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Entrevista

Rafael Lugo: “No me siento obligado a escribir”

Foto: Álvaro Pérez
Foto: Álvaro Pérez
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No tengo aspiraciones. Yo no me siento un escritor. Lo dije ya en una entrevista y lo pusieron como un lugar común. Tengo, sí, una inclinación creativa de escribir algo y como soy vanidoso, publico. Fue una respuesta honesta y lo sigo sintiendo. Mientras más leo, menos escritor me siento. Es como salir a la calle a patear una pelota y decir ‘soy futbolista’”.

Pero vaya si escribe. Rafael Lugo (Quito, 1972) es abogado y escribe, sí, cuando siente que tiene que hacerlo. Ha publicado dos novelas, un libro de cuentos y dos libros que recogen sus artículos.

Conversar con él es tan divertido como leerlo.

El primer acercamiento a su narrativa lo tuve a través de 7, un libro que desde el principio habla de un hombre violento, un asesino.

Me pareció que no era importante que fuera asesino. Cuando escribí 7 lo que más me interesaba era plantear una situación de actualidad en la que cualquier persona podía encontrar un montón de similitudes con un asesino. No es una novela policíaca, de suspenso, sino, yo diría, una apuesta por hablar de un presente en el que tal vez más de uno estemos involucrados.

La condición de asesino era para llevar al extremo la situación. También había una declaración de principios, en el sentido de que el personaje era capaz de asesinar incluso aquello que le hacía bien, asesinar sus oportunidades. En algunos casos, las oportunidades estaban plasmadas en una mujer.

Esta novela es más un soliloquio que un thriller.

¿Qué es más importante para usted a la hora de construir su narrativa, el escenario o el personaje?

Yo creo que el personaje. Siempre voy a escribir con Quito como escenario, así que eso ya está. Mi preocupación básica es el personaje o los personajes.

El nombre de algunos personajes es cercano —Iñaki, Íñigo—, en7 y en Veinte.

Es perfectamente posible que el personaje de 7 sea el sobreviviente de Veinte, porque en esta hay una situación en la que no sabes qué pasa con el personaje, si vive o no, y si vive, es el de 7. Pensaba hacer una tercera novela con Ignacio, que es el mismo nombre en tres idiomas, jugando. Y poniendo un poquito de atención, es posible encontrar otras cosas.

Con respecto a los títulos, llama la atención cierta relación, entre ellos, con números, ¿algo tiene que ver con la numerología o la cábala?

Para nada. Veinte salió natural, en el sentido de que el protagonista escribe una carta a su amigo que murió en un accidente; él está en una situación muy difícil, años después, probablemente en un suicidio, y le dice: “estoy tratando de revivir tus últimos 20 minutos de vida en mis últimos 20 minutos de vida”. Como había muchas menciones a esto de los 20 minutos, pues salió así. Con 7 fue más pensada la cosa: había 7 crímenes. Esto podía generar curiosidad. Cuando saqué Las 50 sombras del buey me di cuenta de esta coincidencia…

¿Y con los 7 pecados capitales, quizá?

No. Las religiones me parecen creaciones mitológicas interesantes, hay historias chéveres. El personaje de Dios es súper útil, pero de ahí considerar que los pecados capitales, que ya son doctrinas de alguien más, podría utilizarlos, para nada. Tal vez haya un poco de gula, de pereza... ¡Ojalá no estén ahí los 7 pecados capitales! ¿Sabías que antes había 8? Falta la tristeza. Aunque yo no la considero un pecado.

¿La literatura es un juego para usted, es algo para usted divertido, lúdico?

Lúdico en el buen sentido, no en la parte del juego en que tú te burlas del lector. Honestamente, no es de mis mejores momentos cuando escribo. Cuando tengo más bien algo, un dolor que me estorba, una realidad que quisiera que fuera diferente, cuando yo creo que algo debe ser completado, entonces escribo, sino, no.

Para mí no es obligatorio escribir y eso se me debe notar. No tengo método. No es que me siente 3 horas frente a la pantalla aunque no tenga nada que decir.

Con respecto a esto de que no es necesario escribir, su personaje de 7 dice también que la ficción supera la realidad, pero tampoco es que la realidad sea gran cosa. ¿Qué separa para usted la realidad de la ficción?

Nadie sabe eso, ni siquiera los seres reales como tú o yo. Todo lo que está en nuestro pasado lo recordamos como nos conviene. No tienes una idea de qué fue real y de qué no. Y el pasado es lo que más tenemos. Todo lo que está ocurriendo ahorita es pasado y en lo único que no podremos equivocarnos es en que estamos grabando todo esto; pero es probable que tú te acuerdes de otro tipo de oficina, y yo de otro tipo de conversación.

Eso es algo que me llama mucho la atención de los seres humanos. Honestamente, ya no importa qué es cierto o qué no, sino que eso nos haga sentir bien, conformes. Mira, tú tienes hasta delincuentes que se sienten satisfechos. No me interesa mucho hacer diferenciaciones entre realidad y ficción.

¿Con qué comenzó primero, con los artículos o la ficción?

Comencé con los artículos y luego de un tiempo empecé a escribir esta novela (7), que era una cosa impresentable pero de la cual salieron una serie de relatos separados. Veinte también salió de ahí. Primero, los relatos se hicieron un librito, Abraza la oscuridad, en el que está el personaje Iñaki. Luego salió Veinte. Y luego salió 7. Paralelamente escribía artículos. Escribí en Soho 10 años, 2 o 3 artículos por número todos los meses.

Como usuario de redes sociales se mueve mucho, su blog tiene un montón de seguidores.

Sí, no a lo bestia, pero sí. Pero yo he dejado un poco de escribir de lo obvio, porque es muy fácil encontrar odios en común. Y eso ha empezado a hartarme. Sí puedes generar mucha audiencia usando el odio, y esto se parece a la audiencia en televisión en programas con chicas en ternos de baño.

Hace un tiempo, un año, más o menos, leí un artículo suyo sobre las Fiestas de Quito…

Ese es un artículo que se llama ‘Odio las Fiestas de Quito’, y es del año 2003. Todos los años se metía medio mundo al blog para reproducirlo y llegó un momento en que dije ya. Es el único artículo por el cual me han felicitado en la calle, pero me aburrí de eso. No es solamente esto del odio. Había un artículo en que planteaba que festejemos a Quito en agosto y no en diciembre, cuando tenemos más razones para celebrarnos como ciudad. En cambio, ese texto no le importa a nadie.

Hay miles de veces que me dan ganas de mandar al diablo a X o a Y, y sé que ese texto tendría miles de lectorías, pero en mi caso, ya no tiene relevancia, no lo encuentro útil.

De 7 me llamó la atención la dedicatoria, al elefante que mató el rey Juan Carlos… ¿es usted animalista?

No utilizaría ese término. Pero sí siento empatía con los animales. Si me haces escoger entre un árbol y un animal, escogería al árbol, me parece más hermoso y más útil, pero creo que hemos llegado a un punto de la civilización en que no tenemos necesidad de hacer a los animales lo que les hacemos. Si te metes algún día en un camal, vas a entender lo que pasa ahí dentro. Alguna vez vi un par de videos sobre la industria de la carne y del cuero, y ya no es necesario, pues todas las que usamos podrían ser fibras sintéticas. Y no solo ves que no es necesario aquello, sino que hay una crueldad adicional, hay una insensibilización impresionante.

Peor si hablamos de placer. O sea, tenemos que comer. Pero que alguien sienta placer de meterle un tiro a un pobre animal, pues no lo puedo procesar. Prefiero mil veces que haya más elefantes que reyes.

Conversando con otros lectores suyos, tratábamos de dilucidar sus influencias.

Bukowski muchísimo en una época. Cuando escribía mis primeros textos no había leído a Bukowski, ni siquiera a Henry Miller, hasta que un amigo me dijo que iba por esa línea. Un día busqué a Miller, busqué a Bukowski y me enganché a lo bestia. Luego leí mucho a Fernando Vallejo y a otros: Murakami, Baricco. Ahorita estoy leyendo a Tolkien y me encanta.

No sé si algún rato pueda hacer algo con una voz propia, personal. Abraza la oscuridad, mi primer libro, es Bukowski. Incluso ese es el nombre de un poema de él, y está el poema ahí. Ni siquiera fue un plagio camuflado, fue un homenaje. Fue una edición de autor, así que nunca hubo una voz editorial que me dijera “esto es muy Bukowski…”, y salió como tenía que salir.

Al parecer, Rafael Lugo es la persona que habla de las cosas que nadie más quiere hablar. ¿Es usted quien plantea esas cosas de forma descarnada?

Hace tiempo, tal vez. Pero aquí lo que menos se toca es el sexo, es más bien la autocrítica. Eso es más difícil de exponer. Somos un pueblo súper acostumbrado a darle la responsabilidad al otro: somos víctimas, pobrecitos, pero somos súper mojigatos. Entonces, tenemos políticos que son tal cual somos nosotros, pero nos quejamos solo de ellos. Cuando hablas de esto, no gusta. Cuando le dices a alguien “oye, vos te cagabas de la risa de las caricaturas de Mahoma pero cuando te dibujan a Jesús ahí sí saltas”. Eso ya no les gusta. Esto es más difícil.

No tengo en la mente convertirme de ninguna manera en un líder ni nada, ni que lo que yo digo se convierta en un manual de conducta, para nada. Pero si ya voy a escribir —aparte de la vanidad obvia de publicar—, quiero hacer algo que tenga cierta utilidad, y creo que aquí lo que falta es vernos a nosotros mismos más que al resto.

No sé si será un asunto de la edad, pero creo que es más útil hablar de la sociedad que de los políticos. La sociedad es la que pone políticos, pero esa sociedad no está dispuesta a reconocerlo. Hay una caricatura maravillosa que muestra a un político que pregunta “Quién quiere un cambio”, y todos levantan la mano; luego pregunta “Quién quiere cambiar”, y nadie alza la mano. Es eso.

En los últimos años míos, mi intención no ha sido entrar al tema escatológico ni sexual gratuitamente. Prefiero, sí, hablar de las relaciones humanas: de los tipos de malos maridos, de malas mujeres. Ahí sí me han mandado al carajo, mujeres me han escrito que soy un machista de miércoles, hombres me han escrito si yo me creo el marido perfecto…

Con respecto a Las 50 sombras del buey, ¿de qué va?

Son 50 artículos. Había sacado antes un libro llamado Al Dente, editado por María Fernanda Heredia y que salió con el sello Dinediciones en 2010. Este otro salió en 2012, después de una selección de artículos. Quedaron 50, escritos entre 2008 y 2014.

Salió a fines del año pasado. Creo que se ha vendido bien, pues hay gente que me conoce de Soho y que a pesar de que sabe que los artículos están gratis en el blog, prefiere tener el libro. Es bueno seguir publicando porque no es que con un libro ya la gente te conoce, y si alguien más te puede leer, pues qué bueno. Esto de escribir es pura vanidad. Lo tengo asumido. Y sí, busco lectores.

¿Qué hay con el título de 50 sombras…?

Gadejo. Hay gente que pensó que era una especie de respuesta a aquella obra, pero enseguida se anuncia que va por otro lado.

¿Cuál fue el criterio para elegir los artículos?

De alguna manera, aquellos que habían soportado el peso del tiempo. A veces no puedes evitar escribir de la coyuntura, pero hay otros textos que sí se defienden en el tiempo. Tal vez en unos 10 hubo un trabajo duro de selección, también preguntamos a través de Facebook a los lectores qué artículos seleccionarían…

¿Hay algo que se repita como temática dentro de Las 50 sombras…?

Joder a la sociedad.

¿Qué proyectos de escritura tiene ahora?

Me pasa algo muy chistoso. He empezado unas dos cosas que me han aburrido. Hace un año volví a tener una idea, que puede ser una tercera parte después de 7, pero no tengo una intención concreta. Yo no me siento obligado. Hasta ahí no me llega la vanidad de creer que alguien está esperando un libro mío.

¿Cree que hay mucho vanidoso en el mundo de la literatura?

Creo que en el arte, en la exhibición de lo que tú haces, tienes que tener vanidad. Si no, cuál es el sentimiento que te impulsa.

Quizá sea un buen medidor el tiempo, ¿qué obra sobrevive cien años? Alguien lo dijo, si una obra se deja leer después de cien años, pues es que vale la pena. Solo el tiempo, entonces podría decir si nuestra obra valió o no la pena.

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