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Poesía

Oliverio Girondo: Un cazador de poemas

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La obra de Oliverio Girondo se ubica dentro de la poesía contemporánea, en la que las exigencias poéticas se convirtieron en rebeliones poéticas y queda demostrado que todos los temas son poetizables; se puede utilizar cualquier vocabulario porque no hay palabras más poéticas que otras o, mucho menos, prohibidas; se echa abajo la rima, se la reemplaza por el verso libre.

Girondo derrumba el canon porque rompe con el modo rígido de hacer literatura a inicios del siglo XX, aunque también podría decirse que es el eslabón perdido de la vanguardia, un surrealista tardío, un revolucionario disidente de los movimientos literarios; sus poemas están llenos de ironía, carecen de sentido lógico, nos permiten un cambio de mirada.

El poema ‘Otro nocturno’, aparecido en su primer poemario, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (publicado en 1922), es un gran ejemplo en el que la belleza se combina con un lenguaje sacado de los arrabales; su poesía no es ‘sucia’ pero tampoco está libre de un lenguaje vulgar (entendiendo esto como lo común, lo cotidiano), sino que se encuentra —como la de Felisberto Hernández— tocada por ese lado humano oscuro, gris, salido de la sombra para dar a luz a unos poemas sublimes y llenos de energía.

La luna, como la esfera luminosa del reloj de un edificio público.

¡Faroles enfermos de ictericia! ¡Faroles con gorras de “apache”, que fuman un cigarrillo en las esquinas!

¡Canto humilde y humillado de los mingitorios cansados de cantar!; Y silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido!

¿Por qué, a veces, sentiremos una tristeza parecida a la de un par de medias tirado en un rincón?, y ¿por qué, a veces, nos interesará tanto el partido de pelota que el eco de nuestros pasos juega en la pared?

Noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles, de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, y en las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra cama nos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor.

Oliverio Girondo retoma la ciudad, la gran metrópoli para retratarnos, a través de las palabras, los reflejos de la modernidad; sus poemas revelan un carácter inquietante del ser humano, penetrado por el remolino y la velocidad que se imprime al vivir.

‘Otro nocturno’ es una prosa poética en la que se ha renunciado al vocabulario selecto, a la rima, a lo estético; el poema se mueve en una realidad simbólica, guiada por las connotaciones de la cultura y el contexto en el que se escribe.

La poesía de Girondo recoge elementos modernistas, como, en este caso, el edificio, característico del momento y de las grandes ciudades. Incluso —como nos da a entender en el primer verso— el edificio parece ser más real que la Luna y su brillo es desplazado por la luz de los faroles, la prosopopeya de unos «¡Faroles enfermos de ictericia!». Una tercera estrofa en la que incorpora la irracionalidad al discurso poético, dada por la inadecuación de las emociones con respecto al contenido lógico; ese «canto humilde y humillado de los mingitorios cansados de cantar», en el que pareciera que el canto de los grillos (el sonido recurrente de los poemas nocturnos) fue reemplazado por el de los mingitorios; asimismo, sigue presente ese lenguaje cotidiano, incluso con un vocabulario «antipoético» que menciona la ictericia, los mingitorios, las medias, una pelota, incorporando palabras que antes habrían sido inadecuadas, y nos ofrece uno de los versos más misteriosos del poema. De forma magistral, culmina con una última estrofa en la que la voz poética ansía llegar a casa para poder dormir y escapar de la realidad, porque la cama es el vehículo del sueño: el único mundo distinto es el de los sueños.

Dentro del mismo poemario se encuentra ‘Apunte callejero’, en el que vemos cómo la modernización ha ido afectando esas relaciones sociales y, por ende, la comunicación. Es el reflejo de un acelerado ritmo de vida que se ve alterado, acudimos al encuentro de miradas pero no al encuentro con el otro, donde priman las indiferencias, la vida de esos seres anónimos marcados por la fugacidad del tiempo. Y es que Girondo no solo escribe sobre la ciudad moderna sino desde ella, su transporte público que ya no considera entretenido para movilizarse mientras se aprecia el paisaje sino que representa el tedio y la monotonía.

Esa irracionalidad que producen los poemas de Girondo es la que le otorga un sentido misterioso, incita a buscar; hay un entramado de contenidos que se encuentran debajo de ella, por lo tanto, cada poema debe ser estudiado desde su profundidad sígnica, semántica, estética. Es un juego de imágenes que se bifurcan, que se muestran en lo oculto y que se dicen en lo no dicho, es decir, el poema se explica con el poema; el lenguaje es su gran aliado, ya lo decía Octavio Paz en El arco y la lira: «los signos deben ser explicados y no hay otro medio de explicación que el lenguaje».

‘Apunte callejero’ llega en forma de relato, se presenta como una autorreferencia, una enunciación lírica de una postal citadina; desde su título pareciera ofrecernos el boceto de una ciudad, acompañada por breves frases que nos sumergen en ella.

Girondo nos propone una lectura fuera de las zonas elitistas, donde antes habitaba la poesía, nos invita a ser lectores en un espacio público y fragmentado. Porque leer en un tranvía implica hacerlo con intervalos, aunque sean poemas breves —pero no poco intensos— construidos a base de esas pinceladas cargadas de significaciones generando un acto de comunicación profunda con cada lector. Su poesía, como cualquier otra, es un signo de recepción, posee identificaciones e indicios cambiantes; es un entramado de múltiples lecturas, de ambigüedades semánticas, de rasgos subjetivos. Como explicaba la teórica María Luisa Burguera:

Todos somos poetas mudos, todos hemos experimentado momentos de nuestra vida con especial intensidad, los hemos vivido con un regusto de densa emoción, de satisfacción estética, de complacencia intelectual. La diferencia respecto al poeta consiste en que no hemos sentido la necesidad, o hemos notado la impotencia, de transformar esas vivencias en expresión lingüística, susceptible de retransmitirse a otros hombres.

Todos sus poemas, aunque abarcan ciudades, noches, añoranzas, deseos, preguntas, no son totalidades; muy al contrario, su totalidad se basa en la suma de esos fragmentos que, vuelvo a citar a Burguera, «evocan un conjunto de significaciones abstractas, aptas para hacer referencia a sustancias de contenido, eso que llamamos realidades, sean mentales, sean objetivas. [...] ¿Lo poético consistirá en la especial combinatoria fónica, o bien en la peculiar conjunción de las significaciones evocadas? […] la evocación intensa, con sacudida única, de una vivencia particular pero generalizable y que se pretende eterna (es decir, repetible cada vez que el texto se lea)».

La intención del poeta argentino es desterrar esa realidad cotidiana, con hendiduras y resquicios, y exaltar la vida a través de las palabras; porque, como ya explicó Paz, «estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad». Girondo tiene la capacidad de hacer poesía con expresiones o palabras «callejeras»: los senos bizcos, los quioscos, los faroles, el lastre, mingitorios, medias, pelota. Además, puede darle alma a objetos inanimados, otorgarles vida, personificarlos para atribuirles sentimientos, intenciones, gestos: «pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa» (‘Apunte callejero’), «faroles enfermos de ictericia», «mingitorios cansados de cantar», «una tristeza parecida a la de un par de medias tirado en un rincón», (‘Otro nocturno’).

Poemas construidos como un relato, sin una tensión dramática, los versos —frases— de este gran poeta pierden su sentido utilitario y aquellas palabras desaforadas se vuelven poetizables y pasan a ser una manifestación de belleza; el poeta logra crear imágenes anímicas, sensoriales, visuales como el que «se crucifica al abrir de par en par una ventana», o «el partido de pelota que el eco de nuestros pasos juega en la pared», una imagen auditiva visual. Girondo le da un vuelco poético al mundo exterior, logrando estimular la fantasía del lector para sugerirle efectos insospechados. Una tónica subjetiva para interponerse ante el verso y su métrica, en la que los recursos poéticos radican en la transformación creadora de ese lenguaje que da paso a la sensibilización y la identificación.

La prosa poética de Oliverio Girondo es el reflejo de la libertad de la forma, de la estructura, libera a la poesía de esa camisa de fuerza; pero su prosa no pierde la potencia de su carga poética sino que le genera libertad al poema, al flirtear con la insinuación y la manipulación irónica de sus palabras a través de las figuras literarias. Muy al contrario de lo que pueda pensarse, la poesía en prosa no es carente de ritmo porque este no es producto de la métrica; el ritmo lo marca el lenguaje, las imágenes, el tono, el tema, porque como bien decía Paz, «el ritmo es inseparable de la frase».

La obra de Girondo nos demuestra que es en la frase donde se crea y se desarrolla el verso, lo sonoro, lo musical, la poesía misma; por eso la prosa debe verse solo como una forma, no como un todo, lo que de ella brote es lo que importa, cómo se desarrollan sus elementos y su esencia poética.

Su poética nos presenta esos no–lugares (tomando el concepto utilizado por Marc Augé) que todos habitamos alguna vez, que contienen todas las ciudades; es la fragmentación de ideas y experiencias, el montaje de imágenes, al estilo de un diario de viajes anacrónico y vertiginoso provistos de sentidos y significados ocultos que le permitan involucrarse al lector y dejarlo desorientado en medio de esos fragmentos que insinúan y dejan huellas textuales.

La poesía de Girondo es una ruptura en su totalidad: rompe con el canon, rompe con los lugares, rompe con la lectura continua, rompe con el poema; rompe e irrumpe cuando decide trasladar la poesía a los lugares masivos y quitarle la individualidad al ser humano para convertirlo en un ser anónimo que se construye en los «senos bizcos» (‘Apunte callejero’) o en las «cabezas flotantes de caucho» (‘Croquis en la arena’).

Su obra invita a mirar de otra manera lo cotidiano, desautomatiza la poesía, rebelándose contra el carácter estatuido y convencional del lenguaje poético; siempre quiso rescatar a la poesía de los círculos elitistas y presentar una realidad más cercana a la de la urbe, al hombre y su problemática (social), al incorporar temas comunes, en los que puede llegar a convertir una postal de viaje en un verdadero poema.

Desde su primera obra, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), pasando por Espantapájaros (1932) y finalizando con En la masmédula (1956), sin duda, nos encontramos frente a uno de los maestros de la innovación poética, alguien que revolucionó temas y lenguajes; su poesía, llena de color y dinamismo, se desafió a sí misma en cada verso, sus poemas nos invitan a reencontrarnos con nosotros mismos en la ciudad moderna, a través de universos creados desde el ser humano y sus dilemas.

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