pues representan una mancha de la que nadie quiere estar impregnado.

Esta historia es narrada en primera persona por una de las voces del servicio doméstico, que operan como las espectadoras silentes de esos palacios lujosos, que encierran el dolor y sus consecuencias. Allí reina una mujer que arrastra heridas de la infancia agudizadas en su etapa posparto.

Los triángulos
Las relaciones humanas son conflictivas e incómodas, también son ese lugar donde las primeras exploraciones llegan desde lo más sórdido y, sobre todo, desde la génesis del dolor.

«Persianas» y «Nam» plantean desde la infancia y adolescencia las relaciones humanas como refugio de los horrores de la vida cotidiana, la gestación de esos primeros vínculos de la aparente consciencia de no querer ser eso que nos horroriza: «Que seríamos mejores padres para nuestros hijos, que nunca los abandonaríamos como papá, que nunca pondríamos el trabajo por encima de todo como tío, que nunca viviríamos tan estúpidamente como mi tía, que nunca seríamos tan tristes como mamá».

Al parecer la resistencia en estos escenarios se hace en grupo, en comunidad, como una solidaridad espontánea para combatir los desastres que se producen en el mundo de los adultos y que salpican las vidas de estos seres en formación.

En Pelea de gallos se cumple esta frase de Clarice Lispector: «Cada libro es sangre, es pus, es excremento, es corazón recortado, es nervios fragmentados, es choque eléctrico, es sangre coagulada que se escurre después como lava hirviendo montaña abajo». De estos ingredientes parece estar conformada la fuerza narrativa de María Fernanda Ampuero, y sus lectores lo sabemos.  

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