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Piedad Bonnett: ‘Yo he vuelto a parirte’

Piedad Bonnett: ‘Yo he vuelto a parirte’
02 de diciembre de 2013 - 00:00

Serie autorretratos 2001: Te veo claramente entre las sombras, Daniel. Eres un trazo sin regla, una imperfección necesaria. Seguramente atravesabas una temporada en la  que tu mente se escindía y el pulso nervioso de Dios hacía de la suyas sobre tu cuerpo, contra tu alma... Tu mano cubre ansiosamente tu rostro, mientras la otra, que parece una tarántula,  hace presión a la altura de tus costillas. ¿Qué te duele? ¿Quieres esconderte, escapar...? ¿A dónde quieres ir? ¿Quieres ir?

Apareces en otro autorretrato, de la misma fecha, sereno, quieto, me asusto a veces. Te agarras el pecho con firmeza, con solemnidad. Miras directamente a los ojos del espectador y lo único que veo es una intensa luz que brota desde tu cuerpo. Te veo. “¡Ah, oscuridad, mi luz!”, decía José Lezama Lima.

14 de mayo de 2011: Ya no estás, Daniel, no físicamente. Has decidido lanzarte desde el techo de un edificio de cinco pisos en Nueva York, ciudad donde cursabas una maestría en artes, en la Universidad de Columbia.

Tu madre, Piedad Bonnett, ha escrito un libro sobre ti, sobre tu suicidio, sobre la enfermedad que te aprisionaba y que no querías hacerla pública: la esquizofrenia, ese malestar que apresuró tu muerte. Pero ahora, Daniel, ya no estás. “Daniel ya no es”, dice tu madre y el libro que lleva por nombre Lo que no tiene nombre es un homenaje a tu ser, a la memoria, a tu arte, pero sobre todo, al amor familiar. “Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte…” está escrito al final de la obra.

Tu madre tuvo un realumbramiento en esas páginas, Daniel, para conservarte, celebrarte, sufrirte... Fue un parto tan doloroso como cuando te tuvo por primera vez, solo que ahora es más fuerte el dolor, porque en el otro había la esperanza de lo que ibas a llegar a ser. “Hoy es un parto doble. Desde mí va otra vez hacia su muerte, pero vive con una nueva vida en el libro. Una vida imperfecta que, de todas maneras, es la vida que da las palabras”.

Este es el único libro que tu madre tuvo que pedir permiso para publicarlo, Daniel. Lo pidió a tu padre y dos hermanas. Aceptaron. Quería protegerte y protegerlos. Lo hizo. “La intención de escribir el libro al principio los asustó mucho, porque siempre temieron que me hicieran daño, que me acusaran de aprovecharme de esa muerte para hacerla mía. Pero cuando lo leyeron y se dieron cuenta del tipo de trabajo que había hecho, estuvieron de acuerdo”.

Ninguno de tus familiares hizo observaciones fundamentales al texto de tu madre, Daniel. Ella te recuerda con una ternura y transparencia que estremecen. Lo veo en sus ojos cuando habla de ti. Son ojos entreabiertos, que parecen cansados, a rato quebrados, pero que no dejan de invocarte. “Mi marido fue el que sintió más dolor de que Daniel saliera a la luz con su enfermedad mental, después de que él la había ocultado tanto tiempo. Pero hay que ser descarnados para decir que a él eso no le afecta, que la vida ya no depende de Daniel. Por el contrario, creo que estoy hablando de un tema que la sociedad necesita escuchar. Entonces, si Daniel es el vehículo para que pensemos en tantos muchachos que están sufriendo, para que no los rechacemos, para que tengan caminos distintos, donde de alguna manera puedan salvarse del horror de esas vidas, creo que valió la pena hacerlo”.

“La cotidianidad suele ser ruda”, dice tu madre, mientras narra cómo fue para ella enfrentarse al mundo, que muchas veces es frío y torpe ante la muerte, sobre todo, con las muertes que le perturban, que no entiende y juzga, como la tuya. ¿Cómo quería tu madre que las personas la saludaran, la miraran...? “Con amor y con un mínimo de comprensión de la muerte, pero eso es una utopía porque probablemente yo misma, en muchas ocasiones, no he sabido estar a la altura de las circunstancias. La muerte asusta mucho”.

Foto: Marco Salgado

A tu madre, Daniel, siempre le ha parecido atroz que la familia de alguien oculte un suicidio porque es como si se avergonzaran de ese hecho. También, ha sido muy crítica con instituciones mojigatas, como la iglesia, la cual condena al suicida y no lo sepulta en terreno sagrado, pues piensa que Dios es el que dice la última palabra. En su libro, Daniel, no solo que alerta a la gente de estas absurdas realidades, sino que moviliza a través de su experiencia, de tu experiencia... “Yo creo que uno siempre que está escribiendo un libro piensa tácitamente en el lector. La comunicación hacia uno mismo sería imposible”. Tu historia debía ser contada.

Tienes una madre muy valiente, Daniel. Solo de imaginarme lo que debió haber sentido en cada letra escrita en ese libro o cuando debió haber acudido a un recuerdo doloroso una y otra vez para serte fiel en la narración, me descompongo. Y es que además, no solo hizo su duelo y sufrió junto a tu familia y amigos, sino que mientras iba escribiéndote, descubrió muchas cosas para las que no estaba preparada. “Creo que uno de los seres que más me conmueven hoy son los médicos siquiatras, porque la lucha que tienen que dar es aterradora y están muy desamparados hasta cierto punto. Su ciencia avanza lento y con muchas conjeturas. Ellos están avocados a una dificultad enorme y por el camino encontré que también hacen sus duelos cuando mueren sus pacientes. Así como tengo resentimiento contra algunos médicos que se equivocaron tanto, también tengo conmiseración por aquellos que luchan y luchan y no pasa nada”.

Si algo es posible de eternizar en esta vida es la memoria, Daniel, y ahí siempre estarás, en cada recuerdo, pensamiento, dolor y alegría... Estarás en las mentes y corazones de quienes te vivieron a plenitud, y respetaron y aceptaron tu decisión. Eres muy afortunado, Daniel. Y justamente por eso me atreví a escribirte esta suerte de carta, porque me conmovió tu madre, su lucidez, su paz, su palabra... Lo que no tiene nombre se llama Daniel. “Daniel  quería un mundo que lo proyectara hacia adelante. En Nueva York, de todas maneras, aceptan a los seres diferentes, y entonces me nacía una esperanza. Claro que me queda la idea de que si yo debí correr a rescatarlo, pero pienso que en otras circunstancias hubiera germinado el espanto, el deseo del suicidio. Ya lo había hecho una vez, por qué no lo iba a intentar otra. Me alegro que haya sido en Nuevo York, la ciudad que amaba y donde pensó que iba a ser la persona que quería ser. Murió solo tratando de sobrevivir sin sus papás, como un hombre que enfrentó la realidad y no pudo”.

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