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Poesía

Mujeres que laten al ritmo de los afectos y el intelecto

De izquierda a derecha, arriba: Anne Walden y Denise Levertov. Abajo: Ruth Weiss y Leonore Kandel.
De izquierda a derecha, arriba: Anne Walden y Denise Levertov. Abajo: Ruth Weiss y Leonore Kandel.
08 de junio de 2015 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez, Crítico cultural

En un intento por diferenciar qué es literatura de mujeres, de la literatura femenina y la literatura feminista, aparece un libro que posibilita la discusión y comparación de estas tres categorías: Beat Attitude (Bartleby Editores, 2015), una antología que reúne a diez mujeres poetas de la generación beat, cuya traducción, prólogo y selección de textos estuvo a cargo de Annalisa Marí Pegrum, quien anteriormente había traducido el trabajo de la descarnada escritora estadounidense Dorothea Lasky. Las poetas que conforman Beat Attitude son: Lenore Kandel (1932-2009), Elise Cowen (1933-1962), Diane di Prima (1934), Hettie Jones (1934), Joanne Kygerm (1934), ruth weiss (1928, quien dejó de utilizar las mayúsculas para distanciarse de su ascendencia alemana, y así olvidar el horror que sufrió con el nazismo, consignamos así entonces su nombre), Janine Pommy Vega (1942-2010), Mary Norbert Körte (1934), Anne Waldman (1945) y Denise Levertov (1923-1997).

Esta antología es un esfuerzo por recuperar y poner a circular en lengua española las voces poéticas de un grupo de mujeres beat que, en la actualidad tienen poca resonancia en el mapa literario mundial, a diferencia de sus pares masculinos de la misma generación (Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs, por citar a los más conocidos), a quienes no se los deja de reeditar y cuyas obras ganan cada vez más prestigio dentro de la academia, pues a lo largo de la segunda mitad del siglo XX sus libros fueron denostados por varios grupos intelectuales y literarios, acusándolos de ser una literatura descriptiva antes que narrativa, y superficial antes que introspectiva. En todo caso, con el tiempo se han convertido en autores de culto, a diferencia de sus pares mujeres, de quienes poco se conoce.

Las críticas contra la literatura de los beat radica en la potencia de la escritura de esa generación: una literatura del ensayo, del tachón, de la experimentación somática trasladada al cuerpo escrito, de la imperfección frente a un sistema socioeconómico que empezaba a erigirse, moralmente, como inequívoco.

El ensayista argentino Luis Diego Fernández, al referirse a Jack Kerouac, y con él, de cierto modo, a toda la generación beat, dice que “aunó en sí un mito: la América salvaje, improductiva y libre en el interior del puritanismo protestante capitalista fundacional de los Estados Unidos de América de la posguerra”. Pero además, con la profundización del sistema de producción fordista a inicios del siglo XX, en Norteamérica se estableció una imagen del mundo, y una actitud, sobre todo, que debía ser emulada por todos: pensar en la vida como un contenedor de sujetos en serie. Inscritos en esta realidad, los escritores de la generación beat decidieron convertirse en la antítesis de ese sistema que reprimía sus experiencias afectivas e intelectuales, y que los sintetizaba como individuos homologados, sin particularidades.

Si la función del capitalismo era (es) convertir a los cuerpos en espacios para la producción, la generación beat decidió operar de forma inversa, ironizar sobre los logros de la modernidad: sus miembros no utilizaban las carreteras (símbolo del progreso) como medio para transportar productos de consumo o para cualquier otra actividad apegada a la lógica del comercio, como el turismo en masa, sino que las consideraban como vías de escape de sus ciudades, familias, obligaciones. En el caso de las mujeres, ese sistema no solo les endilgó la tarea —no remunerada— de la producción (cuidar del hogar, de los hijos, etc.), también el de la reproducción. Y, en ese sentido, las mujeres de la generación beat, además de interpelar al capitalismo y sus males sociales (arremeten contra las guerras, la energía nuclear, etc.), plantean una crítica al patriarcado, a las formas de maternidad más convencionales y al hecho de haber nacido mujeres en unas circunstancias históricas en las que todavía no eran reconocidas plenamente como ciudadanas de “primera clase”.

Ahora bien ¿por qué hablar de literatura de mujeres, femenina y feminista para abordar esta antología? Tres categorías, distintas entre sí.

La literatura femenina responde a un modelo de escritura en el que se pretende idealizar a la mujer desde una sola perspectiva: la mujer como transgresora sexual, la mujer como un sujeto únicamente afectivo, la mujer como un ser en permanente disputa amorosa, la mujer como una persona emancipada del yugo familiar. Esto no significa que ese tipo de literatura sea desdeñable, sino que, en algunos casos, le queda debiendo al lector la presencia de una mirada más transversal en las formas de representar a la mujer dentro de cada generación.

Lo femenino, como categoría cultural, entre otras, aunque esta es la pertinente en este texto, se construye a partir de los imaginarios sociales e históricos de la persona que escribe, y esos imaginarios suelen ser, comúnmente, limitados, o muy apegados a una imagen esencialista, dicotómica de la mujer. Con esto no digo que exista una falta de verisimilitud en la voz de los personajes femeninos de esta literatura ni tampoco cuestiono su calidad estilística: la crítica radica en la forma en cómo se construye al sujeto-mujer en la literatura.

Beat Attitude se aleja de esa mirada muchas veces inasible con la que la literatura femenina retrata a la mujer y, al contrario, la presenta desde territorios poco explor(t)ados: mujeres a quienes les duele el matrimonio; mujeres que reflexionan sobre la materialidad y la espiritualidad de sus cuerpos; mujeres que desdeñan el canon literario de su época; mujeres inconformes con su entorno político; mujeres a quienes les afecta la naturaleza, la historia y la sangre; mujeres ‘menores’, ‘rechazadas’, inmoladas públicamente, juzgadas por pornográficas. Es decir, mujeres que no piensan en su género como algo exclusivamente femenino, sino humano, complejo.

Por ejemplo, la poeta beat Denise Levertov, quien acabó en la cárcel por protestar contra la guerra en Vietnam y adoptó a una niña de ese país, le canta a esta a través de un poema a Ishtar, la diosa babilónica del amor y de la guerra, llamada la ‘Gran prostituta’: “La luna es una cerda/ y gruñe en mi garganta/ Su intenso resplandor reluce a través de mí/ y el barro de mi hondonada reluce/ y estalla en burbujas plateadas/ Es un cerda/ y yo cerdo y poeta/”. Lenore Kandel, cuyo primer libro de poemas fue acusado de obsceno y retirado de las librerías, dice: “te amo/ tu polla en mi mano/ se agita como un pájaro/ entre mis dedos/ mientras te hinchas y endureces en mi manos/ desflorando mis dedos/ con tu fuerza rígida/ eres hermoso/ eres hermoso”. Elise Cowen, quien se suicidó al saltar por la ventana de la casa de sus padres, y ellos, luego, al constatar de qué iba su poesía (drogas y experiencias lésbicas), quisieron quemar su obra, tiene versos como estos: “Quise un coño de placer dorado/ más puro que la heroína/ Para honrarte/ Un corazón tan grande/ que puedas quitarte los zapatos y estirarte”.

La literatura feminista, por su parte, es aquella que convierte los textos, o que los elabora en función de esto, en un pretexto para hablar de otras cosas que no sean literatura, para reivindicar luchas sociales. Transforma al texto escrito en un panfleto político. El compromiso de la literatura feminista está por fuera de presentar una obra estéticamente bien hecha, y con ello, un personaje literariamente bien trabajado. Su compromiso es trasmitir un mensaje definitivo, incuestionable, a veces moral, al lector. Cabe apuntar lo que la escritora chilena Diamela Eltit, en una entrevista con el argentino Mauro Libertella, dice sobre su literatura, y hablando de feminismo: “No me propongo una literatura feminista en el sentido más ingenuo o banal del término, no me interesa establecer una escritura reivindicativa o redentora del sujeto mujer […] Me interesa ese viaje del cuerpo que quiebra los estereotipos y las identidades fijas para emprender una ruta más bien deseante que sobrepase lo disciplinar”. 

Beat Attitude dialoga con esta noción de Eltit y presenta a un grupo de mujeres que interpelan al sistema familiar clásico y patriarcal, sin caer en dogmatismos, como  Diane di Prima en su poema ‘Elogio a mi marido’: “y tú/ interrumpiéndome en medio de mil poemas/ ¿has llamado al seguro? esa vez que detuviste un poema/ a medio camino entre las colinas de nebraska y/ colorado, odetta cantando, el mundo entero cantando en mi interior/ el triunfo de nuestra revolución en el aire/ yo a punto de anotarlo, y tú/ tú diciendo algo sobre el carburador/ para que todo se esfumara”. O Hettie Jones, quien quizás angustiada, fastidiada, o liberada, escribe: “Amor mío/ sacarás por favor/ la basura, las espinas/ que los gatos rechazaron/ los niños duermen/ no los oigo respirar”. Y la poeta y activista política aún viva Mary Norbert Korte, quien ingresó en su juventud a un convento y luego desistió de esa vida, reflexiona sobre la necesidad de escape para la autonomía en el poema ‘Eddie Mae la cocinera sueña que la hermana Mary se fuga con Allen Ginsberg’: “Soñar era una misión a la que/ no podía renunciar la noche un lugar para ver/ todas las libertades que se avecinan/ como un dragón dulce como/ una cruz con su cola circular/ ella se fugó en los sueños de todas”. 

La literatura de mujeres, finalmente, llena el vacío representacional que deja la literatura femenina y se compromete, a diferencia de la literatura feminista, con el lenguaje, con el uso no arbitrario de las palabras, con el desarrollo de una crítica que no raye en lo panfletario. La literatura de mujeres tiene un punto de vista femenino, porque está escrita por ellas: las voces son inconfundibles y sus preocupaciones también. Evidentemente, Beat Attitude encaja en esta categoría, como también la poesía de otras autoras estadounidenses que fueron contemporáneas a las beat: Anne Sexton, Sylvia Plath, Adrienne Rich...

Así, la poeta beat Joanne Kyger, quien ha publicado más de veinte libros de poesía y prosa, y alguna vez practicó Budismo Zen, interpela a los relatos con los que típicamente se relaciona y celebra a la mujer: “Esperando de nuevo/ para qué/ Yo no recojo los tesoros del mar/ Yo observo el tejido, la mujer sentada a su telar/ ¿Cómo se llamaba? Me refiero a la diosa/ —no aquella mortal/ la que arranca los hilos/ como si fueran las cuerdas de un arpa”. Valga la digresión, este poema me conduce a uno de la poeta española Inmaculada Mengíbar: “Pero seamos realistas:/ Penélope, cosiéndole,/ no es más feliz que yo/ ahora mismo rompiéndole/ la cremallera”. Por su parte, la beat ruth weiss, logra las imágenes poéticas más sublimes de la antología: “el desierto es fatiga/ el desierto es todo organismo vivo/ enfrentado/ a la destrucción eterna”.

Mientras que Janine Pommy Vega, que durante su vida educó a prisioneros de las cárceles estadounidenses y se casó con el pintor peruano Fernando Vega, arremete irónicamente contra los espacios más tediosos y elitistas en los que se desarrolla la literatura, los recitales de poesía: “Oh la tiranía de los poetas reunidos/ que asedian oídos y los músculos del hombro/ la cuchilla cruje en mi mandíbula y/ palpita la cabeza”. Y si hay un verso de las poetas beat que logra sintetizar su propuesta literaria, ese nos lo da Anne Waldman: “El cuerpo usó las medidas de la mujer/ para explicar la ferocidad del presente/ que camina sobre la periferia del mundo”. 

Algunas escritoras beat aún viven, y es por eso que pueden exponer y defender su obra. Pero más allá de quiénes sobrevivieron, la cuestión es que las escritoras beat existieron, y su literatura y activismo no dejan de latir.

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