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Por favor, rebobinar: ‘freaks’ que no quieren padres

Transcribo —corregida y editada— una conversación archivada en los mensajes de texto de mi celular el día 10 de junio.

 

12:29 Préstame tu libro favorito de Fuguet ve. Haz proselitismo.

 

12:33 Ese lo tengo firmado, tendrías que venir a leerlo en mi casa cual biblioteca. Jaja. Ya pues, ahí me avisas cómo hacemos.

 

12:36 ¿Vas a estar en tu casa? Ando cerca. Otro, entonces.

 

12:38 Estoy saliendo pero te lo dejo con el guardia. Cuídalo o me encargaré personalmente de destruir tu carrera.

 

12:39 Jajajaja dale.

 

Esa tarde llegó a mis manos un ejemplar de la colección Punto de lectura de medio millar de páginas que al inicio decía “para my man in Quito”. Yo solo quería conocer a Fuguet, no convivir un mes con él. Una lámina delgada de plástico, cuyo objetivo era dar brillo a la portada, ya se había agotado de prestar servicio activo y se estaba desprendiendo de los bordes. Las hojas eran de papel periódico café con estimulante olor a imprenta y venía subrayado unas veces con esfero y otras con resaltadores. Por ejemplo, el párrafo en el que Lucas García critica los abominables gustos cinematográficos de su psicólogo y le dice que no puede confiar en alguien que ama La selva esmeralda, estaba encerrado y traía una anotación al margen: “Pasa todo el tiempo ¿hasta cuándo?”. Es decir, ese libro fue un interlocutor importante para alguien, lo cual da un poco de orden a las cosas. Cuarenta y ocho horas después, únicamente aprovechando los tiempos muertos y las noches, ya había terminado la mitad del libro. No había que asustarse.

 

Por favor, rebobinar (1998) es un relato coral, a una docena de voces, que trata de dejar constancia de los tiempos que heredaron para vivir. Entre las filas tenemos a un músico, un crítico de cine, varios escritores noveles, un vendedor de droga, un modelo, un director de cine, algunos periodistas o simplemente amigos del grupo. No podemos decir que se trata del discurso de una generación, por más que las distintas voces se refieran una a otra creando la ilusión de estar dentro de un microcosmos totalizador. Más bien es la búsqueda de expresión de un conjunto que no encuentra su propia voz en un mundo posmoderno lleno de referencias multimedia, de una poderosa sed de reconocimiento y de un desenfreno que muchas veces es mejor rebobinar. En un mundo que —como todos los mundos— también necesita amor. Ya lo dice Baltasar Daza en una entrevista en la que le preguntan si la suya es una generación perdida: “Para perderse, primero hay que haberse encontrado, y tanto yo como casi todos los de mi generación están lejos de encontrarse. Más que perdernos queremos llegar”.

 

Fuguet no puede esconderse en el relato. Por más que se ensaye distintos tipos de discurso todos los personajes hablan un mismo idioma, se confunden unos con otros, tienen las mismas inquietudes. Leemos testimonios personales, cartas enviadas desde el extranjero, crónicas periodísticas sobre un evento, críticas de cine o simplemente entrevistas. Todo en primera persona. La historia es fragmentada y codificada en clave periodística lo que la hace ágil y efímera. Sobresalen Pascal Barros (rockero idolatrado), Andoni Llovet (famoso modelo), Baltasar Daza (escritor y guionista) y Lucas García (cinéfilo). Los demás sirven para crear volumen en las relaciones. Pareciera que todos comparten un “espíritu colectivo” con dos características principales: una sensación de ser-distinto y un rechazo hacia sus padres.

 

i) Lucas se considera “levemente autista, como todos los grandes”. Pascal siente que se desintegra cuando está rodeado de mucha gente. Andoni siempre se ha sentido solo por más que las calles estén repletas de publicidades con su rostro. Damián se considera el raro de su curso desde que estaban en el colegio y Baltasar en una entrevista agradece a Dios por ser un poco freak, que para él implica “ser raro, distinto, único; es estar juntos pero a la vez seguir solo”.

 

ii) Lucas intenta incendiar su casa con su padre dentro. Su hermana ve a su generación como los desechos tóxicos de quienes los criaron. Pascal en una entrevista dice que heredó de su padre una incapacidad para expresar afecto. Tomás en una conversación telefónica se queja de que no hay nada peor que tener un papá adolescente. Gonzalo al enterarse que va a ser padre lo único que no quiere es ser como él. Y cuando conversan José Luis y la Maca:

 

Nuestros padres son unos pobres huevones –me dice la Maca.

 

De más.

 

No crecen nunca. Lo más triste del caso es que uno jura y rejura que no va a cometer los mismos errores que ellos y aquí estoy, separada y con un hijo que me va a salir con quién sabe qué tara porque su padre es un pobre huevón y ni lo cotiza.

 

No seas tan siquiátrica, Maca. No todo el mundo acarrea traumas.

 

Las familias quitan más de lo que dan.

 

¿Y qué esperabas?

Sin embargo, el último personaje parece que se salva, que logra salir de ese espiral sin sentido. Pía (modelo y actriz) y Gonzalo (crítico musical y dueño de una radio) también provienen de los mismos cromosomas que sus amigos. Se casaron están recostados al final de una tarde de verano, escuchando música rodeados de ese calor somnífero. El alma que narra es la misma. Fuguet todavía no logra esconderse pero puede ser que finalmente haya encontrado. O que haya cedido. Pensar que antes lo único en lo que pensaban era en formar un banda. Cómo nos cambia la vida.

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