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Óscar Vela introspectivo
Óscar Vela llega a la entrevista con una funda llena de libros. Quince minutos de retraso le han servido, porque necesita esos libros: desde hace años que escribe las reseñas de la revista SoHo, y aunque ahora los ha comprado en Mr. Books, suele ser cliente de los libreros de viejo. Compra mucho en un puesto de venta de libros de segunda mano que queda debajo de su oficina. Leer mucho es una necesidad: se documenta a fondo sobre cada cosa que escribe. Aunque su profesión es de abogado, Vela también es un novelista premiado. Su obra Yo soy el fuego ganó el Jorge Icaza en 2013, y a fines de noviembre, recibió el Joaquín Gallegos Lara de novela, que entrega el Municipio de Quito por Todo ese ayer.
Su quinta novela es un relato que se ambienta en los sucesos de la revuelta policial del 30 de septiembre de 2010. El hecho sirve de hilo conductor para narrar la historia que viven Federico, un abogado —como Vela—, y su esposa Rocío, una mujer de alcurnia que le ha facilitado la vida. El matrimonio está llegando a su fin, y con él, la posición acomodada de Federico: todo su entorno se está preparando para darle la espalda. Pero Federico tiene otros problemas encima: acaba de recibir un correo electrónico de un amigo argentino al que creía desaparecido desde la década de los setenta, por causa de la dictadura militar en ese país.
La vida de Federico se divide, vive las reminiscencias de su época adolescente junto a su amigo, pero al mismo tiempo está al borde de perder la cabeza por la situación que mantiene con su esposa, quien, aunque tiene un altar en casa para rezarle a la Virgen, va a la iglesia con la intención de contratar los servicios de un investigador privado. Está demediado entre un amigo que le habla de un poema de Borges que ya no parecía un recuerdo de esta vida y una esposa se quiere documentar sus infidelidades para removerlo de las comodidades de la alta sociedad. La novela emprende una furiosa introspección en cada personaje. Vela plantea una trama que mueve, todo el tiempo, nuestra opinión acerca de ellos. Lo que separa al repudio de la comprensión son apenas unos capítulos.
A través de Rocío y su intención de contratar los servicios de un detective que espíe a su marido, Vela desentraña las contradicciones de una sociedad franciscana. Realiza un ejercicio incisivo, “y lo hago desde el punto de vista de una mujer que está en el extremo de ese curuchupismo, una loca desquiciada que cree que está viendo a Cristo, pero que termina transformando su vida, porque su vida se termina quebrando con lo que le sucede”, explica.
Pero no solo Rocío se quiebra, también lo hacen Federico y Sebastián, su amigo desaparecido, el autor del mail, ambos basados en dos personas reales que verdaderamente se reencontraron después de décadas de no saber nada el uno del otro. Y en Todo ese ayer, asistimos a esa avalancha que derrumba vidas mientras el narrador desmenuza a los personajes: muestra sus incoherencias y sus tragedias. Para eso se requiere, dice Vela, dejar por un momento a un lado la cordura. Es un intento de meterse “en la interioridad de los seres humanos. Necesitas hacerlo, entender ciertos comportamientos”.
Ese ejercicio introspectivo es algo que le atrae de la literatura japonesa, que es donde encuentra más sosiego, profundidad, análisis interior, y un desprendimiento de lo material, lo corpóreo. “Me fascina esa literatura: toda está marcada por la introspección”, dice, y continúa: “son incisivos, pero no violentos”. En El mar de la fertilidad, de Yukio Mishima, por ejemplo, “encuentras belleza en las escenas más perversas. Escribe sus escenas de forma que ahí encuentras poesía y no horror”. Es el rigor incisivo con el que Vela aborda a sus personajes.
Documentarse es libertad
Para escribir Todo ese ayer, Vela necesitaba situarse en el ambiente preciso. Y para ubicarse en la época de la dictadura argentina, vital para entender la relación entre Federico y Sebastián, quería poder pensar incluso en los nombres de las calles. Volvió a Ernesto Sábato: volvió a leer Sobre héroes y tumbas, El túnel y Abaddón el exterminador.
Leyó, también, el Informe Nunca Más, en cuya elaboración participó Sábato. Las dictaduras militares no sucedieron en Ecuador con la misma intensidad que en Argentina o Chile. Le tocó volver a involucrarse con el tema, uno que ya le apasionaba: el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Y esa obsesión por investigar es constante en su obra. Aunque, como dice, “hago y deshago” con la ficción, conocer el terreno en el que se mueve le hace sentir que está escribiendo algo verosímil. Le hace sentir que las palabras son auténticas.
Actualmente escribe una novela, del género histórico, sobre Cuba y la Revolución, a través de un personaje olvidado, un excolaborador de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Un antiguo amigo que rompió con ellos para siempre el día que se proclamó a Cuba como una república marxista leninista.
Y aunque se siente más cómodo cuando escribe ficción, Vela —que lleva por dentro un periodista reprimido— ha escogido escribir una novela histórica porque el personaje que se ha encontrado lleva consigo una historia que no se puede desechar: de viajar en el Granma a romper con la Revolución el mismo año que esta triunfó.
Hay quien piensa que ceñirse a la historia, contar los hechos, de alguna manera puede limitar el desarrollo de una novela, que es una forma de cortar la creatividad, pero —dice Vela— “es todo lo contrario”: investigar la realidad permite expresar aquello que le preocupa a un pueblo. La documentación, en ese sentido, es libertad, porque despliega todo un abanico de posibilidades nuevas, hechos para escoger. La verdad os hará libres.
El mayor problema en el libro que escribe era el narrador. Intentaba repetir lo que había hecho García Márquez con Miguel Littín, pero sentía que lo que escribía no correspondía con el tono de su personaje. Y en una entrevista con el escritor colombiano William Ospina sobre El año del verano que nunca llegó, le preguntó por qué se había incluido él mismo como personaje. “Porque no podía contarla de otra forma”, fue la respuesta, y Vela lo comprendió enseguida. Ahora, luego de tratar de borrar cualquier rastro del Vela real en el narrador de Todo ese ayer, va a narrar la historia tal como él la fue conociendo: desde su punto de vista.