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Música
Mosh en la cancha
Cada domingo quiteño, desde el año 2000, decenas de personas de largo cabello y ropa negra se reúnen en una cancha al sur de la ciudad. Allí, tras calzarse los pupos y una camiseta distintiva, se enfrentan en una carrera por llegar al arco rival y meter todos los goles posibles hasta coronarse campeones del Indorock, el campeonato de fútbol rockero que lleva más de 15 años conjugando música y deporte.
La idea nació a finales de los noventa. En 1998, Freddy Achi, rockero del barrio La Magdalena, quería, junto con un grupo de amigos, alternar su gusto por el rock con su pasión por el fútbol. Entonces conformaron un equipo, Barricada (en honor a la banda española que canta ‘Esta es una noche de rock and roll’, un himno del heavy metal en castellano), y se inscribieron en la Liga La Amistad. “La gente nos veía con recelo y desconfianza, dudosos de que podamos hacer algo más que lo que su prejuicio sobre el rock les permitía conocer sobre los rockeros”, cuenta Achi.
Cada vez se sumaban más amigos para acompañar a Barricada en sus partidos, y a la vez aumentaba el deseo de pasar de las barras a la cancha. En medio de ese proceso, Achi advirtió que había una cancha de fútbol cerca de su barrio, que era muy poco utilizada. “Estaba prácticamente botada y llena de hierbas”, explica. Ahí armó, entonces, el primer campeonato de fútbol de rockeros, al que denominó Indorock.
“Fuimos ocho equipos los que iniciamos el campeonato. La idea era ser rockeros hasta en la cancha, y por eso muchos jugábamos con la indumentaria rocker: botas, blue jeans, chompas de cuero”, recuerda el gestor de esta idea sobre esa suerte de concierto de rock en una cancha que marcó el inicio de este hecho. Si bien Indorock ha tenido ciertas réplicas en otras ciudades, ahora es una propuesta inédita que, desde 2000, forma parte del imaginario tanto rockero como del deporte barrial en Quito. El campeonato reúne familias, amigos e incluso es un nexo con la comunidad no rockera para que pueda conocer más de esta cultura.
Usar esa cancha implicó hacer muchos arreglos. Durante varias semanas hicieron mingas, cortaron las hierbas, nivelaron la el campo... Como no habían graderíos ni camerinos, adecuaron un espacio donde los jugadores se pudieran alistar para sus partidos. Sin embargo, el prejuicio de los vecinos empañó el inicio de esta idea. A los habitantes de la zona les hizo poca gracia ver mechudos de ropas negras reuniéndose cada fin de semana en el parque. ¿Quién les garantizaba a los vecinos que esos señores que no iban a jugar con botines, sino con botas, no fueran a sacrificar algún becerro o hacer un rito satánico por si había escasez de goles? En la misma cancha que meses atrás había quedado abandonada, los habitantes del barrio organizaron un campeonato de fútbol paralelo al Indorock. “Fue un drama —recuerda Achi—. Acordamos un horario para el uso pero lo irrespetaron sistemáticamente. Les llamamos la atención, pero no nos hicieron caso. Entonces les dimos chance un mes, luego de eso, tomamos acciones”.
Un domingo, los rockeros madrugaron, fueron con pancartas, megáfonos, y cuando los vecinos llegaron para continuar con su camuflada estrategia para desalojarlos de la cancha, se encontraron con un puñado de gente dispuesta a pelear por el espacio. Los rockeros futbolistas previamente se contactaron con autoridades municipales, les hablaron de las obras en minga que ya habían hecho en la cancha y su deseo por llegar a acuerdos con el barrio, así como su oposición absoluta a abandonar ese espacio público. Estas acciones tuvieron eco en funcionarios como Margarita Carranco, tras cuya intervención, el presidente de la Liga San José (la de ese barrio), tuvo que sentarse a dialogar con la naciente liga Indorock, lo que implicó llegar a acuerdos y ceder. Por ejemplo, cuando se destinaron cuatro sets de iluminación para ese parque, Indorock tuvo que ceder dos para que se usen en otras de las canchas del lugar.
Fútbol de la calle
A la intemperie se realizaron las primeras reuniones organizativas del Indorock, en el redondel de la avenida Atahualpa para ser exactos. Coincidentemente, ese era el mismo sitio donde a finales de la década de los noventa se reunía el personal rockero que planificaba el festival de la Concha Acústica de la Villaflora. Ese redondel se ha convertido en un epicentro, en clave para la generación de sólidos procesos del rock quiteño. De este sitio se trasladaron a un lugar más cómodo, en un centro comercial al sur de la ciudad, en el local Tattoo Quito.
Posteriormente, se suscitaron condiciones que los obligaron a retornar a la calle, la Tribuna del Sur, donde estuvieron un tiempo hasta que la liga Barrionuevo les facilitó su sede, y luego se trasladaron finalmente a la sede de la Liga San José, donde comparten el espacio, y desde donde gestionan toda la actualidad del Indorock.
El campeonato inició con ocho equipos. Hoy son cuarenta (treinta de hombres y diez de mujeres). Este año, Indorock abrió un espacio para el básquet, disciplina en la que compiten ocho equipos.
Este crecimiento implicó romper algunas reglas internas, como la inclusión de jugadores no rockeros en la liga. El tema se discusión en varias ocasiones, pero una vez aprobada, la moción demostró la pertinencia de este formato: “Muchos se opusieron a esta posibilidad, pero analizamos que la mejor forma de permitir que se conozca más de nuestra cultura era integrando a gente alejada a nosotros para que comparta y compruebe que toda la información que le llegó sobre el rock estaba alejada de la verdad”, reflexiona Achi.
Hablar de cuarenta equipos es aproximarse a quinientos deportistas, quienes pasan en acción todo el año, ya que el campeonato tiene dos facetas: el torneo de ascenso, que dura entre noviembre y marzo, y el torneo regular, que va de marzo a octubre.
Esto implica una serie de actividades como gestionar árbitros, personal de mantenimiento, puestos de comida, implementos deportivos y más, lo que convierte al espacio en una fuente de ingresos que permite subsistir a varias familias.
La cancha es el escenario
Más allá de un punto de encuentro, este campeonato ha generado en muchos rockeros el sentido de la competitividad, “Participar en el Indorock implica conseguir metas, por lo tanto, jugarlo es un reto constante que evidencia debilidades y hace superarlas hasta vencerlas”, dice José Luis ‘Chafo’ Nicolalde, del equipo Iron Force. Con esto coincide Luis Villareal, del equipo Paradigma, para quien el campeonato implica dejarlo todo, esforzarse al máximo, pero con el extra de que ese esfuerzo podría reflejarse en conseguir ganar el trofeo. “Estar en un concierto implica meter garra, y estar en la cancha, también, por eso ambas cosas son un ejercicio de esfuerzo máximo para conseguir algo, aunque sea solo un momento para quitarse el estrés, y de sanación, lo que a la final es una práctica que ayuda al crecimiento personal”, reflexiona Ernesto Coello, otro de los jugadores inscritos en el campeonato.
El rock y el fútbol son una pasión. Con este precepto coinciden todos los consultados sobre su vivencia en el Indorock. Un campeonato como este viene a ser la representación del sentido de comunidad que implica vivir este género musical, y abre espacios para convivir con personas no vinculadas a este tipo de música, pero que quieren integrarse y conocer más de este mundo a través del deporte. Así, se ha generado una interacción interesante entre el Indorock y varios grupos familiares que, en muchos casos, son los núcleos de seguidores más sólidos que se dan cita en el campeonato.
Uno de los casos más emblemáticos que ponen de relieve la relación de la familia con el fútbol es el de Dolores Nazate y Santiago Changoluisa, quienes juegan en diferentes equipos de esta liga, acompañados de sus hijos. En el caso de Santiago, comparte equipo con Antonio Ukumani, mientras que Dolores juega en el equipo Las Desprolijas, y su hija Anahí, de 9 años, está ingresando al equipo Ferrock, de la Ferroviaria (el primero en el que jugó Dolores). A Antonio le gusta Skorbuto, a Anahí, Mago de Oz. Sus padres adoran el black metal y el rock clásico.
El concepto de familia traspasa lo biológico. Bajo ese criterio se forman tanto los equipos como los amigos cercanos que acompañan en cada justa futbolera. “Es el espacio donde podemos expresarnos de forma diferente, pero manteniendo nuestra amistad a través de los goles y la música, con tanto afecto que terminamos siendo una familia”, dice Pablo Hurtado, de Iron Force. Igual piensa Tatiana Romero, de Paradigma, para quien el espacio es “un medio donde el mosh, el fútbol, los gritos, las broncas y las emociones terminan convirtiéndonos en una familia que se une bajo la música y el deporte”.
Que el rock y el fútbol se conjuguen en una misma onda se debe a los paralelismos que, indudablemente, existen entre estas dos actividades. La cancha se parece a un escenario, porque es donde ocurre la acción tanto en un partido como en un concierto; ambos espacios tienen dos tipos de protagonistas: los estelares, que son los jugadores del equipo y los músicos de una banda, y quienes emanan los gritos, la energía, la buena onda y la bronca, que son las barras de los equipos y los fans de los grupos. En medio de todo eso hay momentos sublimes, como el gol, en un partido, equiparable al solo o el coro de una canción preferida mientras es tocada en vivo. Todo esto está signado por la pasión y la vibra con la que se vive cada una de estas actividades.
Toda liga de fútbol barrial tiene pintado su nombre con enormes letras. Esa es su señal absoluta de identidad. Pero en este caso, esa identidad es vista desde la individualidad de cada equipo, que se hace cargo de un fragmento del muro oriental de la cancha, y plasma en gráficos su sentir artístico deportivo. Este proceso también pasó por inconvenientes desde su inicio, cuando la pared era solo de ladrillos, lo que dificultaba mucho la realización de dibujos visualmente sólidos. Cuando por fin lo lograron, una orden municipal ordenó destruir el muro y con este, todo el trabajo gráfico. Por ello, debieron gestionar la construcción de un nuevo muro, en el cual hasta ahora se plasman esos murales representativos de cada uno de los 30 equipos que le dan vida al Indorock.
En sus más de quince años de historia, el Indorock tiene sus propios ídolos e hitos. Entre ellos se encuentra el décimo campeonato del equipo Tren Loco, el más ganador del campeonato. Conformado por seguidores del heavy metal latinoamericano, estos tomaron su nombre del de una agrupación argentina. En la edición 2012, los trofeos fueron diseñados por Patricia Toscano, esposa del organizador principal del Indorock, quien recurrió a imágenes identificativas del rock para plasmarlas en figuras que fueron entregadas a los ganadores de ese año.
Mientras tanto, Indorock sigue creciendo como un espacio en que el fútbol es un puente entre la cultura rockera y una sociedad que cada vez está más abierta a aproximarse sin prejuicios.