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Parásitos: viendo a la galería desde el otro lado (Arte contemporáneo y academia. El caso de Arte Actual)
Tener una galería de arte contemporáneo dentro de una institución de posgrado en Ciencias Sociales supone una serie de desafíos que, en el caso de los primeros años de Arte Actual, han empezado a consolidarse.
Esta galería ha logrado convertirse en un referente profesional único en el medio ecuatoriano no solamente por su capacidad de gestión al mantener una programación periódica cumpliéndose estrictamente, misma que, crecientemente, rompió con el formato de cubo blanco para envolverse, a través del Project Room en tareas de discusión sistemática y trabajo multidisciplinario que implican el trabajo de gente desde las Ciencias Sociales. El haberlo hecho de manera independiente y con libertad frente a las movidas más cautelosas de la política de Flacso, es un valor adicional que hay que destacarlo en un medio en que el silenciamiento de los artistas frente al patrón filantrópico del Estado forma parte de los tiempos (1).
En algunos foros insistí en que una institución como Flacso —cuya tradicional cuadratura disciplinaria ha dado paso a algunos proyectos multidisciplinarios más como efecto de las demandas del mercado laboral que cualquier otra cosa, gracias a la apertura de Adrián Bonilla hacia el arte durante su periodo como director, se había metido una piedra en el zapato. No se trataba, ni para mí ni para Marcelo, de tener un anexo a la facultad con eventos culturales relacionados con las artes visuales solamente. Eso la galería lo ha hecho de cajón. Se trataba de potencializar los cruces avanzados a su más lógica consecuencia: el establecimiento de un programa de Maestría en Artes Visuales como parte de la oferta regular institucional.
Las estrategias desarrolladas conjuntamente apuntaron hacia aquello: las visitas de estudiantes de Antropología Visual periódicamente a la galería como parte de las fuentes a reflexionarse en clases, el establecimiento de una cátedra en dicha maestría dedicada a discutir el actual terreno de tráfico entre la Antropología y el arte contemporáneo —de particular importancia en la región desde la última década— la admisión de una cuota de 25% de estudiantes anualmente provenientes de las artes visuales para entrenarse en desarrollar una pasión por la investigación precedida por una mirada etnográfica. La participación activa de tales estudiantes en los laboratorios de la galería, el desarrollo de eventos conjuntos relacionados a video-arte y fotografía documental, la inclusión de un Foro Visual que por dos años se constituyó en el espacio estable de debate más importante dentro de la facultad, el posicionamiento de un club de cine de autor liderado por el estudiantado. Todo ello alimentó, amén de contribuir a la formación de una nueva generación de artistas, el camino hacia la oferta de posgrado en artes.
Desde el lado de Marcelo, evidentemente más cercano a la realidad estructural de la oferta académica en artes visuales en el país, la necesidad de establecer una maestría era urgente. Yo comparto plenamente ese criterio frente a un medio en el que la licenciatura continúa siendo un título terminal y donde la proliferación de ellas hace evidente la potencial demanda profesional por actualizarse y titularse a otro nivel, más aun cuando una nueva ley de educación superior que hace del cartón un fetiche, así lo impone indiscriminadamente. Pero más allá de eso, habiendo yo mismo estado involucrado en la creación del ITAE en Guayaquil años atrás —el proyecto académico más importante en la región costera cuyo efecto fue el cuestionamiento práctico de las tradiciones más retardatarias en las artes del puerto- aprecio el potencial crítico y experimental del arte como formativo también para las Ciencias Sociales. El proyecto de educación en artes en Flacso, anclado en la nueva área de Humanidades, continúa en proceso. Todo este esfuerzo se realiza en un entorno artístico proclive a las sospechas frente al tipo de profesional que una facultad de Ciencias Sociales podría formar en el campo de las artes.
El boicot recibido desde el Estado desde 2004 hasta cuando escribo estas líneas en 2012 habla suficientemente del conservadorismo al que proyectos educativos en arte contemporáneo deben enfrentar, como fue el caso del ITAE. Desde el celo de las momias cocteleras de las instituciones de gestión cultural hasta la visión más partisana sobre el papel de las artes en una sociedad, todo ha afectado negativamente al establecimiento de una estructura académica como tal. La construcción en esa ciudad de la nueva Universidad de las Artes —el proyecto emblemático del Gobierno de Correa en este campo— expresa, hasta ahora, el alcance de la reacción de un Estado que nunca pasó la página del modernismo indigenista.
En mi caso, la experiencia en el ITAE me permitió, a través de la cátedra de Proyectos y del Seminario del Tráfico entre la Antropología y el Arte Contemporáneo, enfrentarme por primera vez a estudiantes no de Antropología sino del otro bando. Ello me obligó a intentar sembrar la semilla de la investigación sistemática, las discusiones sobre la ética y la política de la representación derivadas del encuentro con los otros, y el carácter experimental que, eventualmente, puede adquirir el trabajo de campo. Los recursos bibliográficos incluían atención a aquellos debates desde la Antropología que se han venido tejiendo desde la crisis posmodernista de mediados de los años ochenta, parte de la cual se expresó en “el giro textual” en esa disciplina, a la par que, en las artes visuales se vislumbraba más orgánicamente su propio “giro etnográfico”, los dos mejor ilustrados por el debate entre James Clifford y Hal Foster.
El cuerpo de referencias desde el arte estaba compuesto por quienes, desde mi mirada etnográfica hacia sus temáticas y métodos, permitían repensar el papel de la investigación, la atención a los archivos, y de las relaciones procesuales en la producción artística: desde gente a la que había tenido la suerte de conocer y hasta trabajar con algunos de ellos (Sandow Birk, Rogelio López Cuenca, Antoni Abad, Antoni Muntadas, Aleksandra Mir, Jhafis Quintero, Bijari, Tercerunquinto, Anton Vidokle, Populardelujo, Micromuseo, Luis o Miguel) hasta los que me parecían espectacularmente ilustrativos de la vocación investigativa, aunque con métodos muy distintos, como Mark Lombardi y Francis Alys.
Por razones cercanas, también incluía atención a trabajos de Miguel Alvear, Ricardo Bohórquez, Víctor Costales y Julia Rometti, Tomás Ochoa, Ana Fernández, Wilson Paccha, y La Selecta, entre los colegas ecuatorianos, por su común atención a cuestiones relativas a la cultura popular, la historia y el devenir arquitectónico.
Basado en esa experiencia de enseñanza, tomé el desafío de montar la Maestría en Antropología Visual en Flacso —el interlocutor más sistemático que ha tenido Arte Actual en su primera etapa, y lo digo con modestia y con la conciencia de que hay mucho más por desarrollar. Durante cuatro años en Quito, y con una pata todavía en Guayaquil, al inicio, creamos el primer nicho institucional en Flacso dedicado a reflexionar sobre imágenes. Si bien mi programa es heredero de una tradición regional que privilegia el documental etnográfico como referente, mi primera misión fue definir un perfil profesional que diera coherencia a la oferta académica y que emplazara debidamente al arte contemporáneo.
Dicho perfil —que enfatiza en la formación de antropólogos actualizados en los debates teóricos y metodológicos sobre el mundo audiovisual entendido ampliamente— brinda la apertura para nutrirse de artistas interesados en temas de la Antropología. Aunque una cuarta parte de los estudiantes, aproximadamente, formaran parte de cada convocatoria entre gente proveniente de las artes visuales, la fotografía y el cine documental, o la historia del arte, muchos de ellos decidieron realizar investigaciones más tradicionalmente etnográficas que artísticas. Resultados de esos esfuerzos fueron los libros de Alejandro Cevallos sobre la seguritización del paisaje urbano (2011), de Manuel Kingman sobre cultura popular y arte contemporáneo (2012), y de Pamela Cevallos sobre coleccionismo en el Ecuador (en prensa). Las propuestas más experimentales carecieron de profundidad investigativa fueron un fracaso menor y una gran enseñanza en este camino. No obstante, importantes contribuciones emergieron desde estudiantes con antecedentes en Antropología pero que realizaron investigaciones sobre arte como las de Mayra Moreno sobre la escena musical y audiovisual en Tijuana, y productos audiovisuales muy cercanos a lo que se designa como arte, como por ejemplo los documentales Sueños de mayo de Mariana Rivera sobre las imágenes oníricas en una comunidad mexicana, y de Violeta Montellano, Y tú qué ves? sobre la producción fotográfica entre discapacitados visuales.
Si bien a los estudiantes artistas la disciplina teórica y metodológica que exige la Antropología les resultara inicialmente problemática, a la larga llegan a sintonizarse con ella a la vez que potencializan su mirada desde el arte hacia la necesidad de incorporar la investigación centralmente en sus propios procesos. La gran mayoría de ellos, una vez egresados con título de maestría, se han incorporado o a la gestión cultural (el Centro de Arte Contemporáneo ha tendido un puente en ese sentido incorporándolos como investigadores), o a la academia, nutriendo la oferta calificada de las universidades locales. Entre los profesores del programa se destacó la participación de algunos colegas ecuatorianos que dejan su marca en las discusiones sobre visualidad, igualmente. Eduardo Kingman, María Fernanda Cartagena, Malena Bedoya, Christian León y Hugo Burgos han hecho de su colaboración aportes sustantivos. Algunas de estas voces resonaron, de una u otra manera, en lo avanzado por Arte Actual en estos mismos años. De manera más clara, se pudo constatar en la exhibición De frente y de perfil, catalizada por el trabajo de investigación sobre fotografía antropométrica de Deborah Poole y Gabriela Zamorano, esta última profesora asociada en Antropología Visual.
Así y todo, este puente es todavía frágil por varias razones. Entre las principales, se destaca, primeramente, el escepticismo y la incomprensión de la propia academia frente a las artes. Con las excepciones de mis colegas Adrián Bonilla y Eduardo Kingman, este último también artista, quienes solían visitar la galería, resulta excepcional encontrar profesores de Flacso en la misma. Ni siquiera por los cocteles, a los que sí acuden, en cambio, un grupo más variopinto de estudiantes. La institución como tal vislumbra ahora un proceso de reingeniería interna que deberá suponer incorporar a la piedra en el zapato, en un área más amplia y fortalecida sobre el estudio de las visualidades desde la Filosofía, la Historia, la Antropología, la Estética y, confío, el arte como oficio. Hay varias generaciones de artistas que, estoy seguro, se beneficiarán de una oferta especializada para actualizarlos en su práctica y en los debates contemporáneos que informan su quehacer.
Al contrario de la idea blanco y negro bajo la cual se tiende a pensar al arte, por un lado, y a las Ciencias Sociales, por otro, mucha agua ha corrido en este torrente en las últimas décadas. La poca condensación de ella en una estructura académica es indicador de los límites de la educación de posgrado en estos lares. Pero no solamente en Ecuador, porque esta es una lucha contra corriente si bien en algunos lados está legitimada. Entre los nichos interesantes desde la Antropología para integrar sustantivamente al arte no como mero objeto de estudio sino como parte integral al proceso de construcción del conocimiento, están las iniciativas de George Marcus en Estados Unidos con su espacio para la discusión sobre el trabajo de campo como una instancia que requiere parasitios, instancias alternativas que pueden resolverse, eventualmente, con recurso a las estrategias del arte tales como instalaciones, exhibiciones y laboratorios. También los esfuerzos de discusión colectiva que avanzan Arnd Schneider, Christopher Wright y Amanda Ravetz en Europa, son de interés para estudiosos y practicantes de ambos campos, más allá del estrecho conocimiento sobre la polivalencia del arte contemporáneo que se genera en América Latina que revelan las compilaciones que se han hecho.
Parásitos (para-sites), es la otra acepción de los experimentos etnográficos motivados por Marcus, y siento que esa etiqueta viene muy bien a la hora de describir el encuentro entre Antropología y arte contemporáneo como resultante no necesariamente de simbiosis y armonías. De hecho, resulta todo lo contrario pues la línea más productiva de este sendero está precisamente en los traspasos ilícitos entre ambos, en el conflicto y las suspicacias mutuas, y en las inesperadas sinergias que resultan de ese tipo de dinámicas. Desde la Antropología Visual, como bien lo han planteado el propio Marcus y Tarek Elhaik, la condición dialógica del propio levantamiento de datos da lugar a la necesidad de producirlos en diferentes regímenes, sin idealizar al trabajo de campo como un momento fuera de una historia más compleja de encuentros y desencuentros, e instancias y tiempos diversos. Por ejemplo, algunos de los proyectos de mis estudiantes en Flacso, incorporan centralmente estrategias tales como talleres, instalaciones, intervenciones colectivas, levantamientos participativos, conferencias, exhibiciones y proyecciones audiovisuales como parte integral de lo que hacen en el campo. Soportes en la red han sido también usados para la expresión más sensorial de investigaciones en marcha.
Ya la galería ha contribuido con brindar un espacio para propuestas nuevas y proyectos que implican el trabajo colectivo y un posicionamiento diferente frente al paradigma del artista como iluminado, siendo sí respetuosa de los propios métodos y finalidades del arte. Desde una perspectiva más larga, sin embargo, al estar anclada en una institución como Flacso, siempre puede optar por la comodidad de mantenerse como un apéndice solamente, continuamente luchando por su supervivencia como tal. La incomodidad de no serlo y de motivar la participación y compromiso activos de quienes modestamente logramos generar sinergias involucrando a profesores, estudiantes y proyectos de distinta naturaleza, engendra la posibilidad de dejar otro tipo de marca entre los árboles que la separan, pero que también la unen, con el edificio de al frente. Esto es, de construir un paisaje radicalmente diferente y único en Ecuador y la región. Y cuando hablo de paisaje me refiero a las ideas y el espacio que las materializa. Eso es lo que espera.
Hay un puente subterráneo que crece en el parque que separa al edificio académico del de la galería, y que, espero, continuará alimentándose de formas creativas, ello haría de Flacso una institución realmente adelantada en la región en estos frentes. Entre los árboles que crecen para brindar sombra a quienes buscan su cobijo en el único pulmón verde de la facultad, está sembrado un parche de la planta sagrada San Pedro (sembrado por Marcelo el primer día de la galería), y, en la misma línea, un capulí, de nombre Mauricio, que fue trasplantado a su actual locación cuando la Maestría en Antropología Visual cumplió un año y Mauricio había cumplido también su primer año como parte de un proyecto del artista David Jara, estudiante de la primera convocatoria. Octubre de 2012 vio su quinto aniversario. Como el capulí, árbol de crecer pausado, pero seguro, espero que este ir y venir de algunos de nosotros, y de otros colegas que creen en este devenir desde sus distintos posicionamientos, lleve a construir un todo más orgánico en el que los estudiantes de arte del medio ecuatoriano y de la región se profesionalicen en su misión como tales y los de Ciencias Sociales sigan, aunque fuere por ósmosis, iluminándose de este, siempre posible y siempre conflictivo, diálogo.